/ sábado 7 de octubre de 2017

Mujeres en busca de sexo / Celebrar la vida

“Libérale la mano a una mujer y comenzará a tocarte”, escribí en octubre de 2009. Esa fue la primera línea de la columna #1 de Mujeres en busca de sexo. Y qué creen queridos lectores, con esta entrega arrancamos el año nueve. Ustedes dirán…

Reflexionar sobre esa frase, aunque suena amorosa y gentil, hoy me parece que tiene impreso el sometimiento. Hemos cambiado en este tiempo, y cómo no, la experiencia se acumula. ¡Vaya!

Mi entrañable prima Bertha Odilia me dejó boquiabierta cuando me dijo que no se reunía con sus amigas, porque lo único que hacían era hablar mal de sus maridos. Desde entonces supe que cuando mis amigas y yo estuviéramos en esas edades (de mujeres adultas y fuera del hogar paterno), sería distinto, y lo es: nunca hablamos de los maridos, sí de nuestros amantes. Con esta idea surgió Mujeres en busca de sexo; además, de ser un pequeño homenaje a esta prima mía, a la que quise mucho y murió muy joven. También para demostrar que las mujeres reunidas no tienen por qué, necesariamente, hablar mal de los maridos.

No fue un pacto que hayamos establecido entre nosotras, el hablar de nuestros amantes. Simplemente así se dio. Fue mucho después que nos enteramos del estado civil y preferencias de cada quien, pero “¿y eso qué importa?”, sostuvimos entonces y sostenemos aún hoy las siete. Es como cuando tu pareja te dice “te amo” en el momento del acto más carnal y pleno del mundo, porque “la pasión une cuerpos que el amor separa”.

De lo que hablamos es de nuestras fantasías, descubrimientos, necesidades inmediatas y deseos, de nuestros avances en el terreno de la seducción y afanes por provocar a otros, de nuestras conquistas pasadas y actuales; así como de nuestro irremediable desdén a lo burdo y sin chiste. Lo complejo nos gusta. Es esa emoción perpetua la importante, esa sensación de travesura, de alimento, de no pasar de moda, de mantenerte atractiva, y esa venturosa posibilidad de no ser juzgada al comentarlo y retroalimentarte.

Nuestro punto de encuentro fue la Universidad, un diplomado en Administración, el cual de no ser por otra prima, ni siquiera habría iniciado. ¡Esa mi parentela tan entusiasta (metiche)! Y eso que suelo insistir que la mayoría de lo que he hecho se lo debo a los varones: honor a quien honor merece. Bueno, para bien o para mal…

Como dijo Quevedo y adapté yo, las siete que somos nosotras, vivimos en las dos décadas más interesantes de la mujer, los 10 años que transcurren entre los 29 y los 30, y la década que sigue. Nos une la alegría y la complicidad.

Todo comenzó cuando en una clase de mercadotecnia llegué con unas barajas traídas de Las Vegas, cartas de varones en toda su desnuda expresión y altanera belleza. Abrieron los estuches y ni qué decir, se ha generado tal cantidad de interjecciones como las que salían escritas cada que uno veía al dúo dinámico dándose trancazos con los malos. No pudimos aguantar la carcajada, y abandonamos la clase: Ya en el exilio autoimpuesto y en el colmo de nuestra risa desaforada, fuimos a tomar un cafecito.

Nos intercambiamos las barajas favoritas de cada quien, y dimos paso a las confesiones. Lucrecia nos mostró su baraja favorita: Me recuerda mi primera vez, dijo. Mi inseguridad ante tal portento humano, bronceado, escultural y de sonrisa perfecta. ¡Caramba!, descubrí que deseaba a ese hombre, me lo quise comer y lo unté con besos y caricias torpes; él también se puso nervioso, tanto, que la unión final de los cuerpos no se dio… Esa en la que el amor es lo que menos importa.

Lo que empezó de esa manera, casi un accidente, ha continuado entre las siete, como un remanso para intercambiar, alentar, oír consejos o escucharlos sin pedirlos, platicar fantasías o curiosidades personales, y redescubrirnos como mujeres atractivas, autosuficientes, con alta autoestima, pero sobre todo,

satisfechas.

A lo largo de estos ocho años que semana a semana me han permitido entrar a su intimidad, porque, digan si no, ¿qué mayor intimidad que compartir algo tan privado como las letras, sea leyendo o escribiendo?, ¿dialogando?, nosotras seguimos siendo amigas, y descubrimos el mundo cada día; en mucho, gracias a ustedes.

Comentarios: celiatgramos@gmail.com

“Libérale la mano a una mujer y comenzará a tocarte”, escribí en octubre de 2009. Esa fue la primera línea de la columna #1 de Mujeres en busca de sexo. Y qué creen queridos lectores, con esta entrega arrancamos el año nueve. Ustedes dirán…

Reflexionar sobre esa frase, aunque suena amorosa y gentil, hoy me parece que tiene impreso el sometimiento. Hemos cambiado en este tiempo, y cómo no, la experiencia se acumula. ¡Vaya!

Mi entrañable prima Bertha Odilia me dejó boquiabierta cuando me dijo que no se reunía con sus amigas, porque lo único que hacían era hablar mal de sus maridos. Desde entonces supe que cuando mis amigas y yo estuviéramos en esas edades (de mujeres adultas y fuera del hogar paterno), sería distinto, y lo es: nunca hablamos de los maridos, sí de nuestros amantes. Con esta idea surgió Mujeres en busca de sexo; además, de ser un pequeño homenaje a esta prima mía, a la que quise mucho y murió muy joven. También para demostrar que las mujeres reunidas no tienen por qué, necesariamente, hablar mal de los maridos.

No fue un pacto que hayamos establecido entre nosotras, el hablar de nuestros amantes. Simplemente así se dio. Fue mucho después que nos enteramos del estado civil y preferencias de cada quien, pero “¿y eso qué importa?”, sostuvimos entonces y sostenemos aún hoy las siete. Es como cuando tu pareja te dice “te amo” en el momento del acto más carnal y pleno del mundo, porque “la pasión une cuerpos que el amor separa”.

De lo que hablamos es de nuestras fantasías, descubrimientos, necesidades inmediatas y deseos, de nuestros avances en el terreno de la seducción y afanes por provocar a otros, de nuestras conquistas pasadas y actuales; así como de nuestro irremediable desdén a lo burdo y sin chiste. Lo complejo nos gusta. Es esa emoción perpetua la importante, esa sensación de travesura, de alimento, de no pasar de moda, de mantenerte atractiva, y esa venturosa posibilidad de no ser juzgada al comentarlo y retroalimentarte.

Nuestro punto de encuentro fue la Universidad, un diplomado en Administración, el cual de no ser por otra prima, ni siquiera habría iniciado. ¡Esa mi parentela tan entusiasta (metiche)! Y eso que suelo insistir que la mayoría de lo que he hecho se lo debo a los varones: honor a quien honor merece. Bueno, para bien o para mal…

Como dijo Quevedo y adapté yo, las siete que somos nosotras, vivimos en las dos décadas más interesantes de la mujer, los 10 años que transcurren entre los 29 y los 30, y la década que sigue. Nos une la alegría y la complicidad.

Todo comenzó cuando en una clase de mercadotecnia llegué con unas barajas traídas de Las Vegas, cartas de varones en toda su desnuda expresión y altanera belleza. Abrieron los estuches y ni qué decir, se ha generado tal cantidad de interjecciones como las que salían escritas cada que uno veía al dúo dinámico dándose trancazos con los malos. No pudimos aguantar la carcajada, y abandonamos la clase: Ya en el exilio autoimpuesto y en el colmo de nuestra risa desaforada, fuimos a tomar un cafecito.

Nos intercambiamos las barajas favoritas de cada quien, y dimos paso a las confesiones. Lucrecia nos mostró su baraja favorita: Me recuerda mi primera vez, dijo. Mi inseguridad ante tal portento humano, bronceado, escultural y de sonrisa perfecta. ¡Caramba!, descubrí que deseaba a ese hombre, me lo quise comer y lo unté con besos y caricias torpes; él también se puso nervioso, tanto, que la unión final de los cuerpos no se dio… Esa en la que el amor es lo que menos importa.

Lo que empezó de esa manera, casi un accidente, ha continuado entre las siete, como un remanso para intercambiar, alentar, oír consejos o escucharlos sin pedirlos, platicar fantasías o curiosidades personales, y redescubrirnos como mujeres atractivas, autosuficientes, con alta autoestima, pero sobre todo,

satisfechas.

A lo largo de estos ocho años que semana a semana me han permitido entrar a su intimidad, porque, digan si no, ¿qué mayor intimidad que compartir algo tan privado como las letras, sea leyendo o escribiendo?, ¿dialogando?, nosotras seguimos siendo amigas, y descubrimos el mundo cada día; en mucho, gracias a ustedes.

Comentarios: celiatgramos@gmail.com