/ sábado 14 de octubre de 2017

Mujeres en busca de sexo / La media luz

No entiendo, siendo tan excitante el baile, cómo la mujer o el hombre tienen que someterse a este ritual en soledad, sin que nadie los vea, si lo interesante sería saberse y sentirse observado. Lo digo, porque uno escucha música que lo atrapa, mientras está solo y se explaya en la danza, ¡se aloca!, podríamos decir. ¡Ah!, pero acude a un baile, y mejor se recata o se abstiene.

Hablemos de un baile mayormente sugestivo. El deseo del cuerpo nace por la mirada, a través de ella andamos por senderos deleitables. Los seres humanos traemos por naturaleza esa gana de agradar, es como una guía interna, que sabe actuar y moverse, como nosotros creímos que no podríamos. Dejémonos llevar. La media luz es como la media luna: avanza o se esfuma.

No obstante, el desnudo rítmico debe dejar caer, cuidadosamente, estudiadamente, las prendas suaves, deliciosas al roce, delicadas, en regocijo a los sentidos, al tacto y al contacto...

Todo es cuestión de rituales en este mundo, primero la música, luego el baile, luego el desprendimiento de las telas y finalmente el color de la piel, en carne viva y en el vaivén constante. El tacto se estimula y estimula el olfato. Fragancia mezclada misteriosamente con el humor. Perfume que combina naturalezas.

El olor de la piel y de las telas en armonía. Se rememora: Costureras y más costureras, dándole duro a la máquina de coser, revisando moldes, midiendo, cortando, hilvanando a mano. En fin, elaborando ropa de dama, ropa íntima, de esa que no se ve, pero mucho disfrutamos al contacto con ella y al vérnosla puesta. Mujeres como nosotras, trabajando a destajo, para que luego de cubrir el cuerpo, se cubra nuevamente por otras prendas, unas más convencionales o menos delicadas. Trabajos bajo diseño muchas veces de hombres, para júbilo de ellos y luego, de nosotras, que nos sentimos sexys al usarlas.

¿Hasta qué punto ha influido que la suavidad de esas telas y sus diseños, nos hagan creernos sexys al portarlas, incluso sin que nos las vean?...

¡Qué mejor disfrute!, nos repetimos, cuando unas manos varoniles hacen que desaparezca esa prenda socialmente necesaria para transitar por la vida, y -cuál artesano- continúan haciendo que cedan las telas más sensibles, aquellas que realmente cubren el cuerpo del deseo, nuestras zonas erógenas.  Manos grandes, hábiles, que primero la miran, luego la tocan, la huelen y se quedan con nuestra primera piel. ¡Qué regocijo! Rara pero inseparable sincronía de tacto y olfato.

Hace 110 años desde el sujetador y setecientos desde el córset, que la ropa íntima va evolucionando con la moda. Si habláramos de los primeros siglos, existían los strophium, unas bandas de seda con que se cubrían el pecho las mujeres romanas, muchas centurias transcurrieron para que apareciera el brassiere, que nació por el deseo del hombre anhelante de las formas, figuras, contexturas, y se renovó de acuerdo al concepto de belleza femenina determinado por los varones a lo largo de la humanidad. Los piensan los hombres, lo usamos las mujeres.

Se nos bombardea siempre con una descarga de productos para vestir, sujetar, proteger, embellecer, disminuir o agrandar los pechos. Desde finales de la Edad Media, las tentativas para moldear el cuerpo se hallan tan profundamente grabadas en el inconsciente colectivo que resulta difícil hablar de un cuerpo natural. La lencería es una segunda piel, un segundo esqueleto. Las prendas que se hallan en contacto directo con el cuerpo desnudo a menudo se ven como objetos sexuales por derecho propio, fetiches de las fantasías de la indumentaria social.

La historia del calzón fue otra. Primero la llamada feminalia, pequeño calzón de seda y la interula, especie de camisa interior hecha de algodón, lino, o seda natural que usaron señoras y señores desde el período gótico hasta bien entrado el siglo XIX. En 1939 llegó la lycra, con lo que vino a revolucionarse la historia. Los periodos de guerras resultan más que destructivos, pero dejan avances tecnológicos y nuevos descubrimientos. No cabe duda que estamos hechos para vivir en dificultades, aunque pensamos, por quién sabe qué extraño motivo, que todo lo tenemos controlado. Así, cuando todo es complejo, creamos; aunque los inventos sean usados hasta después en la vida cotidiana. Llegan las medias de lycra –las medias se usaron desde el siglo XVI-, los ligueros, y las faldas comienzan a recortarse. Todo se recorta, hasta el presupuesto…

¿Qué prefieren ustedes, ropa holgada o pegada a la piel? Más preguntas: ¿De quién es el sexo?..., ¿de quién lo cubre o de quién lo descubre?

