/ lunes 25 de abril de 2022

Nos faltan muchas más que once

Hace algunos años, un querido amigo con ganas de hacer las cosas distintas desde el Gobierno de su natal estado Nuevo León, me invitó a conocer y recorrer su tierra. En ese entonces, tuve la oportunidad de apreciar no solo la belleza de esa entidad, sino que tuve el privilegio de escuchar y acercarme a su gente.

Hoy recuerdo aquella visita a Nuevo León con nostalgia, pues lamentablemente lo que veo en las noticias, redes sociales y periódicos es una realidad muy distinta.

Utilizo estas líneas a manera de catarsis para expresar la profunda tristeza, indignación y preocupación que siento al saber de casos como el de Debanhi, pues cuando hablamos del problema de la violencia contra las mujeres en México, a veces pareciera que solo repetimos sin sustancia que 11 mujeres son asesinadas al día en nuestro país, pero hoy, este tipo de casos nos confrontan para reconocer que son mucho más que números, que tienen nombre, y que hoy Debanhi pasó a ser parte de esta cifra.

Lo cruel del asunto es precisamente que a pesar del gran impacto que ha generado su caso, la cifra negra es mucho más grande, y es que tan solo el año pasado el INEGI reportaba que solamente 1 de cada 10 delitos que se cometen son denunciados, y lo que es peor, de los que sí se hacen de conocimiento de la autoridad, el 95% terminan en impunidad.

Esto hace preguntarme de qué forma podemos empezar a combatir la crisis de violencia extrema por la que atravesamos, pues ha quedado claro que las instituciones están rebasadas y que el Estado ha fallado en su principal razón de existir, que es el velar por la vida y seguridad de todas las personas.

Al respecto, hay un gran número de personas que optan por distintas formas de exigir justicia y de hacer escuchar su voz, por un lado hay quienes esperan la conclusión de las autoridades; pero hay quienes se apropian del espacio público para visibilizar la indignación que muchas y muchos sentimos con este tipo de casos, nada menos el día de ayer, en la CDMX miles de mujeres salieron a las calles en solidaridad con las víctimas y sus familias.

Mencionaba en otros espacios que yo misma he tenido la oportunidad de ejercer mi derecho a manifestarme pacíficamente, y estoy convencida que hoy el espacio público tiene un papel prioritario en la participación ciudadana, pues es el lugar donde queda huella del sentir social ante la injusticia.

Sabemos que es el sitio donde se guarda memoria de las batallas que luchamos y las causas en las que creemos; hoy las calles pasan a ser no solo el eje articulador de la ciudad, sino las vías de unión y coincidencia de una sociedad harta de la muerte y la violencia.

Este tipo de sucesos nos obligan a hacer una pausa para pensar qué hemos hecho como seres humanos a lo largo de la historia, y sobre todo, el curso de nuestro futuro, pues ante un presente como el que enfrentamos, el reto pareciera gigantesco.

Pero aún así, quisiera terminar estas líneas diciendo que a pesar de que pareciera que no hay mucha esperanza, estoy convencida de que somos muchas personas que desde nuestras trincheras estamos poniendo un granito de arena para reconstruir un México en donde el respeto por la dignidad humana y la vida de las personas es más importante que cualquier otra cosa.

No bajemos la guardia en la lucha por el reconocimiento de nuestra dignidad, pues hoy, mas que nunca está en nuestras manos mejorar las condiciones de las generaciones futuras, en vez de dejar panoramas violentos, en los que aquellas quienes hacen falta, sólo son una cifra, un expediente o un número más, y no una persona con nombre y apellido, que esperan en su casa con la esperanza que aparezca viva.

Hace algunos años, un querido amigo con ganas de hacer las cosas distintas desde el Gobierno de su natal estado Nuevo León, me invitó a conocer y recorrer su tierra. En ese entonces, tuve la oportunidad de apreciar no solo la belleza de esa entidad, sino que tuve el privilegio de escuchar y acercarme a su gente.

Hoy recuerdo aquella visita a Nuevo León con nostalgia, pues lamentablemente lo que veo en las noticias, redes sociales y periódicos es una realidad muy distinta.

Utilizo estas líneas a manera de catarsis para expresar la profunda tristeza, indignación y preocupación que siento al saber de casos como el de Debanhi, pues cuando hablamos del problema de la violencia contra las mujeres en México, a veces pareciera que solo repetimos sin sustancia que 11 mujeres son asesinadas al día en nuestro país, pero hoy, este tipo de casos nos confrontan para reconocer que son mucho más que números, que tienen nombre, y que hoy Debanhi pasó a ser parte de esta cifra.

Lo cruel del asunto es precisamente que a pesar del gran impacto que ha generado su caso, la cifra negra es mucho más grande, y es que tan solo el año pasado el INEGI reportaba que solamente 1 de cada 10 delitos que se cometen son denunciados, y lo que es peor, de los que sí se hacen de conocimiento de la autoridad, el 95% terminan en impunidad.

Esto hace preguntarme de qué forma podemos empezar a combatir la crisis de violencia extrema por la que atravesamos, pues ha quedado claro que las instituciones están rebasadas y que el Estado ha fallado en su principal razón de existir, que es el velar por la vida y seguridad de todas las personas.

Al respecto, hay un gran número de personas que optan por distintas formas de exigir justicia y de hacer escuchar su voz, por un lado hay quienes esperan la conclusión de las autoridades; pero hay quienes se apropian del espacio público para visibilizar la indignación que muchas y muchos sentimos con este tipo de casos, nada menos el día de ayer, en la CDMX miles de mujeres salieron a las calles en solidaridad con las víctimas y sus familias.

Mencionaba en otros espacios que yo misma he tenido la oportunidad de ejercer mi derecho a manifestarme pacíficamente, y estoy convencida que hoy el espacio público tiene un papel prioritario en la participación ciudadana, pues es el lugar donde queda huella del sentir social ante la injusticia.

Sabemos que es el sitio donde se guarda memoria de las batallas que luchamos y las causas en las que creemos; hoy las calles pasan a ser no solo el eje articulador de la ciudad, sino las vías de unión y coincidencia de una sociedad harta de la muerte y la violencia.

Este tipo de sucesos nos obligan a hacer una pausa para pensar qué hemos hecho como seres humanos a lo largo de la historia, y sobre todo, el curso de nuestro futuro, pues ante un presente como el que enfrentamos, el reto pareciera gigantesco.

Pero aún así, quisiera terminar estas líneas diciendo que a pesar de que pareciera que no hay mucha esperanza, estoy convencida de que somos muchas personas que desde nuestras trincheras estamos poniendo un granito de arena para reconstruir un México en donde el respeto por la dignidad humana y la vida de las personas es más importante que cualquier otra cosa.

No bajemos la guardia en la lucha por el reconocimiento de nuestra dignidad, pues hoy, mas que nunca está en nuestras manos mejorar las condiciones de las generaciones futuras, en vez de dejar panoramas violentos, en los que aquellas quienes hacen falta, sólo son una cifra, un expediente o un número más, y no una persona con nombre y apellido, que esperan en su casa con la esperanza que aparezca viva.