/ miércoles 24 de junio de 2020

¿No mentir?

Nadie demandó al presidente López Obrador desvelar la verdad sobre la autoría de la orden para liberar a Ovidio Guzmán aquella noche de octubre de 2019, cuando estaba en manos de las fuerzas de seguridad. Explicación de una decisión de gabinete de seguridad aceptada por el presidente quedaba en todo caso como una verdad sospechosa olvidada ya en la vorágine de la delincuencia, por más que en situaciones similares el Ejército y la Guardia Nacional se han mantenido firmes, en Jalisco como en Guanajuato, para retener a importantes capos del furor de turbas so pena de dar lugar a la consideración de un estado fallido, incapaz de garantizar la seguridad a toda la población. La confesión de la autoría de la orden que soltó al hijo del Chapo Guzmán abre la puerta a la ineludible especulación en la opinión pública ¿Acto cristiano de contrición? No es seguro que en la religión pentecostés exista un decálogo, un pentálogo o un tricálogo que entre sus mandamientos obligue al feligrés a no mentir, no robar, ni traicionar.

La explicación de esa verdad sospechosa no puede ser la retractación de quien no soporta más los remordimientos, que son mordimientos de la conciencia o la razón de Estado que para justificar esa verdad invoca Juan Ruiz de Alarcón. Tal vez la especulación llevaría a otra revelación que el presidente López Obrador hace sin que nadie se lo haya pedido: dos días después de la liberación de Ovidio Guzmán, se recibió una llamada del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien habría manifestado su aprobación a la decisión tomada para salvar la vida de cientos de personas amenazadas por las hordas del cártel de Sinaloa que tenían tomada la ciudad de Culiacán en tanto las fuerzas de seguridad quedaban inermes frente al poder de ese grupo delincuencial. Verdad o mentira, no se sabe, ni pasados los meses alguien buscaba aclararlo. Verdad sospechosa.

Con su confesión no pedida el presidente abre de par en par las puertas a la especulación. Quien miente una vez mentirá dos, tres veces hasta el infinito. Será un mentiroso inveterado. El problema para quien por razones de conciencia, políticas o de cualquiera otra índole es la pérdida de credibilidad, sobre todo si el desmentido proviene de un jefe de Estado que ha proclamado entre los lemas de su gobierno la verdad por encima de todo.

En ésta, como en otras ocasiones, el presidente o su gobierno han mentido o muestran verdades a medias; verdades sospechosas. La fragilidad de esos mandamientos que a manera de preceptos bíblicos desde la prédica evangélica se quiebra con la simple confesión de una mentira que puede obedecer a otra especulación más grave: la liberación de Ovidio Guzmán corresponde a un pacto no escrito pero evidente entre el gobierno de López Obrador y la fuerza del grupo delincuencial del Chapo, aceptado por el propio Trump, entendimiento que se pone de manifiesto en el tratamiento que el presidente ha dado a familiares y jefes de ese cártel y de otros similares a quienes se promete el perdón del abrazo por encima de la pandemia que obligaría al castigo con toda la fuerza del estado. Para el Chapo no hacer leña del árbol caído, propuso López Obrador a raíz de la condena a cadena perpetua. Después, saludos, abrazos y facilidades legales a la madre y a los familiares del confinado en una cárcel de seguridad de los Estados Unidos. Ese amor bíblico resulta más político que moral o religioso. Amor a los delincuentes, pero en forma alguna justicia a las víctimas a la que el Estado debería estar más que obligado. Es la confesión que la opinión pública exigiría más allá de la pura y simple revelación de una mentira.


srio28@prodigy.net.mx

Nadie demandó al presidente López Obrador desvelar la verdad sobre la autoría de la orden para liberar a Ovidio Guzmán aquella noche de octubre de 2019, cuando estaba en manos de las fuerzas de seguridad. Explicación de una decisión de gabinete de seguridad aceptada por el presidente quedaba en todo caso como una verdad sospechosa olvidada ya en la vorágine de la delincuencia, por más que en situaciones similares el Ejército y la Guardia Nacional se han mantenido firmes, en Jalisco como en Guanajuato, para retener a importantes capos del furor de turbas so pena de dar lugar a la consideración de un estado fallido, incapaz de garantizar la seguridad a toda la población. La confesión de la autoría de la orden que soltó al hijo del Chapo Guzmán abre la puerta a la ineludible especulación en la opinión pública ¿Acto cristiano de contrición? No es seguro que en la religión pentecostés exista un decálogo, un pentálogo o un tricálogo que entre sus mandamientos obligue al feligrés a no mentir, no robar, ni traicionar.

La explicación de esa verdad sospechosa no puede ser la retractación de quien no soporta más los remordimientos, que son mordimientos de la conciencia o la razón de Estado que para justificar esa verdad invoca Juan Ruiz de Alarcón. Tal vez la especulación llevaría a otra revelación que el presidente López Obrador hace sin que nadie se lo haya pedido: dos días después de la liberación de Ovidio Guzmán, se recibió una llamada del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien habría manifestado su aprobación a la decisión tomada para salvar la vida de cientos de personas amenazadas por las hordas del cártel de Sinaloa que tenían tomada la ciudad de Culiacán en tanto las fuerzas de seguridad quedaban inermes frente al poder de ese grupo delincuencial. Verdad o mentira, no se sabe, ni pasados los meses alguien buscaba aclararlo. Verdad sospechosa.

Con su confesión no pedida el presidente abre de par en par las puertas a la especulación. Quien miente una vez mentirá dos, tres veces hasta el infinito. Será un mentiroso inveterado. El problema para quien por razones de conciencia, políticas o de cualquiera otra índole es la pérdida de credibilidad, sobre todo si el desmentido proviene de un jefe de Estado que ha proclamado entre los lemas de su gobierno la verdad por encima de todo.

En ésta, como en otras ocasiones, el presidente o su gobierno han mentido o muestran verdades a medias; verdades sospechosas. La fragilidad de esos mandamientos que a manera de preceptos bíblicos desde la prédica evangélica se quiebra con la simple confesión de una mentira que puede obedecer a otra especulación más grave: la liberación de Ovidio Guzmán corresponde a un pacto no escrito pero evidente entre el gobierno de López Obrador y la fuerza del grupo delincuencial del Chapo, aceptado por el propio Trump, entendimiento que se pone de manifiesto en el tratamiento que el presidente ha dado a familiares y jefes de ese cártel y de otros similares a quienes se promete el perdón del abrazo por encima de la pandemia que obligaría al castigo con toda la fuerza del estado. Para el Chapo no hacer leña del árbol caído, propuso López Obrador a raíz de la condena a cadena perpetua. Después, saludos, abrazos y facilidades legales a la madre y a los familiares del confinado en una cárcel de seguridad de los Estados Unidos. Ese amor bíblico resulta más político que moral o religioso. Amor a los delincuentes, pero en forma alguna justicia a las víctimas a la que el Estado debería estar más que obligado. Es la confesión que la opinión pública exigiría más allá de la pura y simple revelación de una mentira.


srio28@prodigy.net.mx