/ jueves 2 de diciembre de 2021

Mundo sin residuos

En los últimos años uno de los temas que ha atraído los reflectores de la agenda ambiental es el de la contaminación por residuos. Y aunque pareciera ser solo el resultado de una actividad económica no bien regulada, es también el resultado de malas prácticas de los consumidores, lo que se traduce en una bomba de tiempo para el medio ambiente.

Con lo anterior, no me refiero únicamente a temas de contaminación del aire, sino a la presencia de residuos sólidos contaminantes que afectan los ecosistemas en su conjunto. Ejemplo muy puntual es el asunto de los plásticos y la ropa, dos productos de uso habitual entre la población de todo el planeta que de manera desmedida finalizan como basura.

No podemos pensar en un mundo sin residuos, porque por naturaleza el consumo humano los genera , pero sí podemos lograr un mundo con residuos controlados y bien manejados. Siguiendo el ejemplo citado arriba, los plásticos de un solo uso son una gran amenaza; lamentablemente, los encontramos en muchos de los productos que consumimos a diario, pero si hiciéramos un zoom para enfocar un producto específico y pensáraamos en las botellas para beber líquidos, agua o refresco, encontraríamos que son miles de millones las botellas que se consumen diariamente. Y si bien una forma de manejarlas adecuadamente antes de que se conviertan en basura es la disposición final adecuada para que se puedan reciclar, hay un debate fuerte para hacerse cargo de poner la infraestructura de acopio adecuada; esta medida es parte de la cadena de solución al problema, pero ¿es responsabilidad del productor o es, después de haberse sacado del anaquel, responsabilidad de los consumidores?

La respuesta más fácil es hablar de una responsabilidad compartida; sin embargo, el consumidor no puede asumir los costos de instalar la infraestructura para la disposición final y posterior reciclaje de dichos residuos.

Este tema tiene que ver también con la justicia climática, porque lamentablemente en las naciones donde hay más pobreza, las botellas de plástico y la ropa, denominada “ropa de moda rápida” porque en su gran mayoría son prendas de poliéster o fibra sintética, terminan en los vertederos y en los fondos marinos, afectando los ecosistemas y la biodiversidad en el océano.

Estos dos grandes problemas no deben ser atendidos en el marco del greenwashing -vender una idea de empresa responsable del medio ambiente sin hacerlo en realidad-, lo que muchos productores han querido hacer, sino obligar a los productores a asumir el problema de manera más seria y contemplar desde el inicio de su producción un porcentaje de las ganancias para solucionar el problema de origen, de manera para que no siga siendo fuente de contaminación de los ecosistema terrestres y marinos.

Hay envases de plástico y ropa en todo el globo terráqueo, y lamentablemente, en los últimos 20 años se ha visto un crecimiento en ascenso de esta problemática. El principio de derecho internacional que rige entre naciones: “el que contamina paga”, debería también aplicarse al interior de las naciones y empezar a tomar las medidas de solución con seriedad.

Este es el momento de restaurar los océanos y los ecosistemas terrestres, afectados por estos residuos, ya que si se mantienen los patrones de producción y consumo en una lógica de business as usual, tendremos ecosistemas, que hoy ya son frágiles, al borde del colapso. La respuesta no es dejar de consumir, pero sí hacerlo de manera responsable.

No debemos de seguir incrementando las montañas de basura que vemos en diversas imágenes en los países en desarrollo; nuevamente en términos de justicia ambiental, los países más pobres son los más afectados.

Como se señaló al surgir el concepto de desarrollo sustentable en 1987 plasmado en el documento Nuestro Futuro Común, el desarrollo sustentable es aquél tipo de desarrollo que se preocupa por satisfacer las necesidades actuales, sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras; en ese sentido, debemos ya de poner un freno a la forma en la que se tiran los residuos sólidos al vertedero, pensar en las generaciones futuras y no destruirles los ecosistemas que hoy no cuidamos.

Si los océanos están siendo los nuevos centros de resiliencia para la vulnerabilidad climática, debemos de protegerlos y garantizar su supervivencia por el bien de la humanidad: el mar es el sistema de soporte que hace posible la vida en la tierra. Los residuos sólidos deben dejar de ser una amenaza permanente.

Estamos presenciando la cuenta regresiva respecto al uso de los residuos, para que no terminen siendo la bomba de tiempo que evite que las generaciones futuras conozcan los ecosistemas sanos.

Los esfuerzos de economía circular tienen que empezar a dar resultados en el corto plazo para que se conviertan en soluciones basadas en la tecnología y en la naturaleza, una combinación perfecta para los patrones de producción y consumo que hoy tenemos.

No podremos garantizar un mundo sin residuos, pero sí un mundo que dispone bien de los residuos en el presente y por el futuro.


