/ sábado 11 de diciembre de 2021

Nuestro repugnante cielo gris

Hace algunos años, se hablaba regularmente del asqueroso cielo gris que cubre la hermosa ciudad de México. Cielo gris que significa contaminación, infición, atmósfera irrespirable, es decir, la cabalgata del cuarto jinete del Apocalipsis: muerte. Hoy ya no; las autoridades dan por cierto que estamos enterados y que debemos cuidarnos. Ellos ya han hecho su parte.

Me refiero a la contaminación ambiental porque en la Ciudad de México ya estamos viviendo las jornadas más difíciles de cada año, es decir, los días más contaminados. Habitualmente esto ocurre desde noviembre y hasta finales de mayo. Se le llama la "época del estiaje". Llegar a encontrarnos en el extremo de la fase dos es encarar los más duros problemas respiratorios y, por ende, afecciones irreversibles. El año 2021 está terminando con todas sus penurias, su inseguridad, sus miles de muertos, su ausencia de seguridad social, y sus dimes y diretes. Y, por si fuera poco: la pandemia.

Y la infición, ¿qué tal? Nada se puede hacer para detenerla. Prácticamente es un problema sin solución. A mediados de junio se iniciará la temporada formal de lluvias y se limpiará la atmósfera un poco. Pero ya habremos vivido inmersos, por lo menos 6 meses, en la burbuja contaminante.

En anterior ocasión mencioné que en la zona norte del valle de México hay más de 33 mil fábricas con más de 2 millones de trabajadores. Sabido es que los vientos diarios soplan del norte hacia el sur, introduciendo los polvos y porquerías a todo el Valle de México, es decir, la Ciudad de México y los municipios conurbados. Y la zona está rodeada de montañas por lo cual difícilmente sale la contaminación; se estanca, se inhala, y se va hasta el cerebro.

Lo que no dije es que en marzo de 1989 el gobierno de la ciudad inició el primer programa de verificación de vehículos para suprimir la contaminación. Yo me desempeñaba como director de noticias de Imevisión, y al gobierno le interesaba hacer publicidad de su programa. Invité al estudio al servidor público superior del DDF encargado del problema. Dijo al aire que la contaminación la producían los automóviles en un 80%, y las fábricas en un 20%. Y que el problema se corregiría con la verificación de los vehículos. Al termino de la entrevista, lo invité a mi oficina a tomar café, y allí me confió la realidad del problema: la contaminación no la producían los vehículos automotores sino las fábricas, en un 92 por ciento. Solo él y yo lo sabíamos y lo sabemos hasta la fecha. Seguimos siendo buenos amigos.

Fue una declaración gruesa, difícil, comprometedora. Sin embargo es cierta. ¿Pruebas? Observe usted como cada Semana Mayor y fin de año, en las que salen de la ciudad por lo menos la mitad de los vehículos, los índices estarán igual que ahora, le arderán los ojos, sentirá reseca la garganta y demás.

Y entonces las autoridades decretarán “un día sin auto”, y todo seguirá igual. Así nos han manejado la situación los gobernantes desde 1989 hasta hoy.

O sea, que las fábricas siguen arrojando sus humos al aire, y no puede decretarse “un día sin fábrica”, porque la maquinaria se detiene, y el industrial explotador dirá: “Si hoy no abro, no pago”. ¿Y tendrá la culpa el obrero menesteroso, el patrón desalmado o la autoridad condescendiente? Usted jamás escuchará o leerá “un día sin fábrica”. Y se quedarán sin comer los 2 millones de empleados más sus familiares, casi 5 millones de mexicanos.

Puedo asegurar que es imposible trasladar, vaya, ni siquiera la décima parte de las fábricas con sus empleados. ¿Adónde se van a ir cuatro millones de mexicanos? Más fácil, ¿cuál población puede recibir a 50 mil personas y brindarles vivienda, servicios públicos, escuelas, áreas verdes, comercios, abasto? Ninguna.

Comprendo a las autoridades. Hablar con la verdad, tener la capacidad, es difícil. Y sobre todo, cuando el problema ha sido heredado por décadas.

Creo que la solución está muy lejos de darse. Pero sí debemos estar conscientes de nuestra realidad, de nuestra atmósfera, de nuestros organismos. Habitamos la ciudad más grande y extendida del planeta. Y la más contaminada. Los mexicanos hemos construido esta ciudad casi en un nido de águilas y hasta aquí hemos traído nuestras realidades. No estamos ubicados, como otras grandes ciudades, a la orilla de ríos, lagos o del mar, para con ello disfrutar o permitir que la brisa o el viento soplen y de esa manera desaparezcan los contaminantes.

Tenemos que subir y con muchísimo esfuerzo hasta este nido de águilas, volúmenes impensables de agua y cantidades exorbitantes de abasto. Pero lo hemos hecho. ¿No podríamos hacer esfuerzos sobrehumanos para detener esta contaminación absurda y aberrante? Estamos casi en 2022. Hay grandes, muy grandes posibilidades tecnológicas.

Seamos sensatos: recordemos que el cielo es azul, que las estrellas brillan de noche, que el aire es un bálsamo y que nuestros descendientes merecen vivir decentemente y con limpieza de espíritu, de cuerpo y de mente.



Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx


Hace algunos años, se hablaba regularmente del asqueroso cielo gris que cubre la hermosa ciudad de México. Cielo gris que significa contaminación, infición, atmósfera irrespirable, es decir, la cabalgata del cuarto jinete del Apocalipsis: muerte. Hoy ya no; las autoridades dan por cierto que estamos enterados y que debemos cuidarnos. Ellos ya han hecho su parte.

Me refiero a la contaminación ambiental porque en la Ciudad de México ya estamos viviendo las jornadas más difíciles de cada año, es decir, los días más contaminados. Habitualmente esto ocurre desde noviembre y hasta finales de mayo. Se le llama la "época del estiaje". Llegar a encontrarnos en el extremo de la fase dos es encarar los más duros problemas respiratorios y, por ende, afecciones irreversibles. El año 2021 está terminando con todas sus penurias, su inseguridad, sus miles de muertos, su ausencia de seguridad social, y sus dimes y diretes. Y, por si fuera poco: la pandemia.

Y la infición, ¿qué tal? Nada se puede hacer para detenerla. Prácticamente es un problema sin solución. A mediados de junio se iniciará la temporada formal de lluvias y se limpiará la atmósfera un poco. Pero ya habremos vivido inmersos, por lo menos 6 meses, en la burbuja contaminante.

En anterior ocasión mencioné que en la zona norte del valle de México hay más de 33 mil fábricas con más de 2 millones de trabajadores. Sabido es que los vientos diarios soplan del norte hacia el sur, introduciendo los polvos y porquerías a todo el Valle de México, es decir, la Ciudad de México y los municipios conurbados. Y la zona está rodeada de montañas por lo cual difícilmente sale la contaminación; se estanca, se inhala, y se va hasta el cerebro.

Lo que no dije es que en marzo de 1989 el gobierno de la ciudad inició el primer programa de verificación de vehículos para suprimir la contaminación. Yo me desempeñaba como director de noticias de Imevisión, y al gobierno le interesaba hacer publicidad de su programa. Invité al estudio al servidor público superior del DDF encargado del problema. Dijo al aire que la contaminación la producían los automóviles en un 80%, y las fábricas en un 20%. Y que el problema se corregiría con la verificación de los vehículos. Al termino de la entrevista, lo invité a mi oficina a tomar café, y allí me confió la realidad del problema: la contaminación no la producían los vehículos automotores sino las fábricas, en un 92 por ciento. Solo él y yo lo sabíamos y lo sabemos hasta la fecha. Seguimos siendo buenos amigos.

Fue una declaración gruesa, difícil, comprometedora. Sin embargo es cierta. ¿Pruebas? Observe usted como cada Semana Mayor y fin de año, en las que salen de la ciudad por lo menos la mitad de los vehículos, los índices estarán igual que ahora, le arderán los ojos, sentirá reseca la garganta y demás.

Y entonces las autoridades decretarán “un día sin auto”, y todo seguirá igual. Así nos han manejado la situación los gobernantes desde 1989 hasta hoy.

O sea, que las fábricas siguen arrojando sus humos al aire, y no puede decretarse “un día sin fábrica”, porque la maquinaria se detiene, y el industrial explotador dirá: “Si hoy no abro, no pago”. ¿Y tendrá la culpa el obrero menesteroso, el patrón desalmado o la autoridad condescendiente? Usted jamás escuchará o leerá “un día sin fábrica”. Y se quedarán sin comer los 2 millones de empleados más sus familiares, casi 5 millones de mexicanos.

Puedo asegurar que es imposible trasladar, vaya, ni siquiera la décima parte de las fábricas con sus empleados. ¿Adónde se van a ir cuatro millones de mexicanos? Más fácil, ¿cuál población puede recibir a 50 mil personas y brindarles vivienda, servicios públicos, escuelas, áreas verdes, comercios, abasto? Ninguna.

Comprendo a las autoridades. Hablar con la verdad, tener la capacidad, es difícil. Y sobre todo, cuando el problema ha sido heredado por décadas.

Creo que la solución está muy lejos de darse. Pero sí debemos estar conscientes de nuestra realidad, de nuestra atmósfera, de nuestros organismos. Habitamos la ciudad más grande y extendida del planeta. Y la más contaminada. Los mexicanos hemos construido esta ciudad casi en un nido de águilas y hasta aquí hemos traído nuestras realidades. No estamos ubicados, como otras grandes ciudades, a la orilla de ríos, lagos o del mar, para con ello disfrutar o permitir que la brisa o el viento soplen y de esa manera desaparezcan los contaminantes.

Tenemos que subir y con muchísimo esfuerzo hasta este nido de águilas, volúmenes impensables de agua y cantidades exorbitantes de abasto. Pero lo hemos hecho. ¿No podríamos hacer esfuerzos sobrehumanos para detener esta contaminación absurda y aberrante? Estamos casi en 2022. Hay grandes, muy grandes posibilidades tecnológicas.

Seamos sensatos: recordemos que el cielo es azul, que las estrellas brillan de noche, que el aire es un bálsamo y que nuestros descendientes merecen vivir decentemente y con limpieza de espíritu, de cuerpo y de mente.



Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx