/ lunes 3 de septiembre de 2018

NAFTA, la estrategia y el posible fin

La semana pasada inició con un abrupto montaje escénico en el que Trump y Peña celebraban el haber logrado un acuerdo comercial con beneficios mutuos, del que se esperaba aún al mediodía del viernes, Canadá formara parte para así concluir la renegociación del TLCAN. Sin embargo, el escenario más apreciado para el gobierno republicano, se logró, y hoy Estados Unidos podría imponer sus reglas de manera bilateral con ambos países.

Desde hace 24 años, NAFTA se concibió como el mecanismo de integración más ambicioso de nuestra región. México, Estados Unidos y Canadá, se presentaban al mundo como uno de los bloques más importantes y, con mayor potencial de crecimiento y cooperación. A más de dos décadas de distancia, el pasado viernes tras la falta de acuerdo, Canadá decidió no ceder ante Washington que pretendía beneficiarse de su industria de lácteos, y con ello ha se cierra una etapa, en la que las políticas comerciales parecen virar hacia territorios menos esperanzadores.

La entrada en vigor de este acuerdo trilateral, significó para los tres países que el comercio se cuadruplicara, pasando de 297 mil millones de dólares a 1.14 billones de dólares, lo que impulsó su economía, redujo los precios para los consumidores, y amplió significativamente la oferta de bienes y servicios. Durante este tiempo, las exportaciones mexicanas que en aquel entonces representaban apenas el 12.14 por ciento del PIB, pasaron significar más del 35 por ciento. México se convirtió en estos años en el principal exportador de vehículos a Estados Unidos, con estimaciones que pronosticaban que para 2020, 1 de cada 4 coches en el país vecino, provendrían de nuestra industria automotriz.

Hoy la historia parece distinta. Trump quien ha tomado muy personal el que Justin Trudeau, le haya desmentido después de la Cumbre del G7, ha logrado que esa tensión juegue en favor de los intereses de su país, logrando un impasse, que por más que lo desee nuestro Canciller, provocará que en el corto plazo, Estados Unidos tenga mayores posibilidades de materializar su objetivo inicial, el de tener acuerdos comerciales por separado con México y Canadá.

Un nuevo escenario de estas dimensiones, sería perjudicial en todo sentido para nuestro país, y el de la hoja de maple. Estados Unidos gozaría de la posibilidad de mejores condiciones para imponer su demandas –cómo ya lo ha hecho con México, incluso a los ojos de Jesús Seade, encargado del tema por la próxima administración- lo que finalmente desdibujaría la idea de una integración de América del Norte basada en el libre comercio.

El gobierno de Trudeau a través de Freeman ha sido claro, no abrirá su mercado de lácteos, ni consentirá que con el fin del Capítulo 19, Washington persiga desde sus cortes casos antidumping y antisubvenciones, por lo que buscarán un mejor acuerdo.

Por ahora, la Casa Blanca ya notificó al Congreso la intención de firma en un plazo que habilita a Peña Nieto a signar el instrumento internacional, pero que podría concluirse con Ottawa de otra manera, no precisamente trilateral, sino sólo entre canadienses y estadounidense.

En el fondo para Trump, la posición de Trudeau ha generado un malestar agravado. No sólo ha demostrado la incapacidad del magnate para doblegar a Canadá en tiempo y forma, sino que también abunda a ese desprestigio y constantes comparaciones, que incluso llevarán a la portada de la revista Rolling Stone, a cuestionarse por qué el Primer Ministro canadiense no podía ser Presidente en EUA, en lugar de un tipo lleno de ocurrencias que están acabando con el prestigio internacional estadounidense y con la seriedad de sus instituciones.

La semana pasada inició con un abrupto montaje escénico en el que Trump y Peña celebraban el haber logrado un acuerdo comercial con beneficios mutuos, del que se esperaba aún al mediodía del viernes, Canadá formara parte para así concluir la renegociación del TLCAN. Sin embargo, el escenario más apreciado para el gobierno republicano, se logró, y hoy Estados Unidos podría imponer sus reglas de manera bilateral con ambos países.

Desde hace 24 años, NAFTA se concibió como el mecanismo de integración más ambicioso de nuestra región. México, Estados Unidos y Canadá, se presentaban al mundo como uno de los bloques más importantes y, con mayor potencial de crecimiento y cooperación. A más de dos décadas de distancia, el pasado viernes tras la falta de acuerdo, Canadá decidió no ceder ante Washington que pretendía beneficiarse de su industria de lácteos, y con ello ha se cierra una etapa, en la que las políticas comerciales parecen virar hacia territorios menos esperanzadores.

La entrada en vigor de este acuerdo trilateral, significó para los tres países que el comercio se cuadruplicara, pasando de 297 mil millones de dólares a 1.14 billones de dólares, lo que impulsó su economía, redujo los precios para los consumidores, y amplió significativamente la oferta de bienes y servicios. Durante este tiempo, las exportaciones mexicanas que en aquel entonces representaban apenas el 12.14 por ciento del PIB, pasaron significar más del 35 por ciento. México se convirtió en estos años en el principal exportador de vehículos a Estados Unidos, con estimaciones que pronosticaban que para 2020, 1 de cada 4 coches en el país vecino, provendrían de nuestra industria automotriz.

Hoy la historia parece distinta. Trump quien ha tomado muy personal el que Justin Trudeau, le haya desmentido después de la Cumbre del G7, ha logrado que esa tensión juegue en favor de los intereses de su país, logrando un impasse, que por más que lo desee nuestro Canciller, provocará que en el corto plazo, Estados Unidos tenga mayores posibilidades de materializar su objetivo inicial, el de tener acuerdos comerciales por separado con México y Canadá.

Un nuevo escenario de estas dimensiones, sería perjudicial en todo sentido para nuestro país, y el de la hoja de maple. Estados Unidos gozaría de la posibilidad de mejores condiciones para imponer su demandas –cómo ya lo ha hecho con México, incluso a los ojos de Jesús Seade, encargado del tema por la próxima administración- lo que finalmente desdibujaría la idea de una integración de América del Norte basada en el libre comercio.

El gobierno de Trudeau a través de Freeman ha sido claro, no abrirá su mercado de lácteos, ni consentirá que con el fin del Capítulo 19, Washington persiga desde sus cortes casos antidumping y antisubvenciones, por lo que buscarán un mejor acuerdo.

Por ahora, la Casa Blanca ya notificó al Congreso la intención de firma en un plazo que habilita a Peña Nieto a signar el instrumento internacional, pero que podría concluirse con Ottawa de otra manera, no precisamente trilateral, sino sólo entre canadienses y estadounidense.

En el fondo para Trump, la posición de Trudeau ha generado un malestar agravado. No sólo ha demostrado la incapacidad del magnate para doblegar a Canadá en tiempo y forma, sino que también abunda a ese desprestigio y constantes comparaciones, que incluso llevarán a la portada de la revista Rolling Stone, a cuestionarse por qué el Primer Ministro canadiense no podía ser Presidente en EUA, en lugar de un tipo lleno de ocurrencias que están acabando con el prestigio internacional estadounidense y con la seriedad de sus instituciones.