En los últimos años uno de los temas que ha atraído los reflectores de la agenda ambiental es el de la contaminación por residuos. Y aunque pareciera ser solo el resultado de una actividad económica no bien regulada, es también el resultado de malas prácticas de los consumidores, lo que se traduce en una bomba de tiempo para el medio ambiente.

Con lo anterior, no me refiero únicamente a temas de contaminación del aire, sino a la presencia de residuos sólidos contaminantes que afectan los ecosistemas en su conjunto. Ejemplo muy puntual es el asunto de los plásticos y la ropa, dos productos de uso habitual entre la población de todo el planeta que de manera desmedida finalizan como basura.

No podemos pensar en un mundo sin residuos, porque por naturaleza el consumo humano los genera , pero sí podemos lograr un mundo con residuos controlados y bien manejados. Siguiendo el ejemplo citado arriba, los plásticos de un solo uso son una gran amenaza; lamentablemente, los encontramos en muchos de los productos que consumimos a diario, pero si hiciéramos un zoom para enfocar un producto específico y pensáraamos en las botellas para beber líquidos, agua o refresco, encontraríamos que son miles de millones las botellas que se consumen diariamente. Y si bien una forma de manejarlas adecuadamente antes de que se conviertan en basura es la disposición final adecuada para que se puedan reciclar, hay un debate fuerte para hacerse cargo de poner la infraestructura de acopio adecuada; esta medida es parte de la cadena de solución al problema, pero ¿es responsabilidad del productor o es, después de haberse sacado del anaquel, responsabilidad de los consumidores?

La respuesta más fácil es hablar de una responsabilidad compartida; sin embargo, el consumidor no puede asumir los costos de instalar la infraestructura para la disposición final y posterior reciclaje de dichos residuos.

Este tema tiene que ver también con la justicia climática, porque lamentablemente en las naciones donde hay más pobreza, las botellas de plástico y la ropa, denominada “ropa de moda rápida” porque en su gran mayoría son prendas de poliéster o fibra sintética, terminan en los vertederos y en los fondos marinos, afectando los ecosistemas y la biodiversidad en el océano.

Estos dos grandes problemas no deben ser atendidos en el marco del greenwashing -vender una idea de empresa responsable del medio ambiente sin hacerlo en realidad-, lo que muchos productores han querido hacer, sino obligar a los productores a asumir el problema de manera más seria y contemplar desde el inicio de su producción un porcentaje de las ganancias para solucionar el problema de origen, de manera para que no siga siendo fuente de contaminación de los ecosistema terrestres y marinos.

Hay envases de plástico y ropa en todo el globo terráqueo, y lamentablemente, en los últimos 20 años se ha visto un crecimiento en ascenso de esta problemática. El principio de derecho internacional que rige entre naciones: “el que contamina paga”, debería también aplicarse al interior de las naciones y empezar a tomar las medidas de solución con seriedad.

Este es el momento de restaurar los océanos y los ecosistemas terrestres, afectados por estos residuos, ya que si se mantienen los patrones de producción y consumo en una lógica de business as usual, tendremos ecosistemas, que hoy ya son frágiles, al borde del colapso. La respuesta no es dejar de consumir, pero sí hacerlo de manera responsable.

No debemos de seguir incrementando las montañas de basura que vemos en diversas imágenes en los países en desarrollo; nuevamente en términos de justicia ambiental, los países más pobres son los más afectados.

Como se señaló al surgir el concepto de desarrollo sustentable en 1987 plasmado en el documento Nuestro Futuro Común, el desarrollo sustentable es aquél tipo de desarrollo que se preocupa por satisfacer las necesidades actuales, sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras; en ese sentido, debemos ya de poner un freno a la forma en la que se tiran los residuos sólidos al vertedero, pensar en las generaciones futuras y no destruirles los ecosistemas que hoy no cuidamos.

Si los océanos están siendo los nuevos centros de resiliencia para la vulnerabilidad climática, debemos de protegerlos y garantizar su supervivencia por el bien de la humanidad: el mar es el sistema de soporte que hace posible la vida en la tierra. Los residuos sólidos deben dejar de ser una amenaza permanente.

Estamos presenciando la cuenta regresiva respecto al uso de los residuos, para que no terminen siendo la bomba de tiempo que evite que las generaciones futuras conozcan los ecosistemas sanos.

Los esfuerzos de economía circular tienen que empezar a dar resultados en el corto plazo para que se conviertan en soluciones basadas en la tecnología y en la naturaleza, una combinación perfecta para los patrones de producción y consumo que hoy tenemos.

No podremos garantizar un mundo sin residuos, pero sí un mundo que dispone bien de los residuos en el presente y por el futuro.