/ martes 28 de julio de 2020

No basta pensamiento positivo vs virus

Rebasamos los cuatro meses de distanciamiento social. Millones ven cómo pasan los días con sus ingresos menguados o en cero. Si se viera luz al final del túnel, la situación sería más soportable. En cambio, por más que se repita que el virus está bajo control, lo que los ciudadanos vemos es que las curvas de contagios y muertes siguen en ascenso o se estabilizan en un grado inaceptable, demasiado alto como para bajar la guardia. Urge un golpe de timón en la conducción nacional frente a la pandemia. No podemos seguir así.

Se requiere de una dosis mucho mayor de responsabilidad de las autoridades sanitarias y políticas, y lo mismo aplica para la ciudadanía en general, aunque en este caso no ayuda el que persista una confusión generalizada. Esto no debería sorprendernos.

A mediados de este mes, la empresa SPIN, que da seguimiento a las conferencias matutinas del gobierno, informó que en éstas se ha mencionado 14 veces que “vamos de salida”, pero los contagios han aumentado 100 veces y las muertes, 200. Ahora hemos rebasado los 40 mil fallecimientos y nos perfilamos hacia los 50 mil, y eso de acuerdo con la evolución de las cuentas oficiales.

El segundo paso, tras el reconocimiento de lo que enfrentamos, es asegurar una política de comunicación coherente y que genere confianza: información puntual, directrices claras para la población. Y de entrada, la exigencia de uso obligatorio de la mascarilla, como una instrucción de las autoridades, que deben ser las primeras en seguir.

De acuerdo con la OMS protegen a las personas de infectarse del virus y a las personas con síntomas de propagarlo. Lo dice literalmente en su sitio: “deben ser usadas como parte de una estrategia integral de medidas para suprimir la transmisión y salvar vidas”. ¿Por qué se le sigue poniendo reparos aquí?

Con esos dos pasos elementales, más una buena coordinación con los gobiernos estatales, en vez de confrontación para justificar déficits de resultados, podríamos avanzar bastante.

Atendamos la alerta del Director de Emergencias de la OMS, quien específicamente señaló que reabrir la economía en México, a pesar de las cifras de contagios, puede acelerar el brote, y máxime si no hay las debidas precauciones. El resultado sería la vuelta al encierro, con más fallecimientos y profundización de la crisis económica. Su consejo es más que sensato: “Mensajes claros y consistentes sobre los riesgos” y “ser honestos con las comunidades sobre el nivel de la epidemia”.

Lo que ha pasado en Estados Unidos o Brasil debería hacernos reaccionar.

La columna del 9 de julio del columnista del New York Times Paul Krugman sobre la conducción de la pandemia desde la Casa Blanca, “The Deadly Delusions of Mad King Donald”, es elocuente: “Todo lo que advirtieron los expertos que probablemente sucedería, está sucediendo”. Sin embargo, en vez de reconocer el error, se dobló la apuesta, insistiendo en que el aumento en el número de contagios era una ilusión por la realización de más pruebas. Para este Premio Nobel de Economía en 2008, esa actitud, lo mismo que la resistencia del Presidente Trump a usar mascarilla, respondería al deseo de que la gente se olvide de la pandemia y sea optimista, de cara a las elecciones: “Desafortunadamente para él, y para el resto de nosotros, el pensamiento positivo no hará que un virus desaparezca”.

Sobre Brasil es igualmente revelador un artículo publicado por Alfredo Saad Filho, Profesor de Economía del King's College, “Coronavirus: how Brazil became the second worst affected country in the world”, publicado en The Conversation.

“La pandemia de COVID-19 ha puesto bajo prueba de presión a países, economías y sistemas políticos como nunca antes”, dice Saad. “En ninguna parte el resultado ha sido más devastador que en Brasil, posiblemente el país con la peor respuesta”. Lo atribuye a dos factores esenciales: la aguda desigualdad social y un liderazgo polarizante que no ha estado a la altura.

Comenta que el Presidente Bolsonaro, en vez de unir a la nación, contribuyó a generar una parálisis institucional, avivando su antagonismo con autoridades locales, prensa y fuerzas políticas. Minimizo el desafío e hizo del no uso de mascarilla una bandera política , como una especie de provocación, y no detuvo giras y mítines hasta que él mismo contrajo el virus, que se ha multiplicado por toda la geografía brasileña a partir de una reapertura apresurada y descoordinada.

Como en todo el mundo, los más afectados han sido los más pobres, a pesar de las voces que, como en México, dijeron que era un problema de la gente rica. La explicación son los problemas de hacinamiento, déficits de información y la necesidad de salir a ganarse su sustento. Por eso, además de reconocimiento del problema, liderazgo e información confiables y coordinación entre autoridades, lo más urgente en México es un programa que ayude a los millones que están perdiendo sus ingresos. Aceptar que propuestas como el ingreso vital mínimo o el salario solidario de Coparmex no sólo son fundamentales ante la crisis económica, sino para salir adelante de la crisis sanitaria.