 

Comentarios: celiatgramos@gmail.com

No entiendo, siendo tan excitante el baile, cómo la mujer o el hombre tienen que someterse a este ritual en soledad, sin que nadie los vea, si lo interesante sería saberse y sentirse observado. Lo digo, porque uno escucha música que lo atrapa, mientras está solo y se explaya en la danza, ¡se aloca!, podríamos decir. ¡Ah!, pero acude a un baile, y mejor se recata o se abstiene.

Hablemos de un baile mayormente sugestivo. El deseo del cuerpo nace por la mirada, a través de ella andamos por senderos deleitables. Los seres humanos traemos por naturaleza esa gana de agradar, es como una guía interna, que sabe actuar y moverse, como nosotros creímos que no podríamos. Dejémonos llevar. La media luz es como la media luna: avanza o se esfuma.

No obstante, el desnudo rítmico debe dejar caer, cuidadosamente, estudiadamente, las prendas suaves, deliciosas al roce, delicadas, en regocijo a los sentidos, al tacto y al contacto...

Todo es cuestión de rituales en este mundo, primero la música, luego el baile, luego el desprendimiento de las telas y finalmente el color de la piel, en carne viva y en el vaivén constante. El tacto se estimula y estimula el olfato. Fragancia mezclada misteriosamente con el humor. Perfume que combina naturalezas.

El olor de la piel y de las telas en armonía. Se rememora: Costureras y más costureras, dándole duro a la máquina de coser, revisando moldes, midiendo, cortando, hilvanando a mano. En fin, elaborando ropa de dama, ropa íntima, de esa que no se ve, pero mucho disfrutamos al contacto con ella y al vérnosla puesta. Mujeres como nosotras, trabajando a destajo, para que luego de cubrir el cuerpo, se cubra nuevamente por otras prendas, unas más convencionales o menos delicadas. Trabajos bajo diseño muchas veces de hombres, para júbilo de ellos y luego, de nosotras, que nos sentimos sexys al usarlas.

¿Hasta qué punto ha influido que la suavidad de esas telas y sus diseños, nos hagan creernos sexys al portarlas, incluso sin que nos las vean?...

¡Qué mejor disfrute!, nos repetimos, cuando unas manos varoniles hacen que desaparezca esa prenda socialmente necesaria para transitar por la vida, y -cuál artesano- continúan haciendo que cedan las telas más sensibles, aquellas que realmente cubren el cuerpo del deseo, nuestras zonas erógenas.  Manos grandes, hábiles, que primero la miran, luego la tocan, la huelen y se quedan con nuestra primera piel. ¡Qué regocijo! Rara pero inseparable sincronía de tacto y olfato.

Hace 110 años desde el sujetador y setecientos desde el córset, que la ropa íntima va evolucionando con la moda. Si habláramos de los primeros siglos, existían los strophium, unas bandas de seda con que se cubrían el pecho las mujeres romanas, muchas centurias transcurrieron para que apareciera el brassiere, que nació por el deseo del hombre anhelante de las formas, figuras, contexturas, y se renovó de acuerdo al concepto de belleza femenina determinado por los varones a lo largo de la humanidad. Los piensan los hombres, lo usamos las mujeres.

Se nos bombardea siempre con una descarga de productos para vestir, sujetar, proteger, embellecer, disminuir o agrandar los pechos. Desde finales de la Edad Media, las tentativas para moldear el cuerpo se hallan tan profundamente grabadas en el inconsciente colectivo que resulta difícil hablar de un cuerpo natural. La lencería es una segunda piel, un segundo esqueleto. Las prendas que se hallan en contacto directo con el cuerpo desnudo a menudo se ven como objetos sexuales por derecho propio, fetiches de las fantasías de la indumentaria social.

La historia del calzón fue otra. Primero la llamada feminalia, pequeño calzón de seda y la interula, especie de camisa interior hecha de algodón, lino, o seda natural que usaron señoras y señores desde el período gótico hasta bien entrado el siglo XIX. En 1939 llegó la lycra, con lo que vino a revolucionarse la historia. Los periodos de guerras resultan más que destructivos, pero dejan avances tecnológicos y nuevos descubrimientos. No cabe duda que estamos hechos para vivir en dificultades, aunque pensamos, por quién sabe qué extraño motivo, que todo lo tenemos controlado. Así, cuando todo es complejo, creamos; aunque los inventos sean usados hasta después en la vida cotidiana. Llegan las medias de lycra –las medias se usaron desde el siglo XVI-, los ligueros, y las faldas comienzan a recortarse. Todo se recorta, hasta el presupuesto…

¿Qué prefieren ustedes, ropa holgada o pegada a la piel? Más preguntas: ¿De quién es el sexo?..., ¿de quién lo cubre o de quién lo descubre?

 

Comentarios: celiatgramos@gmail.com