/ jueves 29 de julio de 2021

Ninguna mujer tendría que morir dando vida 

Por Cynthia Ramírez Manríquez

Ninguna mujer tendría que morir durante el parto y sin embargo en México, al 26 de julio de este año, se reportan 45.3 defunciones por cada 100 mil nacimientos.

Es cierto que la razón de la mortalidad materna (número anual de mujeres fallecidas por causas relacionadas con el embarazo y el parto por cada 100,000 nacidos vivos) ha disminuido de forma importante en las últimas décadas, al pasar de 88.7 defunciones maternas por cada 100,000 nacidos vivos en 1990 a 34.6 en 2015. Sin embargo, México no pudo alcanzar la meta fijada en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, de 22.2 muertes maternas, pues para 2016 se reportaron 36.3 muertes maternas por cada 100,000 nacimientos. Ahora, para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 se debe reducir la tasa mundial de mortalidad materna a menos de 70 muertes por cada 100,000 nacimientos.

México podría (y debería) hacer mucho más que “solo” mantenerse por debajo de las 70 muertes. De lo contrario, las 45.3 defunciones reportadas la semana pasada serían “aceptables”. No lo son. Ninguna mujer tendría que morir dando vida.

Los datos reportados en el Informe semanal de notificación inmediata de

muerte materna confirman como principal causa de muerte (34.1%), covid-19. Para contrarrestar esta terrible tendencia, desde mayo, todas las mujeres embarazadas, mayores de 18 años, pueden recibir la vacuna contra la covid-19. Esperemos que esta medida tenga un efecto en las siguientes semanas. Pero esto no va a resolver el resto de los problemas de la mortalidad materna. De acuerdo con los datos, la hemorragia posparto se mantiene como la segunda causa de muerte, cuando no solo es completamente tratable, sino que es quizá uno de los ejemplos más icónicos de colaboración e innovación incremental.

El estándar de oro para tratar estas hemorragias fue durante mucho tiempo la oxitocina y a partir de 1997 distintas agencias regulatorias aprobaron la cabertocina como alternativa. Pero, sucede que la oxitocina, y las primeras formulaciones de cabertocina, tenían que estar refrigeradas a una temperatura de entre 2 y 8 grados centígrados y eso no significa un problema cuando se cuenta con instalaciones hospitalarias adecuadas y la posibilidad de mantener una cadena de frío, pero ¿qué pasaba si las mujeres en alguna sierra mexicana la necesitaban? La respuesta corta y desoladora es: morían desangradas. Por eso en 2015 la OMS y dos compañías farmacéuticas, buscando superar la barrera de la cadena de frío, lanzaron el estudio clínico más grande realizado para la prevención de la hemorragia posparto: CHAMPION (Carbetocin HAeMorrhage PreventION) en el que participaron más de 30 mil mujeres en 10 países y que permitió demostrar que la carbetocina termoestable (que no necesita refrigeración) no era inferior a la oxitocina. Gracias a este estudio, la carbetocina fue incluida en la lista de medicamentos esenciales de la OMS. Este fue un nuevo avance alentador que demuestra nuestra capacidad para mantener con vida a las madres y a sus bebés. No hay pretextos.


Por Cynthia Ramírez Manríquez

Ninguna mujer tendría que morir durante el parto y sin embargo en México, al 26 de julio de este año, se reportan 45.3 defunciones por cada 100 mil nacimientos.

Es cierto que la razón de la mortalidad materna (número anual de mujeres fallecidas por causas relacionadas con el embarazo y el parto por cada 100,000 nacidos vivos) ha disminuido de forma importante en las últimas décadas, al pasar de 88.7 defunciones maternas por cada 100,000 nacidos vivos en 1990 a 34.6 en 2015. Sin embargo, México no pudo alcanzar la meta fijada en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, de 22.2 muertes maternas, pues para 2016 se reportaron 36.3 muertes maternas por cada 100,000 nacimientos. Ahora, para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 se debe reducir la tasa mundial de mortalidad materna a menos de 70 muertes por cada 100,000 nacimientos.

México podría (y debería) hacer mucho más que “solo” mantenerse por debajo de las 70 muertes. De lo contrario, las 45.3 defunciones reportadas la semana pasada serían “aceptables”. No lo son. Ninguna mujer tendría que morir dando vida.

Los datos reportados en el Informe semanal de notificación inmediata de

muerte materna confirman como principal causa de muerte (34.1%), covid-19. Para contrarrestar esta terrible tendencia, desde mayo, todas las mujeres embarazadas, mayores de 18 años, pueden recibir la vacuna contra la covid-19. Esperemos que esta medida tenga un efecto en las siguientes semanas. Pero esto no va a resolver el resto de los problemas de la mortalidad materna. De acuerdo con los datos, la hemorragia posparto se mantiene como la segunda causa de muerte, cuando no solo es completamente tratable, sino que es quizá uno de los ejemplos más icónicos de colaboración e innovación incremental.

El estándar de oro para tratar estas hemorragias fue durante mucho tiempo la oxitocina y a partir de 1997 distintas agencias regulatorias aprobaron la cabertocina como alternativa. Pero, sucede que la oxitocina, y las primeras formulaciones de cabertocina, tenían que estar refrigeradas a una temperatura de entre 2 y 8 grados centígrados y eso no significa un problema cuando se cuenta con instalaciones hospitalarias adecuadas y la posibilidad de mantener una cadena de frío, pero ¿qué pasaba si las mujeres en alguna sierra mexicana la necesitaban? La respuesta corta y desoladora es: morían desangradas. Por eso en 2015 la OMS y dos compañías farmacéuticas, buscando superar la barrera de la cadena de frío, lanzaron el estudio clínico más grande realizado para la prevención de la hemorragia posparto: CHAMPION (Carbetocin HAeMorrhage PreventION) en el que participaron más de 30 mil mujeres en 10 países y que permitió demostrar que la carbetocina termoestable (que no necesita refrigeración) no era inferior a la oxitocina. Gracias a este estudio, la carbetocina fue incluida en la lista de medicamentos esenciales de la OMS. Este fue un nuevo avance alentador que demuestra nuestra capacidad para mantener con vida a las madres y a sus bebés. No hay pretextos.