/ miércoles 18 de marzo de 2020

Nuestra economía en zona de alto riesgo

Aparte de que no estamos exentos de enfrentar un grave problema de salud por el Covid-19, máxime si como país no tomamos providencias a la altura de la contingencia, nuestra economía ha entrado a una zona de muy alto riesgo. Prácticamente puede darse por descontado otro año de estancamiento, con probabilidad de que se convierta en una recesión considerable. La amenaza, de no actuar con responsabilidad y oportunidad, es que ésta sea profunda y se extienda más allá de este año, además de una fuerte sacudida a las finanzas públicas y la estabilidad macroeconómica.

Lo primero para superar con éxito una contingencia económica de este calibre es reconocerla con objetividad, como hay que hacer ante una enfermedad para curar a un paciente. En ello va implícito diagnosticar, con igual claridad, nuestra posición al respecto. En ese sentido, esta “tormenta perfecta” nos sorprende en una condición de enorme vulnerabilidad.

El tamaño y la complejidad del riesgo que hoy tenemos enfrente no puede disociarse del debilitamiento interno, que responde a causas domésticas que han desembocado en una reducción significativa de nuestro margen de maniobra: en concreto, menor resiliencia y capacidad de recuperación rápida ante lo que venga, como sí la tuvimos tras la recesión del 2009.

Muchos habíamos venido señalando lo expuesto que estaba quedando México ante choques externos, como una recesión en Estados Unidos. Finalmente ha llegado este “cisne negro” y hay que actuar en consecuencia, con un golpe de timón en la causa primordial del debilitamiento de nuestra economía: la caída de la confianza para las actividades productivas e inclusive el consumo, con una contracción de 5% de la inversión en el 2019.

Seguir con las políticas y actitudes que nos pusieron en estas condiciones –con el mismo guion– es una receta para que en los próximos días, semanas y meses veamos una recurrente rebaja en las expectativas del PIB tanto para 2020 como 2021. Similar a lo que pasó en 2019, pero partiendo de un piso mucho más bajo. Ya Bank of America pronosticó una contracción de 0.1%, desde el previo de 0.5 por ciento.

Hay que tener presente que el Presupuesto Federal se basa en un escenario de crecimiento de entre 1.5 y 2.5 por ciento y un precio por barril de petróleo de la mezcla mexicana de 49 dólares, cuando esta semana ha cotizado en unos 25, además de que los especialistas no ven una solución pronta al pulso entre Arabia Saudita y Rusia, causante del desplome de los precios. En el mismo paquete de circunstancias debe considerarse que Pemex es la empresa más endeudada del mundo, con pasivos que superan el valor de sus activos, y tiene la amenaza de que otra de las tres grandes calificadoras financieras le quite el grado de inversión (Fitch lo hizo en junio del 2019).

Los ingresos petroleros representan cerca del 18% de los recursos del erario, pero hoy esta empresa pareciera enfilada a convertirse en un barril sin fondo, con pérdidas históricas por más de 346 mil millones de pesos el año pasado. En vez de “palanca de desarrollo”, apunta hacia una pesada carga financiera, al grado de que puede arrastrar consigo a la misma deuda soberana.

Si el guion económico se basa en recuperar un monopolio energético, con un Pemex y una CFE fuertes, en alentar el mercado interno con programas sociales, orientados a la entrega de apoyos directos de dinero, y en mantener finanzas públicas sanas, en los tres aspectos enfrentamos problemas mayúsculos y tendencias contrarias a las deseadas, además de fallas estructurales que ponen en duda la fórmula misma.

El economista Mauricio González ha señalado atinadamente que aunque se canalicen 200 o 300 mil millones de pesos en esos programas, apenas equivalen al 2% del consumo privado total. En un entorno de disminución en la creación de empleos, el efecto en la demanda interna es aún más inocuo.

En cuanto a las finanzas públicas, es cierto que el 78% la deuda pública está en pesos, pero de cualquier manera buena parte de ésta corresponde a extranjeros, que han traído sus capitales para aprovechar los diferenciales de tasas de interés y pueden salir rápidamente si no compensan el riesgo cambiario o una baja en la calificación de Pemex. Al menos hay unos 110 mil millones de dólares que pueden salir de esa forma. Por si fuera poco, el año pasado, sin un escenario tan difícil como ahora, se gastó más del 43% del Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios (FEIP), ahorros de casi dos décadas.

El motor de la economía estadounidense tampoco puede salvarnos, cuando su expectativa de crecimiento acaba de bajar de alrededor de 2% a1.6% o menos.

El momento exige realismo y capacidad de adaptación a las circunstancias. Aferrarse a guiones políticos o ideológicos, ante un contexto tan complejo, es jugar con fuego. Tan aventurado como confiar en que, contra el coronavirus, bastaría con que el calor de primavera nos ayude (algo que, entiendo, no es seguro), más las medidas drásticas que están implementando otros países y tratar de dar una imagen de que todo está bajo control, cuando nuestro sistema de salud ha dado diversas muestras de apuntar hacia lo contrario.

Necesitamos un plan de contingencia a la altura, que nos una ante el desafío, en vez de seguir con la polarización política que hemos tenido en los últimos meses. Se habla de medidas como incentivos fiscales o acelerar el gasto público, pero nada será suficiente si no se pone hasta arriba de la lista el reconstruir la confianza para la inversión y el crecimiento. Poner en riesgo una inversión de mil 400 millones de dólares por una consulta pública, como ocurrió con el Aeropuerto de Texcoco, son el tipo de acciones que habría que evitar. Empezar por eso, sin ambigüedad, ayudaría mucho.