Rebasamos los cuatro meses de distanciamiento social. Millones ven cómo pasan los días con sus ingresos menguados o en cero. Si se viera luz al final del túnel, la situación sería más soportable. En cambio, por más que se repita que el virus está bajo control, lo que los ciudadanos vemos es que las curvas de contagios y muertes siguen en ascenso o se estabilizan en un grado inaceptable, demasiado alto como para bajar la guardia. Urge un golpe de timón en la conducción nacional frente a la pandemia. No podemos seguir así.

Se requiere de una dosis mucho mayor de responsabilidad de las autoridades sanitarias y políticas, y lo mismo aplica para la ciudadanía en general, aunque en este caso no ayuda el que persista una confusión generalizada. Esto no debería sorprendernos.

A mediados de este mes, la empresa SPIN, que da seguimiento a las conferencias matutinas del gobierno, informó que en éstas se ha mencionado 14 veces que “vamos de salida”, pero los contagios han aumentado 100 veces y las muertes, 200. Ahora hemos rebasado los 40 mil fallecimientos y nos perfilamos hacia los 50 mil, y eso de acuerdo con la evolución de las cuentas oficiales.

El segundo paso, tras el reconocimiento de lo que enfrentamos, es asegurar una política de comunicación coherente y que genere confianza: información puntual, directrices claras para la población. Y de entrada, la exigencia de uso obligatorio de la mascarilla, como una instrucción de las autoridades, que deben ser las primeras en seguir.

De acuerdo con la OMS protegen a las personas de infectarse del virus y a las personas con síntomas de propagarlo. Lo dice literalmente en su sitio: “deben ser usadas como parte de una estrategia integral de medidas para suprimir la transmisión y salvar vidas”. ¿Por qué se le sigue poniendo reparos aquí?

Con esos dos pasos elementales, más una buena coordinación con los gobiernos estatales, en vez de confrontación para justificar déficits de resultados, podríamos avanzar bastante.

Atendamos la alerta del Director de Emergencias de la OMS, quien específicamente señaló que reabrir la economía en México, a pesar de las cifras de contagios, puede acelerar el brote, y máxime si no hay las debidas precauciones. El resultado sería la vuelta al encierro, con más fallecimientos y profundización de la crisis económica. Su consejo es más que sensato: “Mensajes claros y consistentes sobre los riesgos” y “ser honestos con las comunidades sobre el nivel de la epidemia”.

Lo que ha pasado en Estados Unidos o Brasil debería hacernos reaccionar.

La columna del 9 de julio del columnista del New York Times Paul Krugman sobre la conducción de la pandemia desde la Casa Blanca, “The Deadly Delusions of Mad King Donald”, es elocuente: “Todo lo que advirtieron los expertos que probablemente sucedería, está sucediendo”. Sin embargo, en vez de reconocer el error, se dobló la apuesta, insistiendo en que el aumento en el número de contagios era una ilusión por la realización de más pruebas. Para este Premio Nobel de Economía en 2008, esa actitud, lo mismo que la resistencia del Presidente Trump a usar mascarilla, respondería al deseo de que la gente se olvide de la pandemia y sea optimista, de cara a las elecciones: “Desafortunadamente para él, y para el resto de nosotros, el pensamiento positivo no hará que un virus desaparezca”.

Sobre Brasil es igualmente revelador un artículo publicado por Alfredo Saad Filho, Profesor de Economía del King's College, “Coronavirus: how Brazil became the second worst affected country in the world”, publicado en The Conversation.

“La pandemia de COVID-19 ha puesto bajo prueba de presión a países, economías y sistemas políticos como nunca antes”, dice Saad. “En ninguna parte el resultado ha sido más devastador que en Brasil, posiblemente el país con la peor respuesta”. Lo atribuye a dos factores esenciales: la aguda desigualdad social y un liderazgo polarizante que no ha estado a la altura.

Comenta que el Presidente Bolsonaro, en vez de unir a la nación, contribuyó a generar una parálisis institucional, avivando su antagonismo con autoridades locales, prensa y fuerzas políticas. Minimizo el desafío e hizo del no uso de mascarilla una bandera política , como una especie de provocación, y no detuvo giras y mítines hasta que él mismo contrajo el virus, que se ha multiplicado por toda la geografía brasileña a partir de una reapertura apresurada y descoordinada.

Como en todo el mundo, los más afectados han sido los más pobres, a pesar de las voces que, como en México, dijeron que era un problema de la gente rica. La explicación son los problemas de hacinamiento, déficits de información y la necesidad de salir a ganarse su sustento. Por eso, además de reconocimiento del problema, liderazgo e información confiables y coordinación entre autoridades, lo más urgente en México es un programa que ayude a los millones que están perdiendo sus ingresos. Aceptar que propuestas como el ingreso vital mínimo o el salario solidario de Coparmex no sólo son fundamentales ante la crisis económica, sino para salir adelante de la crisis sanitaria.