/ domingo 8 de julio de 2018

No temamos, asumamos la democracia

Hace una semana se esperaba que el abstencionismo fuera derrotado en los comicios para que el sentido del voto mayoritario imperara e impidiera el secuestro de la voluntad popular. A las 20 horas, apenas habían cerrado las casillas de la región Pacífico, las primeras encuestas de salida reflejando la tendencia del voto fueron anunciadas. No tardaron en reaccionar y asumir su derrota los candidatos de los principales partidos oponentes: PRI y PAN. El propio Presidente de la República, homólogos del extranjero y principales representantes de los diversos sectores de la sociedad, reconocerían el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, candidato presidencial de la coalición Juntos Haremos Historia. Sí, pese a haber sido la campaña más violenta, combatida y visceral de nuestra historia reciente y a las irregularidades e ilícitos registrados en estados como Puebla, Michoacán y Chiapas, la sombra del fraude había sido conjurada.

La democracia triunfó y pudimos atestiguarlo. Sin embargo, aquí surge la paradoja. ¿Por qué antes del proceso se invocaba a la democracia y pasado éste ahora es temida y cuestionada? Porque un partido nuevo arrasó de forma inédita. Morena arrasó ganando gubernaturas y la mayoría de las delegaciones en la Ciudad de México. El PAN, en cambio, se contrajo, el PRD casi se extinguió y el PRI fue herido de muerte al registrar el mayor derrumbe de su larga vida. Morena ahora será mayoría en las Cámaras de Senadores y de Diputados, lo que le permitirá prescindir de alianzas partidistas para sacar en el futuro sus iniciativas. No obstante, ahora sus detractores denuncian: “habrá dictadura partidista”. Por lo visto se quería que la democracia triunfara, pero que “no triunfara tanto”. Una contradicción más.

Paralelamente, la polarización que dividió como nunca antes a la ciudadanía, comprendidas familias, amistades y parejas, no ha terminado con la contienda. Quedó allí, latente, sembrada en lo profundo de la conciencia ciudadana, enquistada por el odio social extremo que se despertó y que ahora adopta nuevas temáticas en la crítica acerva: discriminación y denostación privan en el discurso. Por eso de nada sirven los mensajes conciliadores de ex presidentes de la República y menos los comentarios de personajes como Vargas Llosa que, en aras de “defender” la democracia, lo que hizo fue encarnizarse en su contra. El daño está hecho, hay posturas irreconciliables y una posible restauración del tejido social se advierte casi imposible en lo inmediato, y si algo evidencia esto, es que en el fondo no se cree realmente en la democracia. Muchos ahora le temen, pero al temerle, no solo le faltan el respeto a ella, se lo faltan a ellos y a nosotros, a todos: clara prueba de la inmadurez política, de la falta de fe en las instituciones y sobre todo en sí mismos. ¿Producto de un síndrome de Estocolmo generalizado? Tal vez.

Si un partido obtiene la mayoría, es porque así lo decidió el pueblo, como sucedió muchas veces en el pasado remoto y próximo, pero si esto ocurrió,no implica que con ello la democracia haya perdido. Lo que quebranta a la democracia es el abuso en el ejercicio del poder de quienes lo detentan y es la incapacidad y desidia de la ciudadanía cuando no sabe cómo contrarrestar tales excesos. A esto sí hay que temerle, a no unir nuestra voz en el coro de la soberanía popular, como hay que temer cuando se permite que otros perviertan nuestra voluntad general, pues cuando se tolera que los representantes gobiernen al margen de ésta, sin límites, la propia ciudadanía se hace cómplice de la perversión de la democracia y es entonces cuando ella corre el riesgo de ser puerta a la tiranía, por más antitético que sea.

El propio Sócrates descreyó de la democracia y le costó la vida. La consideraba un acto de demagogia al que recurre el político para ofrecer falsas promesas y hacerse de popularidad. Milenios después, nuevos críticos como Errico Malatesta la calificaron como mentira que conduce a la dictadura, pero que al volver a su esencia democrática, termina integrando un binomio circular perfecto, vicioso y perverso, de ahí su inclinación por el anarquismo, en el que al ser todos iguales, nadie puede imponerse a los demás. El problema es que el anarquismo es una utopía porque el género humano ha permitido que la desigualdad impere de forma cruenta.

¿Qué hacer entonces, erradicar la democracia? Hoy en México democracia liberal y popular están confrontadas. El problema no es cuál triunfe, sino que cuando el Estado falle el ciudadano asuma su responsabilidad y actúe. Zygmunt Bauman nos aportó el concepto de “democracia líquida”, integrada por la representatividad popular y un parlamento virtual, conformadopor la propia ciudadanía. Lo cierto es que más allá del modelo, ningún régimen democrático podrá tener éxito si libertad, verdad y Justicia dejan de privar y el ciudadano se conforma y desentiende.

La democracia no es tarea de unos cuantos, es de todos los que vivimos en sociedad y hacemos de ella una realidad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


Hace una semana se esperaba que el abstencionismo fuera derrotado en los comicios para que el sentido del voto mayoritario imperara e impidiera el secuestro de la voluntad popular. A las 20 horas, apenas habían cerrado las casillas de la región Pacífico, las primeras encuestas de salida reflejando la tendencia del voto fueron anunciadas. No tardaron en reaccionar y asumir su derrota los candidatos de los principales partidos oponentes: PRI y PAN. El propio Presidente de la República, homólogos del extranjero y principales representantes de los diversos sectores de la sociedad, reconocerían el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, candidato presidencial de la coalición Juntos Haremos Historia. Sí, pese a haber sido la campaña más violenta, combatida y visceral de nuestra historia reciente y a las irregularidades e ilícitos registrados en estados como Puebla, Michoacán y Chiapas, la sombra del fraude había sido conjurada.

La democracia triunfó y pudimos atestiguarlo. Sin embargo, aquí surge la paradoja. ¿Por qué antes del proceso se invocaba a la democracia y pasado éste ahora es temida y cuestionada? Porque un partido nuevo arrasó de forma inédita. Morena arrasó ganando gubernaturas y la mayoría de las delegaciones en la Ciudad de México. El PAN, en cambio, se contrajo, el PRD casi se extinguió y el PRI fue herido de muerte al registrar el mayor derrumbe de su larga vida. Morena ahora será mayoría en las Cámaras de Senadores y de Diputados, lo que le permitirá prescindir de alianzas partidistas para sacar en el futuro sus iniciativas. No obstante, ahora sus detractores denuncian: “habrá dictadura partidista”. Por lo visto se quería que la democracia triunfara, pero que “no triunfara tanto”. Una contradicción más.

Paralelamente, la polarización que dividió como nunca antes a la ciudadanía, comprendidas familias, amistades y parejas, no ha terminado con la contienda. Quedó allí, latente, sembrada en lo profundo de la conciencia ciudadana, enquistada por el odio social extremo que se despertó y que ahora adopta nuevas temáticas en la crítica acerva: discriminación y denostación privan en el discurso. Por eso de nada sirven los mensajes conciliadores de ex presidentes de la República y menos los comentarios de personajes como Vargas Llosa que, en aras de “defender” la democracia, lo que hizo fue encarnizarse en su contra. El daño está hecho, hay posturas irreconciliables y una posible restauración del tejido social se advierte casi imposible en lo inmediato, y si algo evidencia esto, es que en el fondo no se cree realmente en la democracia. Muchos ahora le temen, pero al temerle, no solo le faltan el respeto a ella, se lo faltan a ellos y a nosotros, a todos: clara prueba de la inmadurez política, de la falta de fe en las instituciones y sobre todo en sí mismos. ¿Producto de un síndrome de Estocolmo generalizado? Tal vez.

Si un partido obtiene la mayoría, es porque así lo decidió el pueblo, como sucedió muchas veces en el pasado remoto y próximo, pero si esto ocurrió,no implica que con ello la democracia haya perdido. Lo que quebranta a la democracia es el abuso en el ejercicio del poder de quienes lo detentan y es la incapacidad y desidia de la ciudadanía cuando no sabe cómo contrarrestar tales excesos. A esto sí hay que temerle, a no unir nuestra voz en el coro de la soberanía popular, como hay que temer cuando se permite que otros perviertan nuestra voluntad general, pues cuando se tolera que los representantes gobiernen al margen de ésta, sin límites, la propia ciudadanía se hace cómplice de la perversión de la democracia y es entonces cuando ella corre el riesgo de ser puerta a la tiranía, por más antitético que sea.

El propio Sócrates descreyó de la democracia y le costó la vida. La consideraba un acto de demagogia al que recurre el político para ofrecer falsas promesas y hacerse de popularidad. Milenios después, nuevos críticos como Errico Malatesta la calificaron como mentira que conduce a la dictadura, pero que al volver a su esencia democrática, termina integrando un binomio circular perfecto, vicioso y perverso, de ahí su inclinación por el anarquismo, en el que al ser todos iguales, nadie puede imponerse a los demás. El problema es que el anarquismo es una utopía porque el género humano ha permitido que la desigualdad impere de forma cruenta.

¿Qué hacer entonces, erradicar la democracia? Hoy en México democracia liberal y popular están confrontadas. El problema no es cuál triunfe, sino que cuando el Estado falle el ciudadano asuma su responsabilidad y actúe. Zygmunt Bauman nos aportó el concepto de “democracia líquida”, integrada por la representatividad popular y un parlamento virtual, conformadopor la propia ciudadanía. Lo cierto es que más allá del modelo, ningún régimen democrático podrá tener éxito si libertad, verdad y Justicia dejan de privar y el ciudadano se conforma y desentiende.

La democracia no es tarea de unos cuantos, es de todos los que vivimos en sociedad y hacemos de ella una realidad.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli