/ martes 29 de octubre de 2019

No pueden borrar la historia

Los gobiernos pasados ocuparon un instrumento por demás terrible para acallar el encono social: la desaparición forzada de personas. Crimen de lesa humanidad que atravesó toda Latinoamérica a través de la Operación Cóndor en las décadas de los setenta y ochenta. Matando, torturando, privando de la libertad, desapareciendo a personas con nombre y apellido. Dejando a familias con la incertidumbre del paradero de sus hijos y en el colectivo imaginario la huella de no confrontar al Estado.

De este crimen atroz —que persiste lamentablemente en México—, surgió una voz por demás valiente, aguerrida, esperanzadora: la de doña Rosario Ibarra de Piedra. Mujer que comenzó sola la búsqueda de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, víctima de la desaparición en 1974. Como ella refiere, su lucha inició por el cariño que profesan las madres por sus hijos, recogiendo en el camino el dolor ajeno de tantas madres con las mismas circunstancias. Las hallaba en la entonces PGR, en Los Pinos, en los cuarteles militares… siempre buscando, con el corazón roto de tanto dolor. Se organizaron todas. Fue así como nació el Comité ¡Eureka!

“Pensaron los gobiernos que con la desaparición forzada iban a intimidar al pueblo mexicano, y les resultó al revés”, ha dicho doña Rosario Ibarra; frente al terrorismo de Estado, ella luchó de la mano con Las Doñas: madres valientes de todos los estados que se organizaron y lucharon con el propósito de volver a verse reflejadas en la mirada de sus hijos.

Huelgas de hambre. Movilizaciones sociales. Liberación de presos políticos. Empatía siempre con los desprotegidos y vulnerables. Doña Rosario era la voz de aquel que silenciaba el Estado. Su ardua lucha fue un choque frontal contra los gobiernos pasados que silenciaban la inconformidad, criminalizando la protesta.

Y esta lucha trascendió a los principios. Vida. Paz. Libertad. Respeto a derechos humanos. Estado de derecho. Garantía de no repetición. Por eso su lucha es nuestra lucha, porque anhelamos un mejor país. Los gobiernos no pueden borrar la historia; cuando lo pretenden, ésta se agudiza.

El Senado de la República otorgó la medalla Belisario Domínguez a esta incansable mujer y fue ella, con su emblemático discurso y su ardua lucha, la que nos galardonó. Deja la medalla y su encomienda en las manos del presidente de la República. Le pide a su amigo de batallas devolvérselo cuando la verdad y la justicia hayan cubierto con su velo protector a sus familiares. Este gobierno no puede fallar, tiene la obligación imperiosa de generar un cambio verdadero. ¡Nunca más un desaparecido!

Los gobiernos pasados ocuparon un instrumento por demás terrible para acallar el encono social: la desaparición forzada de personas. Crimen de lesa humanidad que atravesó toda Latinoamérica a través de la Operación Cóndor en las décadas de los setenta y ochenta. Matando, torturando, privando de la libertad, desapareciendo a personas con nombre y apellido. Dejando a familias con la incertidumbre del paradero de sus hijos y en el colectivo imaginario la huella de no confrontar al Estado.

De este crimen atroz —que persiste lamentablemente en México—, surgió una voz por demás valiente, aguerrida, esperanzadora: la de doña Rosario Ibarra de Piedra. Mujer que comenzó sola la búsqueda de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, víctima de la desaparición en 1974. Como ella refiere, su lucha inició por el cariño que profesan las madres por sus hijos, recogiendo en el camino el dolor ajeno de tantas madres con las mismas circunstancias. Las hallaba en la entonces PGR, en Los Pinos, en los cuarteles militares… siempre buscando, con el corazón roto de tanto dolor. Se organizaron todas. Fue así como nació el Comité ¡Eureka!

“Pensaron los gobiernos que con la desaparición forzada iban a intimidar al pueblo mexicano, y les resultó al revés”, ha dicho doña Rosario Ibarra; frente al terrorismo de Estado, ella luchó de la mano con Las Doñas: madres valientes de todos los estados que se organizaron y lucharon con el propósito de volver a verse reflejadas en la mirada de sus hijos.

Huelgas de hambre. Movilizaciones sociales. Liberación de presos políticos. Empatía siempre con los desprotegidos y vulnerables. Doña Rosario era la voz de aquel que silenciaba el Estado. Su ardua lucha fue un choque frontal contra los gobiernos pasados que silenciaban la inconformidad, criminalizando la protesta.

Y esta lucha trascendió a los principios. Vida. Paz. Libertad. Respeto a derechos humanos. Estado de derecho. Garantía de no repetición. Por eso su lucha es nuestra lucha, porque anhelamos un mejor país. Los gobiernos no pueden borrar la historia; cuando lo pretenden, ésta se agudiza.

El Senado de la República otorgó la medalla Belisario Domínguez a esta incansable mujer y fue ella, con su emblemático discurso y su ardua lucha, la que nos galardonó. Deja la medalla y su encomienda en las manos del presidente de la República. Le pide a su amigo de batallas devolvérselo cuando la verdad y la justicia hayan cubierto con su velo protector a sus familiares. Este gobierno no puede fallar, tiene la obligación imperiosa de generar un cambio verdadero. ¡Nunca más un desaparecido!