/ sábado 27 de enero de 2018

Nuestro miedo más profundo (I)

¿Por qué hoy, justo en el albor del tercer milenio, la humanidad es presa del miedo aún más que en el pasado? Miedo multifactorial que se ha generalizado por todo el mundo hasta parecer invencible, omnipresente como eterno acompañante de la vida, a tal grado que cada día hay un nuevo motivo para tenerlo y si no lo hubiera, crearlo es lo de menos, como lo constata la neozelandesa Joanna Bourke, especialista en historia militar, al advertir que se trata de “la emoción más fácil de estimular” en la gente. Incluso aún más que el odio. ¿Por qué? Eduardo Galeano lo explicó, porque el miedo manda y el poder come miedo y lo genera para perpetuarse, y para ello se sirve de la violencia, integrando una tríada perfecta.

Por eso no sorprende cuando Carlo Marzella, procurador antimafia de Palermo hace unos días visitó Chihuahua y declaró haber constatado en Ciudad Juárez “el miedo… el miedo por vivir en la ciudad” que ha alcanzado niveles inconcebibles de violencia, como tampoco asombra cuando en la lucha electoral las distintas facciones hacen del culto al miedo frente al o los adversarios y su potencial peligro, su principal arma de combate. Y es que más allá del miedo a contraer alguna enfermedad incurable o a padecer los embates de la naturaleza, actualmente nuestro miedo principal hunde sus raíces en el seno mismo de la propia sociedad, a partir de que ésta ha consentido constituirse en autogeneradora de violencia. Violencia cada vez más aguda y grotesca que se vive en todos los órdenes y espacios, no solo por cuanto al ámbito delincuencial en general -particularmente del terrorismo y crimen organizado- sino también evidenciada por la crisis institucional y de valores que caracteriza a la “modernidad”, dando por resultado una angustia global. Miedo generalizado que describe de nueva cuenta Galeano en términos por demás elocuentes: “Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo./ Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo./ Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida./ Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados./ La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir./ Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas./ Las armas tienen miedo a la falta de guerra./ Es el tiempo del miedo./ Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo./ Miedo a los ladrones y miedo a la policía./ Miedo a la puerta sin cerradura./ Al tiempo sin relojes./ Al niño sin televisión./ Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar./ Miedo a la soledad y miedo a la multitud./ Miedo a lo que fue./ Miedo a lo que será./ Miedo de morir./ Miedo de vivir.”

Pero ¿qué consecuencia detona vivir en el miedo? El miedo paraliza, pero también puede motivar a la huida o lograr su más apreciado anhelo: la sumisión, sobre todo cuando se busca el ejercicio del miedo para conseguir la perpetuación en el poder, olvidando que siempre hay una alternativa. En este caso, la que menos esperaría provocar quien busca el control y la dominación es la respuesta de la acción. Y aquí cabe que nos preguntemos ¿por qué nos hemos permitido esclavizar bajo la tiranía de nuestros propios miedos, a pesar de ser conscientes de ellos? Patética es nuestra pasividad frente a la espiral de violencia que solo busca controlar al otro a través de incoar en él la semilla del miedo. ¿Cómo vivir enfrentándolo? Lenin señaló que la lucha de clases es el motor de la historia, pero si su combustible es el miedo ¿cómo vencerlo si éste es el que mandata? Por su parte, Trotsky habló de lo que podríamos categorizar como miedo inverso: el de los gobernantes ante la lucha obrera, confirmando con ello que quien detenta el poder también tiene miedo, miedo de perderlo. No obstante, hay un discurso emblemático al respecto, el de Nelson Mandela al tomar posesión como presidente de Sudáfrica, en el que nos devela cuál es en realidad el miedo más profundo subyacente en nosotros: el miedo de reconocer que “somos poderosos sin límites” y que nuestra luz es lo que “más nos asusta”, advirtiéndonos que “jugar a ser pequeño no sirve al mundo”. Por eso su exhorto, tan valioso ahora como hace un cuarto de siglo, para que dejemos “lucir nuestra propia luz”, porque inconscientemente así “damos permiso” a otros para hacer lo mismo y, al “liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás”.

La historia humana ha sido la historia de la lucha del hombre por conquistar la libertad y para ello ha tenido que vencer al miedo, el miedo a ser libre del que habló Eric Fromm, ya que cuando el ser humano deja de luchar por miedo a perder lo adquirido, termina consintiendo la violencia de su opresor y se vuelve su cómplice. Destino fatal que solo vencen quienes poseen fortaleza de espíritu y verdadero valor.

 

bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

¿Por qué hoy, justo en el albor del tercer milenio, la humanidad es presa del miedo aún más que en el pasado? Miedo multifactorial que se ha generalizado por todo el mundo hasta parecer invencible, omnipresente como eterno acompañante de la vida, a tal grado que cada día hay un nuevo motivo para tenerlo y si no lo hubiera, crearlo es lo de menos, como lo constata la neozelandesa Joanna Bourke, especialista en historia militar, al advertir que se trata de “la emoción más fácil de estimular” en la gente. Incluso aún más que el odio. ¿Por qué? Eduardo Galeano lo explicó, porque el miedo manda y el poder come miedo y lo genera para perpetuarse, y para ello se sirve de la violencia, integrando una tríada perfecta.

Por eso no sorprende cuando Carlo Marzella, procurador antimafia de Palermo hace unos días visitó Chihuahua y declaró haber constatado en Ciudad Juárez “el miedo… el miedo por vivir en la ciudad” que ha alcanzado niveles inconcebibles de violencia, como tampoco asombra cuando en la lucha electoral las distintas facciones hacen del culto al miedo frente al o los adversarios y su potencial peligro, su principal arma de combate. Y es que más allá del miedo a contraer alguna enfermedad incurable o a padecer los embates de la naturaleza, actualmente nuestro miedo principal hunde sus raíces en el seno mismo de la propia sociedad, a partir de que ésta ha consentido constituirse en autogeneradora de violencia. Violencia cada vez más aguda y grotesca que se vive en todos los órdenes y espacios, no solo por cuanto al ámbito delincuencial en general -particularmente del terrorismo y crimen organizado- sino también evidenciada por la crisis institucional y de valores que caracteriza a la “modernidad”, dando por resultado una angustia global. Miedo generalizado que describe de nueva cuenta Galeano en términos por demás elocuentes: “Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo./ Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo./ Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida./ Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados./ La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir./ Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas./ Las armas tienen miedo a la falta de guerra./ Es el tiempo del miedo./ Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo./ Miedo a los ladrones y miedo a la policía./ Miedo a la puerta sin cerradura./ Al tiempo sin relojes./ Al niño sin televisión./ Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar./ Miedo a la soledad y miedo a la multitud./ Miedo a lo que fue./ Miedo a lo que será./ Miedo de morir./ Miedo de vivir.”

Pero ¿qué consecuencia detona vivir en el miedo? El miedo paraliza, pero también puede motivar a la huida o lograr su más apreciado anhelo: la sumisión, sobre todo cuando se busca el ejercicio del miedo para conseguir la perpetuación en el poder, olvidando que siempre hay una alternativa. En este caso, la que menos esperaría provocar quien busca el control y la dominación es la respuesta de la acción. Y aquí cabe que nos preguntemos ¿por qué nos hemos permitido esclavizar bajo la tiranía de nuestros propios miedos, a pesar de ser conscientes de ellos? Patética es nuestra pasividad frente a la espiral de violencia que solo busca controlar al otro a través de incoar en él la semilla del miedo. ¿Cómo vivir enfrentándolo? Lenin señaló que la lucha de clases es el motor de la historia, pero si su combustible es el miedo ¿cómo vencerlo si éste es el que mandata? Por su parte, Trotsky habló de lo que podríamos categorizar como miedo inverso: el de los gobernantes ante la lucha obrera, confirmando con ello que quien detenta el poder también tiene miedo, miedo de perderlo. No obstante, hay un discurso emblemático al respecto, el de Nelson Mandela al tomar posesión como presidente de Sudáfrica, en el que nos devela cuál es en realidad el miedo más profundo subyacente en nosotros: el miedo de reconocer que “somos poderosos sin límites” y que nuestra luz es lo que “más nos asusta”, advirtiéndonos que “jugar a ser pequeño no sirve al mundo”. Por eso su exhorto, tan valioso ahora como hace un cuarto de siglo, para que dejemos “lucir nuestra propia luz”, porque inconscientemente así “damos permiso” a otros para hacer lo mismo y, al “liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás”.

La historia humana ha sido la historia de la lucha del hombre por conquistar la libertad y para ello ha tenido que vencer al miedo, el miedo a ser libre del que habló Eric Fromm, ya que cuando el ser humano deja de luchar por miedo a perder lo adquirido, termina consintiendo la violencia de su opresor y se vuelve su cómplice. Destino fatal que solo vencen quienes poseen fortaleza de espíritu y verdadero valor.

 

bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli