/ jueves 15 de octubre de 2020

Morena: sin debate ni ideas

“En un tiempo de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.

George Orwell


El espectáculo que se vive en Morena es natural. No puede ser de otra manera una relación entre compañeros que no tienen ningún cemento programático y, mucho menos, ideológico. Morena es un agrupamiento que carece de estructura. La coartada difundida es que son un partido-movimiento. Pamplinas, no son ninguna de las dos cosas.


El colectivo fue hecho a imagen y semejanza de su líder. Simplemente fungió como el instrumento que necesitaba López Obrador para promover su reiterada candidatura. Lo único que importaba era llevar a AMLO a Palacio Nacional. Esa era la táctica y la estrategia. No más.

El tabasqueño, primero dirigió el partido y, después, se proclamó candidato único a la presidencia. Enseguida, delegó la conducción formal a una incondicional, inexperta y de escasa formación política e intelectual, Yeidckol Polevnsky. El mensaje era evidente: me voy, pero sigo mandando.


Para elegir a los demás candidatos, Morena recurrió, para mostrar que hacían las cosas diferentes a los partidos tradicionales, a un método mixto: “tómbolas de la suerte” para una parte de candidatos, encuestas a modo y dedazos. Desde el principio estuvo claro que no habría perfiles ni propuestas para definir candidaturas. Lo sustancial lo decidió el candidato presidencial.


Así, Morena nacía huérfano de vida partidaria y formativa. Se convirtió en una agencia de colocaciones al servicio de una pequeña minoría que protegía su parcela de poder y competía por la lealtad incondicional al tlatoani. Esta tara organizativa y política estalló cuando hubo incapacidad para renovar su dirección nacional. La pequeñez política de sus subgrupos lo impidió. El Tribunal Electoral se convirtió en la dirección ausente y se profundizó la crisis.


AMLO, por su parte, lanzó la línea de que fuera una encuesta la que definiera a la dirigencia de Morena. El Tribunal acató el mensaje e impuso dicho método. A partir de ahí el enredo creció y polarizó a los suspirantes. Ahora, en esta novela autóctona tenemos a un sempiterno Muñoz Ledo, apoyado por la nomenklatura morenista formada por antiguos izquierdistas con diversas historias; y, en la otra esquina, Delgado, impulsado, presuntamente, por Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, junto con algunos miembros del aparato gubernamental y fieles lopezobradoristas. Otra vez, Morena define a sus dirigentes, sin debates ni discusiones programáticas, simplemente por popularidad. Es evidente, que, aunque el redentor declare que “no se mete al conflicto interno”, no permitirá que esta rebelión en su granja le afecte a su hegemonía, especialmente, en la Cámara de Diputados. Su mano, de seguro, se sentirá.

pedropenaloza@yahoo.com

@pedro_penaloz

“En un tiempo de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.

George Orwell


El espectáculo que se vive en Morena es natural. No puede ser de otra manera una relación entre compañeros que no tienen ningún cemento programático y, mucho menos, ideológico. Morena es un agrupamiento que carece de estructura. La coartada difundida es que son un partido-movimiento. Pamplinas, no son ninguna de las dos cosas.


El colectivo fue hecho a imagen y semejanza de su líder. Simplemente fungió como el instrumento que necesitaba López Obrador para promover su reiterada candidatura. Lo único que importaba era llevar a AMLO a Palacio Nacional. Esa era la táctica y la estrategia. No más.

El tabasqueño, primero dirigió el partido y, después, se proclamó candidato único a la presidencia. Enseguida, delegó la conducción formal a una incondicional, inexperta y de escasa formación política e intelectual, Yeidckol Polevnsky. El mensaje era evidente: me voy, pero sigo mandando.


Para elegir a los demás candidatos, Morena recurrió, para mostrar que hacían las cosas diferentes a los partidos tradicionales, a un método mixto: “tómbolas de la suerte” para una parte de candidatos, encuestas a modo y dedazos. Desde el principio estuvo claro que no habría perfiles ni propuestas para definir candidaturas. Lo sustancial lo decidió el candidato presidencial.


Así, Morena nacía huérfano de vida partidaria y formativa. Se convirtió en una agencia de colocaciones al servicio de una pequeña minoría que protegía su parcela de poder y competía por la lealtad incondicional al tlatoani. Esta tara organizativa y política estalló cuando hubo incapacidad para renovar su dirección nacional. La pequeñez política de sus subgrupos lo impidió. El Tribunal Electoral se convirtió en la dirección ausente y se profundizó la crisis.


AMLO, por su parte, lanzó la línea de que fuera una encuesta la que definiera a la dirigencia de Morena. El Tribunal acató el mensaje e impuso dicho método. A partir de ahí el enredo creció y polarizó a los suspirantes. Ahora, en esta novela autóctona tenemos a un sempiterno Muñoz Ledo, apoyado por la nomenklatura morenista formada por antiguos izquierdistas con diversas historias; y, en la otra esquina, Delgado, impulsado, presuntamente, por Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, junto con algunos miembros del aparato gubernamental y fieles lopezobradoristas. Otra vez, Morena define a sus dirigentes, sin debates ni discusiones programáticas, simplemente por popularidad. Es evidente, que, aunque el redentor declare que “no se mete al conflicto interno”, no permitirá que esta rebelión en su granja le afecte a su hegemonía, especialmente, en la Cámara de Diputados. Su mano, de seguro, se sentirá.

pedropenaloza@yahoo.com

@pedro_penaloz

ÚLTIMASCOLUMNAS