/ jueves 23 de septiembre de 2021

No hay tal cosa como “solo un pequeño ataque cardiaco”

Por Cynthia Ramírez Manríquez. Directora de comunicación en AMIIF.


Dentro de poco menos de una semana, el 29 de septiembre, se conmemorará el Día Mundial del Corazón. La efeméride busca poner bajo el reflector la problemática de las enfermedades cardiovasculares que, de acuerdo con datos de la OMS, en el mundo causan más o menos 18 millones de muertes anuales. En México, en el reporte del INEGI sobre “Características de las defunciones registradas durante enero a agosto de 2020”, las enfermedades del corazón fueron la primera causa de muerte con 141,873 fallecimientos (20.8%) durante ese periodo.

En los años 50, un ataque cardíaco era una sentencia de muerte casi segura, y de entre la gente que lo sobrevivía, la mitad quedaba debilitada permanentemente. Pero gracias a los avances médico-científicos, no solo se ha reducido la mortalidad de los ataques cardíacos, sino que también ha cambiado la medida en la que afectan la capacidad de una persona de seguir adelante con su vida. El “cuerpo humano puede vivir mucho más allá de la falla del corazón”, nos recuerda Haider Warraich en su libro “El estado del corazón: exploración de la historia, la ciencia y el futuro de las enfermedades cardíacas”.

Pero ¿por qué a pesar de los progresos las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en todo el mundo? En parte, porque la gente vive más y por que ha habido un avance desigual en la prevención los factores de riesgo. Y, porque la mejor manera de tratar las enfermedades del corazón sigue siendo prevenirlas y/o detectarlas a tiempo. Y para lograrlo, aun nos falta un trecho por mejorar.

Por ejemplo, diversos estudios han demostrado la disparidad con la que se diagnostica y tratan los ataques cardiacos entre hombres y mujeres. Sabemos que cuando las mujeres sufren un ataque cardíaco en un espacio público, son reanimadas con menos frecuencia que los hombres por las personas que lo atestiguan. Y cuando sí se intenta la reanimación, las mujeres tienen tasas de supervivencia más bajas en cada etapa sucesiva de la atención. También se sabe que los hombres con dolor torácico tienen 2.5 veces más probabilidades de ser derivados a un cardiólogo. Y que las mujeres suelen recibir tratamientos más deficientes que ellos, incluso cuando las tasas de diagnóstico son las mismas.

El hecho de no reconocer la prevalencia de la enfermedad cardiaca en las mujeres y que el conjunto de síntomas puede ser diferente en nosotras, contribuye a retrasar la búsqueda de ayuda y esa pérdida de tiempo es vital en una emergencia cardiovascular.

El año pasado la American Heart Association hizo un enérgico llamado a reexaminar los factores que hacen que el conocimiento de las enfermedades cardiovasculares en las mujeres siga siendo subóptimo. Y, ciertamente, ya va siendo hora de sacudirnos la herencia de la “hysteria”, ese término antiguo utilizado para describir “emociones incontrolables de las mujeres”, que todavía deja ver su legado en la medicina moderna.

Mientras la investigación y el desarrollo de nuevas opciones terapéuticas sigue avanzando (en 2017 había, a nivel global más de 563 medicinas en desarrollo para atender enfermedades como insuficiencia cardiaca, derrame cerebral, enfermedades

vasculares periféricas, trombosis, trastornos lipídicos e hipertensión), necesitamos de manera paralela mayor conciencia entre el personal sanitario, los y las pacientes, para mejorar los factores clínicos y sociales que inciden en la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares. Porque, sin importar cuál sea tu género, nunca, nunca se trata de “solo un pequeño ataque cardiaco”.

Por Cynthia Ramírez Manríquez. Directora de comunicación en AMIIF.


Dentro de poco menos de una semana, el 29 de septiembre, se conmemorará el Día Mundial del Corazón. La efeméride busca poner bajo el reflector la problemática de las enfermedades cardiovasculares que, de acuerdo con datos de la OMS, en el mundo causan más o menos 18 millones de muertes anuales. En México, en el reporte del INEGI sobre “Características de las defunciones registradas durante enero a agosto de 2020”, las enfermedades del corazón fueron la primera causa de muerte con 141,873 fallecimientos (20.8%) durante ese periodo.

En los años 50, un ataque cardíaco era una sentencia de muerte casi segura, y de entre la gente que lo sobrevivía, la mitad quedaba debilitada permanentemente. Pero gracias a los avances médico-científicos, no solo se ha reducido la mortalidad de los ataques cardíacos, sino que también ha cambiado la medida en la que afectan la capacidad de una persona de seguir adelante con su vida. El “cuerpo humano puede vivir mucho más allá de la falla del corazón”, nos recuerda Haider Warraich en su libro “El estado del corazón: exploración de la historia, la ciencia y el futuro de las enfermedades cardíacas”.

Pero ¿por qué a pesar de los progresos las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en todo el mundo? En parte, porque la gente vive más y por que ha habido un avance desigual en la prevención los factores de riesgo. Y, porque la mejor manera de tratar las enfermedades del corazón sigue siendo prevenirlas y/o detectarlas a tiempo. Y para lograrlo, aun nos falta un trecho por mejorar.

Por ejemplo, diversos estudios han demostrado la disparidad con la que se diagnostica y tratan los ataques cardiacos entre hombres y mujeres. Sabemos que cuando las mujeres sufren un ataque cardíaco en un espacio público, son reanimadas con menos frecuencia que los hombres por las personas que lo atestiguan. Y cuando sí se intenta la reanimación, las mujeres tienen tasas de supervivencia más bajas en cada etapa sucesiva de la atención. También se sabe que los hombres con dolor torácico tienen 2.5 veces más probabilidades de ser derivados a un cardiólogo. Y que las mujeres suelen recibir tratamientos más deficientes que ellos, incluso cuando las tasas de diagnóstico son las mismas.

El hecho de no reconocer la prevalencia de la enfermedad cardiaca en las mujeres y que el conjunto de síntomas puede ser diferente en nosotras, contribuye a retrasar la búsqueda de ayuda y esa pérdida de tiempo es vital en una emergencia cardiovascular.

El año pasado la American Heart Association hizo un enérgico llamado a reexaminar los factores que hacen que el conocimiento de las enfermedades cardiovasculares en las mujeres siga siendo subóptimo. Y, ciertamente, ya va siendo hora de sacudirnos la herencia de la “hysteria”, ese término antiguo utilizado para describir “emociones incontrolables de las mujeres”, que todavía deja ver su legado en la medicina moderna.

Mientras la investigación y el desarrollo de nuevas opciones terapéuticas sigue avanzando (en 2017 había, a nivel global más de 563 medicinas en desarrollo para atender enfermedades como insuficiencia cardiaca, derrame cerebral, enfermedades

vasculares periféricas, trombosis, trastornos lipídicos e hipertensión), necesitamos de manera paralela mayor conciencia entre el personal sanitario, los y las pacientes, para mejorar los factores clínicos y sociales que inciden en la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares. Porque, sin importar cuál sea tu género, nunca, nunca se trata de “solo un pequeño ataque cardiaco”.