/ martes 18 de febrero de 2020

Nos olvidamos del Coeficiente de Gini

El coeficiente de Gini es un instrumento utilizado para medir la concentración en el ingreso económico de los países. Desde hace muchas décadas esta herramienta nos ha indicado que en México tenemos un problema serio en la distribución de la riqueza nacional, agudizado por un fenómeno social poco atendido como es la discriminación por capa social, de género, étnica y hasta de lugar de residencia. Lo anterior, no tengo duda, propició no sólo desigualdad, sino también abandono a sectores vulnerables, los que construyeron sus microcosmos ajenos a las instituciones del Estado y en algunos de ellos, con reglas irregulares de convivencia donde el respeto a la ley y a las instituciones era prácticamente inexistente.

Los datos de INEGI (ENIGH, 2018) indican que en México el 10% de la población de menos ingreso, mensualmente cuenta por hogar con $3,037 pesos. En contraste, el 10% de los hogares que más ganan, ingresan mensualmente $55,583, es decir, la diferencia es de 1 a 18, mientras que en los países nórdicos la separación se encuentra en el orden de 1 a 2.5 y en Francia de 1 a 4.5. La búsqueda del Estado de bienestar como plataforma institucional para aliviar la desigualdad fue un anhelo latente del México potsrevolucionario, que encontró en una Constitución social la posibilidad de impulsar la educación pública, las instituciones de seguridad social, los derechos laborales y los programas de seguridad alimentaria. Esta época del desarrollo estabilizador y un crecimiento económico constante, se agotó a principios de la década de los setentas y después, aunque se mantuvo la mayoría de programas, se entró en una crisis estructural de la cual ya no se pudo salir.

Thomas Piketty, reconocido tratadista en estudios de desigualdad, afirma que los enfoques actuales de los países no son los correctos. Éstos refieren que el problema fundamental es la disparidad con el reparto económico y tecnológico, cuando la principal preocupación debiera ser la ideológica y la política. En este argumento coincido, las políticas sociales se han dedicado a repartir dinero a los grupos vulnerables, pero carecen de otros mecanismos para atender problemas asociados a sectores específicos. Por ejemplo, en los hogares monoparentales, en donde la madre tiene que salir a trabajar para mantener a su familia, no existen políticas públicas que apoyen de manera correcta a los hijos en su ausencia. En el pasado, el profesor y el párroco del pueblo eran referentes complementarios para la educación de los hijos sustentados en valores sociales y humanos, ahora eso prácticamente ya no existe, y no se han construido figuras alternativas que les sustituyan en esta importante función.

La violencia en todas sus derivaciones cada día aumenta, como también una mayor cercanía a las drogas y la delincuencia. Existe un ánimo de malestar social con lo público y ya también entre la misma sociedad. En algunos casos lo preocupante son las distintas manifestaciones de odio. Es tiempo de empezar a construir fórmulas para tener una civilidad incluyente, que se respete y que se apoye mutuamente y no sólo cuando ocurre una desgracia. Quizá lo que faltó en épocas pasadas fue conocer el Coeficiente de Gini y actuar en consecuencia para conformar una política pública que buscara la igualdad social desde un enfoque integral.

El coeficiente de Gini es un instrumento utilizado para medir la concentración en el ingreso económico de los países. Desde hace muchas décadas esta herramienta nos ha indicado que en México tenemos un problema serio en la distribución de la riqueza nacional, agudizado por un fenómeno social poco atendido como es la discriminación por capa social, de género, étnica y hasta de lugar de residencia. Lo anterior, no tengo duda, propició no sólo desigualdad, sino también abandono a sectores vulnerables, los que construyeron sus microcosmos ajenos a las instituciones del Estado y en algunos de ellos, con reglas irregulares de convivencia donde el respeto a la ley y a las instituciones era prácticamente inexistente.

Los datos de INEGI (ENIGH, 2018) indican que en México el 10% de la población de menos ingreso, mensualmente cuenta por hogar con $3,037 pesos. En contraste, el 10% de los hogares que más ganan, ingresan mensualmente $55,583, es decir, la diferencia es de 1 a 18, mientras que en los países nórdicos la separación se encuentra en el orden de 1 a 2.5 y en Francia de 1 a 4.5. La búsqueda del Estado de bienestar como plataforma institucional para aliviar la desigualdad fue un anhelo latente del México potsrevolucionario, que encontró en una Constitución social la posibilidad de impulsar la educación pública, las instituciones de seguridad social, los derechos laborales y los programas de seguridad alimentaria. Esta época del desarrollo estabilizador y un crecimiento económico constante, se agotó a principios de la década de los setentas y después, aunque se mantuvo la mayoría de programas, se entró en una crisis estructural de la cual ya no se pudo salir.

Thomas Piketty, reconocido tratadista en estudios de desigualdad, afirma que los enfoques actuales de los países no son los correctos. Éstos refieren que el problema fundamental es la disparidad con el reparto económico y tecnológico, cuando la principal preocupación debiera ser la ideológica y la política. En este argumento coincido, las políticas sociales se han dedicado a repartir dinero a los grupos vulnerables, pero carecen de otros mecanismos para atender problemas asociados a sectores específicos. Por ejemplo, en los hogares monoparentales, en donde la madre tiene que salir a trabajar para mantener a su familia, no existen políticas públicas que apoyen de manera correcta a los hijos en su ausencia. En el pasado, el profesor y el párroco del pueblo eran referentes complementarios para la educación de los hijos sustentados en valores sociales y humanos, ahora eso prácticamente ya no existe, y no se han construido figuras alternativas que les sustituyan en esta importante función.

La violencia en todas sus derivaciones cada día aumenta, como también una mayor cercanía a las drogas y la delincuencia. Existe un ánimo de malestar social con lo público y ya también entre la misma sociedad. En algunos casos lo preocupante son las distintas manifestaciones de odio. Es tiempo de empezar a construir fórmulas para tener una civilidad incluyente, que se respete y que se apoye mutuamente y no sólo cuando ocurre una desgracia. Quizá lo que faltó en épocas pasadas fue conocer el Coeficiente de Gini y actuar en consecuencia para conformar una política pública que buscara la igualdad social desde un enfoque integral.