/ viernes 10 de junio de 2022

No tengo que elegir

Por Stefany Rocha Del Litto


Recuerdo estar sentada en una de las bancas de un aula de clases dentro de mi universidad, pensando en cómo sería mi vida saliendo “a la vida real”, a la de los “adultos”. Pensé en qué trabajaría, cómo quería que se viera mi vida profesional y meditando a qué puesto aspiraría para poder llegar a tener “éxito”. Recuerdo también que, en esta línea de ideas se le sumó rápidamente un: “ay… pero, qué voy a hacer si quiero ser mamá y tener una vida familiar”.

Esa fue la primera vez que me enfrenté, de manera consciente, a una violencia estructural de género que muchas veces es imperceptible para las mujeres. Una brecha, donde tenemos que decidir entre tener éxito y alcanzar tus metas profesionales o dedicarte a ser una mamá presente y cercana a tu vida familiar.

Qué cosa más bizarra ¿no?, tener que elegir entre dos “tipos” de éxito porque al parecer no puedes tener ambos. Pareciera que solo uno puede ser el vencedor. Fue en ese momento que me pregunté, “¿será que mis compañeros hombres tienen el mismo dilema?”

En México, del 100% de las mujeres en edad laboral, sólo el 43.6% trabaja de manera activa, colocando a nuestro país por debajo del promedio mundial. Además que, sólo el 42% de los trabajos formales ofrecen condiciones adecuada para el desarrollo óptimo profesional de las mujeres.

Sumado a que existe una brecha salarial del 20% (mujeres que ganan menos por el mismo trabajo que un hombre), nos da un escenario violento donde ser mujer trabajadora en México es, de inicio, injusto y sumamente desalentador (INEGI, 2022).

Esto me fue muy presente otra vez, al enfrentarme al siguiente cuestionamiento. Si quisiera emplearme en este momento, una de las preguntas esperadas en una entrevista de trabajo sería: ¿quieres tener hijos? y ¿en cuánto tiempo sería?.

Porque yo, a mis 27 años, ya estoy en edad reproductiva donde puedo representarle un “gasto extra” y un “problema” a una compañía, siendo de entrada, un perfil con pretexto para no ser contratada. Todo por el simple hecho de querer ejercer mi maternidad y ambicionar a poder tener estos dos sueños y negarme a elegir entre los dos.

Las decisiones personales de vida no deberían influir en nuestro desarrollo profesional, menos aún, si éstas están vinculadas a un tema tan personal y respetable como es la maternidad. Estando en el siglo XXI, es momento de visibilizar esta violencia estructural, para que las niñas que están creciendo, viendo presidentas, jefas, empresarias, piensen “cuando crezca puedo ser lo que yo quiera, sin elegir entre las cosas que me llenen el corazón”.

Atender la brecha de género no se trata de ser iguales, sino más bien, de observar las necesidades de cada uno para que nuestro sexo no sea un pretexto que nos haga elegir entre dos sueños. Sino que, nos ayude a ver que en vez de decidir entre una cosa u otra, podemos tener los dos y nutrir aquello que queramos.

Por Stefany Rocha Del Litto


Recuerdo estar sentada en una de las bancas de un aula de clases dentro de mi universidad, pensando en cómo sería mi vida saliendo “a la vida real”, a la de los “adultos”. Pensé en qué trabajaría, cómo quería que se viera mi vida profesional y meditando a qué puesto aspiraría para poder llegar a tener “éxito”. Recuerdo también que, en esta línea de ideas se le sumó rápidamente un: “ay… pero, qué voy a hacer si quiero ser mamá y tener una vida familiar”.

Esa fue la primera vez que me enfrenté, de manera consciente, a una violencia estructural de género que muchas veces es imperceptible para las mujeres. Una brecha, donde tenemos que decidir entre tener éxito y alcanzar tus metas profesionales o dedicarte a ser una mamá presente y cercana a tu vida familiar.

Qué cosa más bizarra ¿no?, tener que elegir entre dos “tipos” de éxito porque al parecer no puedes tener ambos. Pareciera que solo uno puede ser el vencedor. Fue en ese momento que me pregunté, “¿será que mis compañeros hombres tienen el mismo dilema?”

En México, del 100% de las mujeres en edad laboral, sólo el 43.6% trabaja de manera activa, colocando a nuestro país por debajo del promedio mundial. Además que, sólo el 42% de los trabajos formales ofrecen condiciones adecuada para el desarrollo óptimo profesional de las mujeres.

Sumado a que existe una brecha salarial del 20% (mujeres que ganan menos por el mismo trabajo que un hombre), nos da un escenario violento donde ser mujer trabajadora en México es, de inicio, injusto y sumamente desalentador (INEGI, 2022).

Esto me fue muy presente otra vez, al enfrentarme al siguiente cuestionamiento. Si quisiera emplearme en este momento, una de las preguntas esperadas en una entrevista de trabajo sería: ¿quieres tener hijos? y ¿en cuánto tiempo sería?.

Porque yo, a mis 27 años, ya estoy en edad reproductiva donde puedo representarle un “gasto extra” y un “problema” a una compañía, siendo de entrada, un perfil con pretexto para no ser contratada. Todo por el simple hecho de querer ejercer mi maternidad y ambicionar a poder tener estos dos sueños y negarme a elegir entre los dos.

Las decisiones personales de vida no deberían influir en nuestro desarrollo profesional, menos aún, si éstas están vinculadas a un tema tan personal y respetable como es la maternidad. Estando en el siglo XXI, es momento de visibilizar esta violencia estructural, para que las niñas que están creciendo, viendo presidentas, jefas, empresarias, piensen “cuando crezca puedo ser lo que yo quiera, sin elegir entre las cosas que me llenen el corazón”.

Atender la brecha de género no se trata de ser iguales, sino más bien, de observar las necesidades de cada uno para que nuestro sexo no sea un pretexto que nos haga elegir entre dos sueños. Sino que, nos ayude a ver que en vez de decidir entre una cosa u otra, podemos tener los dos y nutrir aquello que queramos.