/ lunes 5 de marzo de 2018

Nacionalismo económico y 7a ronda de negociaciones TLCAN

México ha consolidado una economía industrial que hoy sorprende a propios y extraños. En buena medida el crecimiento del PIB se debió al dinamismo del sector manufacturero que creció 1.8 % en el $T del 2017. La economía exportadora también es un buen reflejo del cambio estructural que significó en su momento el TLCAN 1.0, un formidable acomodo institucional y legal, de una economía cerrada a una economía abierta y en proceso de consolidar las instituciones de un nuevo marco económico, tales como COFEMER, la CNCE, el IMPI y el SISMENECentre muchas otras.

Las negociaciones de la nueva versión del TLCAN 2.0 siguen avanzando, más lentamente de lo que en México se esperaría o se quisiera. Al menos, 30 temas abiertos durante la séptima ronda demostraron lo complejo que ha resultado la negociación y cómo nos vamos adaptando a un nuevo marco de colaboración estratégica dentro del acuerdo. Las reglas se endurecen con el fin de hacer más estratégico el acuerdo para las partes, más que dar marcha atrás a un proceso de integración, se conformarían nuevas condiciones que se llevarían mucho tiempo por un lado, y por otro, la competitividad regional entraría a nuevas dimensiones y cambios instrumentales para lograr los objetivos.

El anuncio del presidente Donald Trump de que utilizará la herramienta de los aranceles para compensar su comercio, y en el caso del acero y el aluminio, definitivamente lo que quiere es sustituir importaciones y no abandonar -de ninguna manera- las industrias básicas y el aprovechamiento de los recursos naturales de EEUU, ampliamente sobreregulados. Esto también se da en un contexto, donde no sólo reaparece el proteccionismo, sino también la carrera armamentista y la lucha por la supremacía tecnológica, como lo evidenció el presidente ruso Vladimir Putin la semana pasada.

Sin duda, lo que plantea el neonacionalismo que estamos experimentando, es una corrección del modelo económico global multipolar, para nuevamente hacer una lógica de bloques comerciales, zonas de libre comercio y una competencia intensiva para atraer inversiones generadoras de empleos, ante la desigualdad que el modelo económico propicia en todos los países, incluyendo EEUU y Rusia, sendos protagonistas de esta historia.

Más allá de un efectismo electorero, lo que está en juego es un pragmatismo que mueve mercados, que cambia expectativas, que provoca incertidumbre y volatilidad en las bolsas de valores y en el mercado de cambios. Pero con esas expectativas, también aparece la estrategia de fortalecer la industria estadounidense desde su propia raíz armamentista y la reconsideración del riesgo en los sistemas de seguridad nacional y seguridad interior. Muchas de nuevas reglas de comercio e integración regional, excluyen de manera expresa, los temas del ejército y la industria militar.

El neonacionalismo también se expresa en la política migratoria que busca atraer talento y amentar las restricciones para los visados y la migración legal. Por un lado, el enfoque de seguridad se expresa en las directivas del presidente Trump y por otro, en su propuesta migratoria claramente dimensiona el mérito y su potencial para aumentar la competitividad del país.

La industria automotriz estadounidense no puede más que entrar el marco que establece la presidencia de EEUU, reconsiderar sus plataformas de exportación y negociar claramente los posibles beneficios de articular reglas de origen mucho más especializadas para gozar de los beneficios del acuerdo. Se trata de una política industrial en el siglo XXI, sin pudor ni ambigüedades, que no gusta a los teóricos ortodoxos y que pone en el horizonte, una reorganización de inversiones y el resurgimiento de una industria tradicional que había perdido competitividad en ese país.

También hay que resaltar como elemento del neonacionalismo económico, en el contexto de la séptima ronda de negociaciones del TLCAN 2.0, el despliegue de la reforma fiscal en EEUU que pone a ese país en el redar del crecimiento y las oportunidades en muchos sectores que retoman potencial por el brío económico y la desregulación emprendida en esa economía.

Mientras en el mundo están analizando las posibles represalias o acciones coordinadas ante las medidas neoproteccionistas de EEUU respecto a su noción de “comercio justo”, México y Canadá, así como otros aliados importantes de ese país, esperarían tomar alguna ventaja orientada a garantizar una industria sólida en los aliados estratégicos de EEUU.

Por último, otro elemento del neonacionalismo económico del presidente Trump es su propuesta de infraestructura, otra vertiente de inversión histórica en EEUU para renovar puentes, carreteras y otras infraestructuras incluso militares para configurar un ambiente de prosperidad y orgullo nacionalista, que aumentan las probabilidades de fortalecer su corriente en las elecciones intermedias para avanzar en sus reformas que lo lleven a su reelección.

México ha consolidado una economía industrial que hoy sorprende a propios y extraños. En buena medida el crecimiento del PIB se debió al dinamismo del sector manufacturero que creció 1.8 % en el $T del 2017. La economía exportadora también es un buen reflejo del cambio estructural que significó en su momento el TLCAN 1.0, un formidable acomodo institucional y legal, de una economía cerrada a una economía abierta y en proceso de consolidar las instituciones de un nuevo marco económico, tales como COFEMER, la CNCE, el IMPI y el SISMENECentre muchas otras.

Las negociaciones de la nueva versión del TLCAN 2.0 siguen avanzando, más lentamente de lo que en México se esperaría o se quisiera. Al menos, 30 temas abiertos durante la séptima ronda demostraron lo complejo que ha resultado la negociación y cómo nos vamos adaptando a un nuevo marco de colaboración estratégica dentro del acuerdo. Las reglas se endurecen con el fin de hacer más estratégico el acuerdo para las partes, más que dar marcha atrás a un proceso de integración, se conformarían nuevas condiciones que se llevarían mucho tiempo por un lado, y por otro, la competitividad regional entraría a nuevas dimensiones y cambios instrumentales para lograr los objetivos.

El anuncio del presidente Donald Trump de que utilizará la herramienta de los aranceles para compensar su comercio, y en el caso del acero y el aluminio, definitivamente lo que quiere es sustituir importaciones y no abandonar -de ninguna manera- las industrias básicas y el aprovechamiento de los recursos naturales de EEUU, ampliamente sobreregulados. Esto también se da en un contexto, donde no sólo reaparece el proteccionismo, sino también la carrera armamentista y la lucha por la supremacía tecnológica, como lo evidenció el presidente ruso Vladimir Putin la semana pasada.

Sin duda, lo que plantea el neonacionalismo que estamos experimentando, es una corrección del modelo económico global multipolar, para nuevamente hacer una lógica de bloques comerciales, zonas de libre comercio y una competencia intensiva para atraer inversiones generadoras de empleos, ante la desigualdad que el modelo económico propicia en todos los países, incluyendo EEUU y Rusia, sendos protagonistas de esta historia.

Más allá de un efectismo electorero, lo que está en juego es un pragmatismo que mueve mercados, que cambia expectativas, que provoca incertidumbre y volatilidad en las bolsas de valores y en el mercado de cambios. Pero con esas expectativas, también aparece la estrategia de fortalecer la industria estadounidense desde su propia raíz armamentista y la reconsideración del riesgo en los sistemas de seguridad nacional y seguridad interior. Muchas de nuevas reglas de comercio e integración regional, excluyen de manera expresa, los temas del ejército y la industria militar.

El neonacionalismo también se expresa en la política migratoria que busca atraer talento y amentar las restricciones para los visados y la migración legal. Por un lado, el enfoque de seguridad se expresa en las directivas del presidente Trump y por otro, en su propuesta migratoria claramente dimensiona el mérito y su potencial para aumentar la competitividad del país.

La industria automotriz estadounidense no puede más que entrar el marco que establece la presidencia de EEUU, reconsiderar sus plataformas de exportación y negociar claramente los posibles beneficios de articular reglas de origen mucho más especializadas para gozar de los beneficios del acuerdo. Se trata de una política industrial en el siglo XXI, sin pudor ni ambigüedades, que no gusta a los teóricos ortodoxos y que pone en el horizonte, una reorganización de inversiones y el resurgimiento de una industria tradicional que había perdido competitividad en ese país.

También hay que resaltar como elemento del neonacionalismo económico, en el contexto de la séptima ronda de negociaciones del TLCAN 2.0, el despliegue de la reforma fiscal en EEUU que pone a ese país en el redar del crecimiento y las oportunidades en muchos sectores que retoman potencial por el brío económico y la desregulación emprendida en esa economía.

Mientras en el mundo están analizando las posibles represalias o acciones coordinadas ante las medidas neoproteccionistas de EEUU respecto a su noción de “comercio justo”, México y Canadá, así como otros aliados importantes de ese país, esperarían tomar alguna ventaja orientada a garantizar una industria sólida en los aliados estratégicos de EEUU.

Por último, otro elemento del neonacionalismo económico del presidente Trump es su propuesta de infraestructura, otra vertiente de inversión histórica en EEUU para renovar puentes, carreteras y otras infraestructuras incluso militares para configurar un ambiente de prosperidad y orgullo nacionalista, que aumentan las probabilidades de fortalecer su corriente en las elecciones intermedias para avanzar en sus reformas que lo lleven a su reelección.