/ domingo 4 de julio de 2021

No a la insensibilidad e indiferencia

Lo han reconocido Zygmunt Bauman y Donskis: las principales manifestaciones de la maldad contemporánea, la maldad “líquida” baumanianamente hablando, son el deseo de dominar la privacidad del otro y la insensibilidad e indiferencia frente al sufrimiento humano. Manifestaciones estas últimas en las que me concentraré.

El propio Bauman refiere que al concebir a la insensibilidad moral a partir de dos conductas. Una, el comportamiento “cruel, inhumano y despiadado”. La otra, la postura “ecuánime e indiferente adoptada y manifestada hacia las pruebas y las tribulaciones de otras personas”, en realidad identificamos a la insensibilidad como una metáfora anhelada, ya que frente al dolor el ser humano busca emplear analgésicos que le permitan alcanzar un estado de insensibilidad orgánica y corporal, y librarse de él se convierte en una bendición. Sin embargo, justo allí está el problema: el dolor no siempre es nocivo, generalmente es un aviso orgánico de que existe un mal, pero cuando esto ocurre en el ámbito moral y no se es capaz o no se quiere tener la voluntad de advertir la disfunción del entorno social, comienza a gestarse la insensibilidad moral. ¿Cómo? A partir de que la sociedad desatiende las primeras luces rojas y consume tranquilizantes para mitigar el posible dolor moral que pudieran provocar y a mayor negligencia moral, mayor “consumo” de analgésicos, hasta volverse adicta, tras “normalizar” el mal, una vez que ha cauterizado el alma social. Para entonces, el dolor moral ha dejado de funcionar como alerta, porque la insensibilidad moral se ha apoderado del organismo social.

¿Y la indiferencia? Ésta se manifiesta de muchas y muy perversas maneras, pues como ya lo había planteado -diáfana y terriblemente- Hanna Arendt en los años 50 en su ejemplo que se volvió clásico: la banalidad del mal es tan abyecta y contrastante en sí, que puede estar encarnada en ese hombre bueno, amable y amoroso para unos, que al mismo tiempo es el más encarnizado verdugo para con otros. Sin embargo, a los ojos de Bauman y Donskis, medio siglo más tarde, esa misma maldad no sólo se ha sofisticado. Aparece recrudecida, al adoptar nuevas formas de censura mediante el uso de un lenguaje “sádico y caníbal… desatado en orgías verbales de odio anónimo, cloacas virtuales de defecación en los otros e incomparables despliegues de insensibilidad (especialmente en los comentarios anónimos)”. Sí, es tan dolorosa, tan desgarradoramente descarnada su descripción y a la vez tan cierta, que debe ser transcrita tal y como la concibieron ambos intelectuales en la introducción de una obra que debería ser lectura obligada de la sociedad moderna, nuestra líquida sociedad: “Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida”.

Y es que el mal líquido actual permea en todos los espacios, comenzando por el de la debilidad, como consecuencia de vivir en un mundo que es preso de la incertidumbre, de la inseguridad, del temor. Temor que alimenta al odio y éste, de nueva cuenta, al temor. De ahí que la cultura del miedo en la que nos hemos formado y estamos viviendo, sea la misma que dará por resultado la instauración formal de la política del miedo. Miedo por ignorancia, miedo por impotencia, miedo a ser humillado. Y algo peor: miedo a ser feliz, porque como diría Freud, es menos difícil experimentar la infelicidad, porque la felicidad es efímera, instantánea, de ahí el origen de las teorías conspirativas. Teorías que, según nuestros autores, de acuerdo con David Aaronovitch, son el reflejo del insoportable miedo que cultiva el mundo actual frente a la indiferencia que le rodea. En pocas palabras, frente a la “catástrofe de la indiferencia”, el conspiracionismo (como antes el victimismo y sensacionalismo) es necesario -sobre todo al poder- porque es reconfortante y porque frente al vacío de la indiferencia, la angustia de “no ser”, es insoportable. Por algo Susan Sontag declaró: “Envidio a los paranoicos. Realmente creen que los demás les prestan atención”, y es que los conspiracionistas (paranoicos) triunfan cuando logran romper el silencio y captar la atención social. Por eso para ellos no existen la lealtad ni la fidelidad y la traición es parte de su naturaleza, al ser “acto rutinario de romper la palabra dada y mentir”.

¿Por qué evocar estas estrujantes reflexiones de Bauman y Donskis? Porque en septiembre de 2017, en este mismo prestigiado periódico, concluía mi artículo “¡México clama por Justicia!” señalando: “la sociedad mexicana está indignada, porque teme lo peor, lo de siempre: que no pase nada. ¡Está harta del cinismo, doble discurso, engaño, inmoralidad y mentira con la que se le habla, de la violencia y corrupción, de despojos y desfalcos, muertes y desapariciones! ¡Pero aún así, ahogada por la desesperación e impotencia, clama por Justicia!”.

