/ domingo 6 de mayo de 2018

No nos hace falta un Príncipe

A Georges Sorel, el polémico filósofo promotor de la acción revolucionaria por la vía de la violencia, se debe haber teorizado particularmente, entre otros, sobre el concepto de “mito político”. De modo simplista, podría decirse que la idea sobre la que se desplanta es que no podrá haber un movimiento revolucionario en tanto no haya un mito asumido por la masa, pero lo cierto es que ni es un concepto tan simple ni mucho menos una categoría en desuso. Mauro Bonazzi, por ejemplo, la ubica en el centro de la polémica entre racionalismo e irracionalismo.

Teorías políticas de corte racionalista, como liberalismo y marxismo, encuentran en él elementos de irracionalidad, desde el momento en que el abuso del uso del mito político desvía o enmascara su verdadera esencia. Para el liberalismo, en tanto es ajeno a una dimensión colectiva y afectiva; para el marxismo, ya que la ideología burguesa se vale del mito político para justificar su propio orden, siendo opuesto en consecuencia a la praxis revolucionaria que puede transformar la realidad. Y no podría haber sido de otra forma, pensemos tan solo cómo el fascismo y el nazismo, explotaron hasta la saciedad al mito político no solo desde la teoría sino, particularmente, también desde la praxis, apuntalando su teoría nacionalista a partir de la crítica al individualismo y racionalismo a los que tanto exaltó el liberalismo.

Sin embargo, habrá excepciones y los tenemos dentro del marxismo en autores como el propio Antonio Gramsci o José Carlos Mariátegui, que retomarán al mito político. Mariátegui, si bien vinculado ideológicamente con Julio Emilio Recabarren y Julio Antonio Mella e influenciado por la reconceptualización del indígena, iniciada por el pionero del indigenismo peruano José Manuel González Prada, encontrará en las revoluciones rusa y mexicana así como en los textos de Benedetto Croce, Gramsci y Sorel la principal fuente inspiradora de su pensamiento. Un conocimiento que le hizo ser, a decir de Abelardo Villegas, “el escritor de su tiempo que suma [mejor que nadie] a su penetrante sabiduría una aguda sensibilidad social”, encaminándolo hasta convertirse en un teórico del pensamiento revolucionario socialista, al que enarboló como bandera de lucha contra la explotación, siempre consciente de que el caso peruano obedecía a una realidad particular, con condiciones específicas y vías propias para su encauzamiento rumbo al socialismo. Vías y condiciones tan propias como las mismas que habían inspirado durante la Revolución Mexicana a los diversos afanes reivindicatorios de las masas populares, entre las que la cuestión indígena se erigía como un problema de la tierra, haciendo del indigenismo y la reforma agraria mexicanos dos ámbitos íntimamente vinculados.

Gramsci, por su parte, se inspirará de Sorel pero también de Renán y lo hará a través del mito. Un mito que hunde sus remotas raíces en el pensamiento maquiaveliano, pero que apunta hacia el socialismo logrando que ambos mitos, soreliano y gramsciano, se fundan al tiempo que se potencializan, pues mientras Sorel parte de la destrucción del mito, Gramsci busca su construcción y para ello su fuente de inspiración es Maquiavelo. La razón de ello deriva de las condiciones en que se encontraba la Italia renacentista: desarticulada, fragmentada, dividida. El reto del florentino será lograr su unificación, por eso la necesidad de encontrar a una figura lo suficientemente fuerte y carismática como para abatir las diferencias locales, de ahí la necesidad de un Príncipe, lo que desembocará propiamente en la formación del Estado. De ahí que Gramsci reformule a su vez el mito para enfrentarse al fascismo y vea en la obra maquiaveliana una especie de manifiesto social, por el cual establece que no puede darse una relación entre los intelectuales y la sociedad mientras aquellos permanecen ajenos, desligados del pueblo, carentes de un nexo emotivo. Mitologizar positivamente el discurso político será el camino para lograr esa vinculación a través de la cual se logre impulsar una voluntad colectiva, una “conciencia operativa de la necesidad histórica, como protagonista de un drama histórico real y efectivo” en aras de llegar a constituirse como fuerza política. Una fuerza transfigurada en sujeto histórico que podrá partir de la nada para aspirar llegar al todo.

Nuestro México hoy, desgarrado por la lucha partidista, se agita convulso. Podría pensarse que somos como aquella Italia fragmentada del Renacimiento, pero la realidad no es así. A más de medio milenio de distancia, sabemos que la historia es un producto social y que no nos hacen falta Príncipes. Es algo mucho más grave y desgarrador y lo vemos en el escenario político. Todo es una falacia, una mentira. Cada discurso, cada imagen que venden los que de la política se valen solo para saciar sus propios y exclusivos intereses.

Sí, no nos hace falta un Príncipe. Estamos en espera de una sociedad, de un pueblo que asuma su responsabilidad y que no se resigne a la espera del Príncipe que no llegará.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


A Georges Sorel, el polémico filósofo promotor de la acción revolucionaria por la vía de la violencia, se debe haber teorizado particularmente, entre otros, sobre el concepto de “mito político”. De modo simplista, podría decirse que la idea sobre la que se desplanta es que no podrá haber un movimiento revolucionario en tanto no haya un mito asumido por la masa, pero lo cierto es que ni es un concepto tan simple ni mucho menos una categoría en desuso. Mauro Bonazzi, por ejemplo, la ubica en el centro de la polémica entre racionalismo e irracionalismo.

Teorías políticas de corte racionalista, como liberalismo y marxismo, encuentran en él elementos de irracionalidad, desde el momento en que el abuso del uso del mito político desvía o enmascara su verdadera esencia. Para el liberalismo, en tanto es ajeno a una dimensión colectiva y afectiva; para el marxismo, ya que la ideología burguesa se vale del mito político para justificar su propio orden, siendo opuesto en consecuencia a la praxis revolucionaria que puede transformar la realidad. Y no podría haber sido de otra forma, pensemos tan solo cómo el fascismo y el nazismo, explotaron hasta la saciedad al mito político no solo desde la teoría sino, particularmente, también desde la praxis, apuntalando su teoría nacionalista a partir de la crítica al individualismo y racionalismo a los que tanto exaltó el liberalismo.

Sin embargo, habrá excepciones y los tenemos dentro del marxismo en autores como el propio Antonio Gramsci o José Carlos Mariátegui, que retomarán al mito político. Mariátegui, si bien vinculado ideológicamente con Julio Emilio Recabarren y Julio Antonio Mella e influenciado por la reconceptualización del indígena, iniciada por el pionero del indigenismo peruano José Manuel González Prada, encontrará en las revoluciones rusa y mexicana así como en los textos de Benedetto Croce, Gramsci y Sorel la principal fuente inspiradora de su pensamiento. Un conocimiento que le hizo ser, a decir de Abelardo Villegas, “el escritor de su tiempo que suma [mejor que nadie] a su penetrante sabiduría una aguda sensibilidad social”, encaminándolo hasta convertirse en un teórico del pensamiento revolucionario socialista, al que enarboló como bandera de lucha contra la explotación, siempre consciente de que el caso peruano obedecía a una realidad particular, con condiciones específicas y vías propias para su encauzamiento rumbo al socialismo. Vías y condiciones tan propias como las mismas que habían inspirado durante la Revolución Mexicana a los diversos afanes reivindicatorios de las masas populares, entre las que la cuestión indígena se erigía como un problema de la tierra, haciendo del indigenismo y la reforma agraria mexicanos dos ámbitos íntimamente vinculados.

Gramsci, por su parte, se inspirará de Sorel pero también de Renán y lo hará a través del mito. Un mito que hunde sus remotas raíces en el pensamiento maquiaveliano, pero que apunta hacia el socialismo logrando que ambos mitos, soreliano y gramsciano, se fundan al tiempo que se potencializan, pues mientras Sorel parte de la destrucción del mito, Gramsci busca su construcción y para ello su fuente de inspiración es Maquiavelo. La razón de ello deriva de las condiciones en que se encontraba la Italia renacentista: desarticulada, fragmentada, dividida. El reto del florentino será lograr su unificación, por eso la necesidad de encontrar a una figura lo suficientemente fuerte y carismática como para abatir las diferencias locales, de ahí la necesidad de un Príncipe, lo que desembocará propiamente en la formación del Estado. De ahí que Gramsci reformule a su vez el mito para enfrentarse al fascismo y vea en la obra maquiaveliana una especie de manifiesto social, por el cual establece que no puede darse una relación entre los intelectuales y la sociedad mientras aquellos permanecen ajenos, desligados del pueblo, carentes de un nexo emotivo. Mitologizar positivamente el discurso político será el camino para lograr esa vinculación a través de la cual se logre impulsar una voluntad colectiva, una “conciencia operativa de la necesidad histórica, como protagonista de un drama histórico real y efectivo” en aras de llegar a constituirse como fuerza política. Una fuerza transfigurada en sujeto histórico que podrá partir de la nada para aspirar llegar al todo.

Nuestro México hoy, desgarrado por la lucha partidista, se agita convulso. Podría pensarse que somos como aquella Italia fragmentada del Renacimiento, pero la realidad no es así. A más de medio milenio de distancia, sabemos que la historia es un producto social y que no nos hacen falta Príncipes. Es algo mucho más grave y desgarrador y lo vemos en el escenario político. Todo es una falacia, una mentira. Cada discurso, cada imagen que venden los que de la política se valen solo para saciar sus propios y exclusivos intereses.

Sí, no nos hace falta un Príncipe. Estamos en espera de una sociedad, de un pueblo que asuma su responsabilidad y que no se resigne a la espera del Príncipe que no llegará.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli