/ sábado 30 de abril de 2022

Movilizarnos todas y todos 

Por una #SociedadHorizontal


La desaparición y posterior confirmación de la muerte de Debanhi Escobar, es una muestra desgarradora más del colapso que vive México en materia de seguridad. La aparición del cuerpo, después de 13 días de búsqueda, no solo sacudió a la opinión pública al evidenciar la falta de sensibilidad y capacidades de las autoridades locales, sino que también mostró nuevamente el desbordamiento de la violencia en contra de las mujeres que se vive en todo el territorio nacional. Tan solo recordar que mientras se buscaba a la joven de 18 años, de la nada se encontraron los cuerpos de otras cinco mujeres.

Las cifras son aterradoras. Entre diez y once mujeres son asesinadas al día en nuestro país. Los números se miden en miles por año. El feminicidio, entendido como “el asesinato de mujeres a manos de hombres debido a que son mujeres”, se ha convertido -tal y como lo ha calificado la propia ONU- en una verdadera “pandemia” en México. Sin embargo, es solo de vez en cuando que un asunto cobra atención nacional.

Cuando se presenta un caso como el de Debhani, los medios se involucran de una forma a veces incluso grotesca. La indignación crece, se publican nuevamente las dramáticas cifras; se escucha la voz sórdida de las autoridades de los distintos órdenes de gobierno, se dan movilizaciones locales o nacionales y se repiten las consignas “ni una más”, “ni una menos”, “nos queremos vivas”. Parecería que estamos atrapados en un espiral del terror en el que la consciencia del problema se diluye con el paso del tiempo, para retomar relevancia de vez en cuando.

El fenómeno es terriblemente complejo. Margarita Bejarano Celaya, escribe en su artículo “El feminicidio es sólo la punta del iceberg” que “la violencia feminicida, es una situación progresiva, que si bien puede terminar con la muerte violenta de mujeres, es parte de un continuum de violencias que ellas enfrentan como esencia del orden social. Los tipos de violencia representan mecanismos para conservar y reproducir la situación de subordinación de las mujeres ante el ejercicio de poder masculino en diferentes ámbitos”.

Adicionalmente, la autora subraya que “la violencia contra las mujeres ha sido una constante en la historia humana y un mecanismo efectivo mediante el cual se ha mantenido su subordinación ante la supremacía de lo masculino”. Concluye que “por sus características, la violencia física es la más visible, pero no necesariamente la de mayor brutalidad e impacto. La violencia moral es el más eficiente de los mecanismos de control social y de reproducción de las desigualdades, pues por su sutileza, carácter difuso y su omnipresencia, su eficacia es máxima en el control de las categorías sociales subordinadas”.

La muerte de Debanhi muestra una vez mas que el Estado y sus instituciones están colapsadas para atender la problemática. También pone en evidencia que el tejido social está cada vez más carcomido y distorsionado. Como lo sugiere la Doctora Bejarano, “es indispensable estudiar el fenómeno desde quienes afrontan el problema, para ubicar sus manifestaciones y efectos en aras de evitar el feminicidio”, sin embargo, surge la pregunta fundamental: ¿qué rol activo debemos tener en este proceso los hombres para ayudar a resolver el problema?

Con el paso del tiempo, las mujeres han decidido movilizarse y han incrementado sus manifestaciones en rechazo a una situación violenta que debe parar cuanto antes. Los hombres deberíamos hacer exactamente lo mismo. ¿Podríamos hacerlo juntos? No olvidemos que somos parejas, hijos, padres y compañeros de trabajo de ellas. Considero que es un deber de toda la #SociedadHorizontal.

Por una #SociedadHorizontal


La desaparición y posterior confirmación de la muerte de Debanhi Escobar, es una muestra desgarradora más del colapso que vive México en materia de seguridad. La aparición del cuerpo, después de 13 días de búsqueda, no solo sacudió a la opinión pública al evidenciar la falta de sensibilidad y capacidades de las autoridades locales, sino que también mostró nuevamente el desbordamiento de la violencia en contra de las mujeres que se vive en todo el territorio nacional. Tan solo recordar que mientras se buscaba a la joven de 18 años, de la nada se encontraron los cuerpos de otras cinco mujeres.

Las cifras son aterradoras. Entre diez y once mujeres son asesinadas al día en nuestro país. Los números se miden en miles por año. El feminicidio, entendido como “el asesinato de mujeres a manos de hombres debido a que son mujeres”, se ha convertido -tal y como lo ha calificado la propia ONU- en una verdadera “pandemia” en México. Sin embargo, es solo de vez en cuando que un asunto cobra atención nacional.

Cuando se presenta un caso como el de Debhani, los medios se involucran de una forma a veces incluso grotesca. La indignación crece, se publican nuevamente las dramáticas cifras; se escucha la voz sórdida de las autoridades de los distintos órdenes de gobierno, se dan movilizaciones locales o nacionales y se repiten las consignas “ni una más”, “ni una menos”, “nos queremos vivas”. Parecería que estamos atrapados en un espiral del terror en el que la consciencia del problema se diluye con el paso del tiempo, para retomar relevancia de vez en cuando.

El fenómeno es terriblemente complejo. Margarita Bejarano Celaya, escribe en su artículo “El feminicidio es sólo la punta del iceberg” que “la violencia feminicida, es una situación progresiva, que si bien puede terminar con la muerte violenta de mujeres, es parte de un continuum de violencias que ellas enfrentan como esencia del orden social. Los tipos de violencia representan mecanismos para conservar y reproducir la situación de subordinación de las mujeres ante el ejercicio de poder masculino en diferentes ámbitos”.

Adicionalmente, la autora subraya que “la violencia contra las mujeres ha sido una constante en la historia humana y un mecanismo efectivo mediante el cual se ha mantenido su subordinación ante la supremacía de lo masculino”. Concluye que “por sus características, la violencia física es la más visible, pero no necesariamente la de mayor brutalidad e impacto. La violencia moral es el más eficiente de los mecanismos de control social y de reproducción de las desigualdades, pues por su sutileza, carácter difuso y su omnipresencia, su eficacia es máxima en el control de las categorías sociales subordinadas”.

La muerte de Debanhi muestra una vez mas que el Estado y sus instituciones están colapsadas para atender la problemática. También pone en evidencia que el tejido social está cada vez más carcomido y distorsionado. Como lo sugiere la Doctora Bejarano, “es indispensable estudiar el fenómeno desde quienes afrontan el problema, para ubicar sus manifestaciones y efectos en aras de evitar el feminicidio”, sin embargo, surge la pregunta fundamental: ¿qué rol activo debemos tener en este proceso los hombres para ayudar a resolver el problema?

Con el paso del tiempo, las mujeres han decidido movilizarse y han incrementado sus manifestaciones en rechazo a una situación violenta que debe parar cuanto antes. Los hombres deberíamos hacer exactamente lo mismo. ¿Podríamos hacerlo juntos? No olvidemos que somos parejas, hijos, padres y compañeros de trabajo de ellas. Considero que es un deber de toda la #SociedadHorizontal.