/ jueves 5 de marzo de 2020

“Nada para nosotros, sin nosotros”

VER

Este fue un lema que varias veces resonó en el reciente Evento de Alto Nivel, organizado por la UNESCO y el gobierno de México en el Centro Cultural Los Pinos, con el objetivo de analizar los resultados del año decretado por la ONU, el 2019, para proteger e impulsar las lenguas indígenas en todo el mundo, casi unas siete mil, y para promover aportes para la década que se dedicará a esas lenguas, del 2022 al 2032, impulsada por la misma ONU, pues el 40% de las mismas están en proceso de extinción.

La Nunciatura Apostólica de nuestro país me pidió participar, representando a la Iglesia Católica, y pude constatar cómo el Espíritu trabaja también fuera del ámbito eclesial, para defender los idiomas con sus respectivos dialectos, sembrados por Dios en todo el universo, y cómo la globalización los está destruyendo. Pude aportar lo que en el CELAM y entre nosotros se está haciendo en defensa de estas lenguas, y cómo podemos unirnos a este esfuerzo mundial por su preservación. Insistí en que es un derecho humano el que estos pueblos puedan vivir y celebrar su religión en su propio idioma.

En nuestra patria, hay preclaros agentes de pastoral no indígenas que han aprendido y usan idiomas originarios. Las Sociedades Bíblicas, de corte protestante o evangélico, nos llevan la delantera, sobre todo al haber hecho traducciones de la Biblia a casi todos los 68 idiomas indígenas del país, en algunos casos incluso a sus variantes regionales. Hay sacerdotes que han traducido catecismos, oraciones, algunas partes de la Biblia, como los textos de las misas dominicales, cantos, etc.; sin embargo, son muy pocas las traducciones completas de la Biblia. Sólo un Nuevo Testamento en maya, más la Biblia en tseltal y en tsotsil de Chiapas. Y traducciones litúrgicas a idiomas indígenas, ya fueron aprobadas por la Conferencia Episcopal la rarámuri, para Tarahumara, la tseltal y tsotsil para Chiapas, la náhuatl para unas 20 diócesis que lo hablan.

Nos falta mucho para que nuestros pueblos originarios escuchen la Palabra de Dios y celebren los sacramentos en su propio idioma. Sin embargo, estamos en ello. Ahora contamos con más sacerdotes indígenas, identificados con su cultura, que están haciendo un notable esfuerzo por impulsar y apoyar este proceso de traducción. En estos dos años recientes, una vez que regresé a mi diócesis de origen, acompaño la traducción de la Misa al ñahñhu, ñhahthö, u otomí, que se habla en el Valle de Toluca y en poblaciones de Hidalgo, Querétaro y Ciudad de México. Esto es en cuestión de traducciones, pero la lengua es sólo un aspecto de una la cultura, que implica toda la vida. Y en todo esto, es necesario tomarlos mucho más en cuenta a ellos mismos.

PENSAR

En su Exhortación Querida Amazonia, el Papa Francisco nos invita a lo que es válido no sólo para esa región, sino para la pastoral con pueblos originarios en cualquier parte:


“Ellos son los principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia, y a quienes debemos pedir permiso para poder presentar nuestras propuestas” (26).

“Se trata de reconocer al otro y de valorarlo ‘como otro’, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera de vivir y trabajar” (27).

ACTUAR

Que el Espíritu Santo mueva nuestro corazón, para que no impongamos el idioma dominante a los pueblos originarios, sino que respetemos su lengua nativa y la promovamos en la sociedad y en la Iglesia. No colaboremos también nosotros a su extinción.

VER

Este fue un lema que varias veces resonó en el reciente Evento de Alto Nivel, organizado por la UNESCO y el gobierno de México en el Centro Cultural Los Pinos, con el objetivo de analizar los resultados del año decretado por la ONU, el 2019, para proteger e impulsar las lenguas indígenas en todo el mundo, casi unas siete mil, y para promover aportes para la década que se dedicará a esas lenguas, del 2022 al 2032, impulsada por la misma ONU, pues el 40% de las mismas están en proceso de extinción.

La Nunciatura Apostólica de nuestro país me pidió participar, representando a la Iglesia Católica, y pude constatar cómo el Espíritu trabaja también fuera del ámbito eclesial, para defender los idiomas con sus respectivos dialectos, sembrados por Dios en todo el universo, y cómo la globalización los está destruyendo. Pude aportar lo que en el CELAM y entre nosotros se está haciendo en defensa de estas lenguas, y cómo podemos unirnos a este esfuerzo mundial por su preservación. Insistí en que es un derecho humano el que estos pueblos puedan vivir y celebrar su religión en su propio idioma.

En nuestra patria, hay preclaros agentes de pastoral no indígenas que han aprendido y usan idiomas originarios. Las Sociedades Bíblicas, de corte protestante o evangélico, nos llevan la delantera, sobre todo al haber hecho traducciones de la Biblia a casi todos los 68 idiomas indígenas del país, en algunos casos incluso a sus variantes regionales. Hay sacerdotes que han traducido catecismos, oraciones, algunas partes de la Biblia, como los textos de las misas dominicales, cantos, etc.; sin embargo, son muy pocas las traducciones completas de la Biblia. Sólo un Nuevo Testamento en maya, más la Biblia en tseltal y en tsotsil de Chiapas. Y traducciones litúrgicas a idiomas indígenas, ya fueron aprobadas por la Conferencia Episcopal la rarámuri, para Tarahumara, la tseltal y tsotsil para Chiapas, la náhuatl para unas 20 diócesis que lo hablan.

Nos falta mucho para que nuestros pueblos originarios escuchen la Palabra de Dios y celebren los sacramentos en su propio idioma. Sin embargo, estamos en ello. Ahora contamos con más sacerdotes indígenas, identificados con su cultura, que están haciendo un notable esfuerzo por impulsar y apoyar este proceso de traducción. En estos dos años recientes, una vez que regresé a mi diócesis de origen, acompaño la traducción de la Misa al ñahñhu, ñhahthö, u otomí, que se habla en el Valle de Toluca y en poblaciones de Hidalgo, Querétaro y Ciudad de México. Esto es en cuestión de traducciones, pero la lengua es sólo un aspecto de una la cultura, que implica toda la vida. Y en todo esto, es necesario tomarlos mucho más en cuenta a ellos mismos.

PENSAR

En su Exhortación Querida Amazonia, el Papa Francisco nos invita a lo que es válido no sólo para esa región, sino para la pastoral con pueblos originarios en cualquier parte:


“Ellos son los principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia, y a quienes debemos pedir permiso para poder presentar nuestras propuestas” (26).

“Se trata de reconocer al otro y de valorarlo ‘como otro’, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera de vivir y trabajar” (27).

ACTUAR

Que el Espíritu Santo mueva nuestro corazón, para que no impongamos el idioma dominante a los pueblos originarios, sino que respetemos su lengua nativa y la promovamos en la sociedad y en la Iglesia. No colaboremos también nosotros a su extinción.

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