Aparte de que no estamos exentos de enfrentar un grave problema de salud por el Covid-19, máxime si como país no tomamos providencias a la altura de la contingencia, nuestra economía ha entrado a una zona de muy alto riesgo. Prácticamente puede darse por descontado otro año de estancamiento, con probabilidad de que se convierta en una recesión considerable. La amenaza, de no actuar con responsabilidad y oportunidad, es que ésta sea profunda y se extienda más allá de este año, además de una fuerte sacudida a las finanzas públicas y la estabilidad macroeconómica.

Lo primero para superar con éxito una contingencia económica de este calibre es reconocerla con objetividad, como hay que hacer ante una enfermedad para curar a un paciente. En ello va implícito diagnosticar, con igual claridad, nuestra posición al respecto. En ese sentido, esta “tormenta perfecta” nos sorprende en una condición de enorme vulnerabilidad.

El tamaño y la complejidad del riesgo que hoy tenemos enfrente no puede disociarse del debilitamiento interno, que responde a causas domésticas que han desembocado en una reducción significativa de nuestro margen de maniobra: en concreto, menor resiliencia y capacidad de recuperación rápida ante lo que venga, como sí la tuvimos tras la recesión del 2009.

Muchos habíamos venido señalando lo expuesto que estaba quedando México ante choques externos, como una recesión en Estados Unidos. Finalmente ha llegado este “cisne negro” y hay que actuar en consecuencia, con un golpe de timón en la causa primordial del debilitamiento de nuestra economía: la caída de la confianza para las actividades productivas e inclusive el consumo, con una contracción de 5% de la inversión en el 2019.

Seguir con las políticas y actitudes que nos pusieron en estas condiciones –con el mismo guion– es una receta para que en los próximos días, semanas y meses veamos una recurrente rebaja en las expectativas del PIB tanto para 2020 como 2021. Similar a lo que pasó en 2019, pero partiendo de un piso mucho más bajo. Ya Bank of America pronosticó una contracción de 0.1%, desde el previo de 0.5 por ciento.

Hay que tener presente que el Presupuesto Federal se basa en un escenario de crecimiento de entre 1.5 y 2.5 por ciento y un precio por barril de petróleo de la mezcla mexicana de 49 dólares, cuando esta semana ha cotizado en unos 25, además de que los especialistas no ven una solución pronta al pulso entre Arabia Saudita y Rusia, causante del desplome de los precios. En el mismo paquete de circunstancias debe considerarse que Pemex es la empresa más endeudada del mundo, con pasivos que superan el valor de sus activos, y tiene la amenaza de que otra de las tres grandes calificadoras financieras le quite el grado de inversión (Fitch lo hizo en junio del 2019).

Los ingresos petroleros representan cerca del 18% de los recursos del erario, pero hoy esta empresa pareciera enfilada a convertirse en un barril sin fondo, con pérdidas históricas por más de 346 mil millones de pesos el año pasado. En vez de “palanca de desarrollo”, apunta hacia una pesada carga financiera, al grado de que puede arrastrar consigo a la misma deuda soberana.

Si el guion económico se basa en recuperar un monopolio energético, con un Pemex y una CFE fuertes, en alentar el mercado interno con programas sociales, orientados a la entrega de apoyos directos de dinero, y en mantener finanzas públicas sanas, en los tres aspectos enfrentamos problemas mayúsculos y tendencias contrarias a las deseadas, además de fallas estructurales que ponen en duda la fórmula misma.

El economista Mauricio González ha señalado atinadamente que aunque se canalicen 200 o 300 mil millones de pesos en esos programas, apenas equivalen al 2% del consumo privado total. En un entorno de disminución en la creación de empleos, el efecto en la demanda interna es aún más inocuo.

En cuanto a las finanzas públicas, es cierto que el 78% la deuda pública está en pesos, pero de cualquier manera buena parte de ésta corresponde a extranjeros, que han traído sus capitales para aprovechar los diferenciales de tasas de interés y pueden salir rápidamente si no compensan el riesgo cambiario o una baja en la calificación de Pemex. Al menos hay unos 110 mil millones de dólares que pueden salir de esa forma. Por si fuera poco, el año pasado, sin un escenario tan difícil como ahora, se gastó más del 43% del Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios (FEIP), ahorros de casi dos décadas.

El motor de la economía estadounidense tampoco puede salvarnos, cuando su expectativa de crecimiento acaba de bajar de alrededor de 2% a1.6% o menos.

El momento exige realismo y capacidad de adaptación a las circunstancias. Aferrarse a guiones políticos o ideológicos, ante un contexto tan complejo, es jugar con fuego. Tan aventurado como confiar en que, contra el coronavirus, bastaría con que el calor de primavera nos ayude (algo que, entiendo, no es seguro), más las medidas drásticas que están implementando otros países y tratar de dar una imagen de que todo está bajo control, cuando nuestro sistema de salud ha dado diversas muestras de apuntar hacia lo contrario.

Necesitamos un plan de contingencia a la altura, que nos una ante el desafío, en vez de seguir con la polarización política que hemos tenido en los últimos meses. Se habla de medidas como incentivos fiscales o acelerar el gasto público, pero nada será suficiente si no se pone hasta arriba de la lista el reconstruir la confianza para la inversión y el crecimiento. Poner en riesgo una inversión de mil 400 millones de dólares por una consulta pública, como ocurrió con el Aeropuerto de Texcoco, son el tipo de acciones que habría que evitar. Empezar por eso, sin ambigüedad, ayudaría mucho.