Han transcurrido casi cuatro años y hoy ese clamor es estruendo creciente que se ahoga en millones de gargantas. Por eso lo volvería a suscribir, pero agregaría: ¡La sociedad está harta de las agresiones y fracturamientos desde el poder y de la insensibilidad y la indiferencia oficiales frente al sufrimiento humano!

bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli

Lo han reconocido Zygmunt Bauman y Donskis: las principales manifestaciones de la maldad contemporánea, la maldad “líquida” baumanianamente hablando, son el deseo de dominar la privacidad del otro y la insensibilidad e indiferencia frente al sufrimiento humano. Manifestaciones estas últimas en las que me concentraré.

El propio Bauman refiere que al concebir a la insensibilidad moral a partir de dos conductas. Una, el comportamiento “cruel, inhumano y despiadado”. La otra, la postura “ecuánime e indiferente adoptada y manifestada hacia las pruebas y las tribulaciones de otras personas”, en realidad identificamos a la insensibilidad como una metáfora anhelada, ya que frente al dolor el ser humano busca emplear analgésicos que le permitan alcanzar un estado de insensibilidad orgánica y corporal, y librarse de él se convierte en una bendición. Sin embargo, justo allí está el problema: el dolor no siempre es nocivo, generalmente es un aviso orgánico de que existe un mal, pero cuando esto ocurre en el ámbito moral y no se es capaz o no se quiere tener la voluntad de advertir la disfunción del entorno social, comienza a gestarse la insensibilidad moral. ¿Cómo? A partir de que la sociedad desatiende las primeras luces rojas y consume tranquilizantes para mitigar el posible dolor moral que pudieran provocar y a mayor negligencia moral, mayor “consumo” de analgésicos, hasta volverse adicta, tras “normalizar” el mal, una vez que ha cauterizado el alma social. Para entonces, el dolor moral ha dejado de funcionar como alerta, porque la insensibilidad moral se ha apoderado del organismo social.

¿Y la indiferencia? Ésta se manifiesta de muchas y muy perversas maneras, pues como ya lo había planteado -diáfana y terriblemente- Hanna Arendt en los años 50 en su ejemplo que se volvió clásico: la banalidad del mal es tan abyecta y contrastante en sí, que puede estar encarnada en ese hombre bueno, amable y amoroso para unos, que al mismo tiempo es el más encarnizado verdugo para con otros. Sin embargo, a los ojos de Bauman y Donskis, medio siglo más tarde, esa misma maldad no sólo se ha sofisticado. Aparece recrudecida, al adoptar nuevas formas de censura mediante el uso de un lenguaje “sádico y caníbal… desatado en orgías verbales de odio anónimo, cloacas virtuales de defecación en los otros e incomparables despliegues de insensibilidad (especialmente en los comentarios anónimos)”. Sí, es tan dolorosa, tan desgarradoramente descarnada su descripción y a la vez tan cierta, que debe ser transcrita tal y como la concibieron ambos intelectuales en la introducción de una obra que debería ser lectura obligada de la sociedad moderna, nuestra líquida sociedad: “Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida”.

Y es que el mal líquido actual permea en todos los espacios, comenzando por el de la debilidad, como consecuencia de vivir en un mundo que es preso de la incertidumbre, de la inseguridad, del temor. Temor que alimenta al odio y éste, de nueva cuenta, al temor. De ahí que la cultura del miedo en la que nos hemos formado y estamos viviendo, sea la misma que dará por resultado la instauración formal de la política del miedo. Miedo por ignorancia, miedo por impotencia, miedo a ser humillado. Y algo peor: miedo a ser feliz, porque como diría Freud, es menos difícil experimentar la infelicidad, porque la felicidad es efímera, instantánea, de ahí el origen de las teorías conspirativas. Teorías que, según nuestros autores, de acuerdo con David Aaronovitch, son el reflejo del insoportable miedo que cultiva el mundo actual frente a la indiferencia que le rodea. En pocas palabras, frente a la “catástrofe de la indiferencia”, el conspiracionismo (como antes el victimismo y sensacionalismo) es necesario -sobre todo al poder- porque es reconfortante y porque frente al vacío de la indiferencia, la angustia de “no ser”, es insoportable. Por algo Susan Sontag declaró: “Envidio a los paranoicos. Realmente creen que los demás les prestan atención”, y es que los conspiracionistas (paranoicos) triunfan cuando logran romper el silencio y captar la atención social. Por eso para ellos no existen la lealtad ni la fidelidad y la traición es parte de su naturaleza, al ser “acto rutinario de romper la palabra dada y mentir”.

¿Por qué evocar estas estrujantes reflexiones de Bauman y Donskis? Porque en septiembre de 2017, en este mismo prestigiado periódico, concluía mi artículo “¡México clama por Justicia!” señalando: “la sociedad mexicana está indignada, porque teme lo peor, lo de siempre: que no pase nada. ¡Está harta del cinismo, doble discurso, engaño, inmoralidad y mentira con la que se le habla, de la violencia y corrupción, de despojos y desfalcos, muertes y desapariciones! ¡Pero aún así, ahogada por la desesperación e impotencia, clama por Justicia!”.

Han transcurrido casi cuatro años y hoy ese clamor es estruendo creciente que se ahoga en millones de gargantas. Por eso lo volvería a suscribir, pero agregaría: ¡La sociedad está harta de las agresiones y fracturamientos desde el poder y de la insensibilidad y la indiferencia oficiales frente al sufrimiento humano!

bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli