/ sábado 7 de octubre de 2017

Nos acoge la solidaridad

Desde principios de septiembre la desgracia nos envuelve, una vez más, acentuada por el terremoto del martes 19, justo 32 años después de aquel fatídico 1985. El dolor por las pérdidas humanas nos oprime el corazón; el peligro de que haya réplicas y más daños nos mantiene en alerta, en la incertidumbre; pero también la enorme solidaridad y participación social de los mexicanos nos acoge.

Cada vida perdida bajo las casas, en los edificios caídos, lo mismo en Oaxaca que en Chiapas, Morelos, Puebla o la Ciudad de México, suma a nuestra situación de impotencia frente a la fuerza devastadora de la naturaleza. Vivimos una suerte de orfandad al enterarnos que la suma de muertes se eleva, y elevamos oraciones para que esos hombres y mujeres en las zonas cero sigan teniendo la fortaleza para continuar su labor de rescate.

Rezamos en silencio, también en cadenas a través de las redes sociales, porque así participamos ahora todos los mexicanos. Los que viven en cada rincón del país, que no pueden trasladarse y llegar a quitar escombros, ruegan al Todopoderoso que nos dé alivio, que interceda ante la madre naturaleza para darnos tregua y el respiro necesario al menos para llorar a nuestros muertos y enterrarlos con dignidad; para recomponernos y seguir la vida que nos tiene prestada.

La solidaridad en cada pueblo, en cada ciudad, se manifiesta en la organización de centros de acopio. Jóvenes, adultos, ancianos, ruegan a otros que cooperen, que aporten lo que puedan de agua, de víveres, de medicinas y materiales de curación. Y en cada lata de atún, en cada gasa, en cada litro de agua, va el corazón de México despojado de banalidades, de clases sociales, de poderes adquisitivos.

Desde luego que esa organización social, esa solidaridad manifiesta en especie, en donaciones de efectivo a través de múltiples canales, debe tener una excelente organización para que llegue con toda certeza a quienes verdaderamente lo requieren porque lo perdieron todo: sus casas, sus muebles, su ropa, incluso a sus familiares.

Es importante entonces que los mexicanos estemos atentos a la información que se genera a través de fuentes confiables para saber a dónde dirigirnos y entregar los donativos en los que va también nuestra entereza y fuerza moral. Hay que escuchar a las autoridades del Ejército, de la Marina, que están al frente porque saben exactamente qué sigue haciendo falta y qué no.

Hay que escuchar los mensajes del propio presidente Peña Nieto y de los diversos secretarios que también tienen información de primera mano, confiable, para que nuestra ayuda se concrete y ayude verdaderamente.

Tras las labores de rescate de vidas humanas, del recuento de las pérdidas materiales que también son cuantiosas y muy costosas, vendrá la reconstrucción necesaria para “normalizar” la vida en los lugares afectados, si es que el término pudiera ser usado ahora. Es probable que en esa etapa los mexicanos en desgracia sigan necesitando de la solidaridad de esos otros millones de mexicanos que vimos con horror lo que les ocurrió.

Es indispensable entonces que sigamos atentos, pendientes, para demostrar que estamos organizados, que nuestra solidaridad y dolor ante el dolor ajeno es genuino, y que hay disposición a seguir colaborando.

No podemos hacer mucho ante los embates de la madre naturaleza. Los terremotos son impredecibles, pero debemos tener fortaleza y estar “preparados”. Esa palabra, en este caso, significa no ignorar lo que puede pasar hoy, mañana o dentro de algunos años. Implica hablarlo en familia, con información suficiente, sin alarmas, pero puntualizando que lo ocurrido puede volver a ocurrir.

Hoy, los que tenemos algún cargo público estamos más que obligados a ser solidarios porque lo obtuvimos con la confianza que nos depositaron cientos de ciudadanos.

Vale decir que el Senado de la República, los senadores, aportaremos 50 millones de pesos al fideicomiso para la reconstrucción de vivienda de los afectados por el terremoto.

Desde principios de septiembre la desgracia nos envuelve, una vez más, acentuada por el terremoto del martes 19, justo 32 años después de aquel fatídico 1985. El dolor por las pérdidas humanas nos oprime el corazón; el peligro de que haya réplicas y más daños nos mantiene en alerta, en la incertidumbre; pero también la enorme solidaridad y participación social de los mexicanos nos acoge.

Cada vida perdida bajo las casas, en los edificios caídos, lo mismo en Oaxaca que en Chiapas, Morelos, Puebla o la Ciudad de México, suma a nuestra situación de impotencia frente a la fuerza devastadora de la naturaleza. Vivimos una suerte de orfandad al enterarnos que la suma de muertes se eleva, y elevamos oraciones para que esos hombres y mujeres en las zonas cero sigan teniendo la fortaleza para continuar su labor de rescate.

Rezamos en silencio, también en cadenas a través de las redes sociales, porque así participamos ahora todos los mexicanos. Los que viven en cada rincón del país, que no pueden trasladarse y llegar a quitar escombros, ruegan al Todopoderoso que nos dé alivio, que interceda ante la madre naturaleza para darnos tregua y el respiro necesario al menos para llorar a nuestros muertos y enterrarlos con dignidad; para recomponernos y seguir la vida que nos tiene prestada.

La solidaridad en cada pueblo, en cada ciudad, se manifiesta en la organización de centros de acopio. Jóvenes, adultos, ancianos, ruegan a otros que cooperen, que aporten lo que puedan de agua, de víveres, de medicinas y materiales de curación. Y en cada lata de atún, en cada gasa, en cada litro de agua, va el corazón de México despojado de banalidades, de clases sociales, de poderes adquisitivos.

Desde luego que esa organización social, esa solidaridad manifiesta en especie, en donaciones de efectivo a través de múltiples canales, debe tener una excelente organización para que llegue con toda certeza a quienes verdaderamente lo requieren porque lo perdieron todo: sus casas, sus muebles, su ropa, incluso a sus familiares.

Es importante entonces que los mexicanos estemos atentos a la información que se genera a través de fuentes confiables para saber a dónde dirigirnos y entregar los donativos en los que va también nuestra entereza y fuerza moral. Hay que escuchar a las autoridades del Ejército, de la Marina, que están al frente porque saben exactamente qué sigue haciendo falta y qué no.

Hay que escuchar los mensajes del propio presidente Peña Nieto y de los diversos secretarios que también tienen información de primera mano, confiable, para que nuestra ayuda se concrete y ayude verdaderamente.

Tras las labores de rescate de vidas humanas, del recuento de las pérdidas materiales que también son cuantiosas y muy costosas, vendrá la reconstrucción necesaria para “normalizar” la vida en los lugares afectados, si es que el término pudiera ser usado ahora. Es probable que en esa etapa los mexicanos en desgracia sigan necesitando de la solidaridad de esos otros millones de mexicanos que vimos con horror lo que les ocurrió.

Es indispensable entonces que sigamos atentos, pendientes, para demostrar que estamos organizados, que nuestra solidaridad y dolor ante el dolor ajeno es genuino, y que hay disposición a seguir colaborando.

No podemos hacer mucho ante los embates de la madre naturaleza. Los terremotos son impredecibles, pero debemos tener fortaleza y estar “preparados”. Esa palabra, en este caso, significa no ignorar lo que puede pasar hoy, mañana o dentro de algunos años. Implica hablarlo en familia, con información suficiente, sin alarmas, pero puntualizando que lo ocurrido puede volver a ocurrir.

Hoy, los que tenemos algún cargo público estamos más que obligados a ser solidarios porque lo obtuvimos con la confianza que nos depositaron cientos de ciudadanos.

Vale decir que el Senado de la República, los senadores, aportaremos 50 millones de pesos al fideicomiso para la reconstrucción de vivienda de los afectados por el terremoto.