/ domingo 13 de octubre de 2019

Nueva Sociedad

Cualquier cambio social significativo empieza con la gente, las y los ciudadanos que deducen participar más allá de las elecciones e involucrarse en lo que ocurre en su calle, en su colonia, en su alcaldía y en su estado.

Porque los problemas los conocemos con suficiencia: malos servicios públicos, infraestructura deteriorada, desconfianza en las autoridades de seguridad (y en casi todas), movilidad reducida, ingresos insuficientes y bajo crecimiento económico nacional.
Sin embargo, la pregunta más importante es ?qué hacemos para remediarlo? Y hablo desde acciones sencillas, aunque poderosas, hasta organizarnos mucho mejor para incidir en las decisiones que toman nuestros gobiernos.
Tomemos un ejemplo. Nuestra preocupación por el medio ambiente es innegable, a diario compartimos información relacionada con la conservación del planeta, a pesar de que no quede claro lo que hacemos cotidianamente al respecto.
Bastaría asumir el cuidado de una jardinera, plantar un árbol en algún espacio hoy descuidado o iniciar un pequeño invernadero en casa, para ayudar realmente a cuidar el planeta.
Tan solo con cerrar las llaves del lavabo mientras nos enjabonamos las manos o recuperar el agua de la ducha con una cubeta para usarla en otras tareas de limpieza, podrían aliviar la sequía que afecta a muchos estados de la República. Pensamos, por error, que el agua se ahorra, cuando en realidad se cuida, porque es un recurso vital.
Luego viene nuestra estrecha dependencia al automóvil. No hay capital ya en el país que no tenga horas pico. Si bien es una industria que ha empujado a nuestra economía como pocas, se ha hecho una deficiente planeación del espacio público para que todos podamos caber en las calles (y sí se puede).
La mayor parte de nuestra población -más de 125 millones de mexicanas y mexicanos de acuerdo con el último censo- vive en zonas urbanas, en altas concentraciones, mientras una gran parte del territorio ha sido abandonado por falta de oportunidades de desarrollo. Organizarnos para hacer sustentables y amigables a las ciudades no es solo un buen deseo, sino una necesidad de primer orden en México.
Contribuir a que nuestro barrio o colonia sea un sitio habitable, en el que podamos salir con tranquilidad, convivir en familia y hablar con los vecinos, es una tarea de la autoridad, de la Policía, de la Guardia Nacional, tanto como es de nosotros mismos.
Recién estuve en uno de esos edificios inteligentes, fortificados por torres de cientos de departamentos, que incluye áreas deportivas, piscina, salón de fiestas (donde estaba para una fiesta infantil) y hasta una pequeña tienda de conveniencia en el vestíbulo. Es decir, todo lo que deseamos en la calle, pero encerrado en cuatro o más paredes, con guardias de seguridad armados con fusiles y cerraduras con identificador de huella digital.
Si esa es nuestra idea de desarrollo, pienso que estamos perdiendo la oportunidad de recuperar nuestras calles y nuestras áreas comunes como ciudadanos. Volvernos lugares en donde solo existen islas de miles de personas, debilita el tejido social y amplía mucho la brecha entre quienes están amurallados y los que no.
Manda también un mensaje contraproducente a la delincuencia: que ellos son quienes pueden ocupar las banquetas, los parques y los jardines, cuando es todo lo contrario, esos espacios son de las y los vecinos, visitantes y usuarios de la infraestructura de cualquier ciudad.
Ningún problema con edificar rascacielos o espacios de vivienda con servicios múltiples, cada modelo puede coexistir en ciudades bien planeadas.
Somos nosotros los que debemos fijarnos la dirección a la que vamos como sociedad, llegar a acuerdos, y presionar a las autoridades para que cada quien tenga la libertad de decidir dónde y cómo vive mejor.
Esa es tarea de cada uno y del conjunto, donde poco tiene que ver el gobierno y nos falta mucho por hacer.
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Cualquier cambio social significativo empieza con la gente, las y los ciudadanos que deducen participar más allá de las elecciones e involucrarse en lo que ocurre en su calle, en su colonia, en su alcaldía y en su estado.

Porque los problemas los conocemos con suficiencia: malos servicios públicos, infraestructura deteriorada, desconfianza en las autoridades de seguridad (y en casi todas), movilidad reducida, ingresos insuficientes y bajo crecimiento económico nacional.
Sin embargo, la pregunta más importante es ?qué hacemos para remediarlo? Y hablo desde acciones sencillas, aunque poderosas, hasta organizarnos mucho mejor para incidir en las decisiones que toman nuestros gobiernos.
Tomemos un ejemplo. Nuestra preocupación por el medio ambiente es innegable, a diario compartimos información relacionada con la conservación del planeta, a pesar de que no quede claro lo que hacemos cotidianamente al respecto.
Bastaría asumir el cuidado de una jardinera, plantar un árbol en algún espacio hoy descuidado o iniciar un pequeño invernadero en casa, para ayudar realmente a cuidar el planeta.
Tan solo con cerrar las llaves del lavabo mientras nos enjabonamos las manos o recuperar el agua de la ducha con una cubeta para usarla en otras tareas de limpieza, podrían aliviar la sequía que afecta a muchos estados de la República. Pensamos, por error, que el agua se ahorra, cuando en realidad se cuida, porque es un recurso vital.
Luego viene nuestra estrecha dependencia al automóvil. No hay capital ya en el país que no tenga horas pico. Si bien es una industria que ha empujado a nuestra economía como pocas, se ha hecho una deficiente planeación del espacio público para que todos podamos caber en las calles (y sí se puede).
La mayor parte de nuestra población -más de 125 millones de mexicanas y mexicanos de acuerdo con el último censo- vive en zonas urbanas, en altas concentraciones, mientras una gran parte del territorio ha sido abandonado por falta de oportunidades de desarrollo. Organizarnos para hacer sustentables y amigables a las ciudades no es solo un buen deseo, sino una necesidad de primer orden en México.
Contribuir a que nuestro barrio o colonia sea un sitio habitable, en el que podamos salir con tranquilidad, convivir en familia y hablar con los vecinos, es una tarea de la autoridad, de la Policía, de la Guardia Nacional, tanto como es de nosotros mismos.
Recién estuve en uno de esos edificios inteligentes, fortificados por torres de cientos de departamentos, que incluye áreas deportivas, piscina, salón de fiestas (donde estaba para una fiesta infantil) y hasta una pequeña tienda de conveniencia en el vestíbulo. Es decir, todo lo que deseamos en la calle, pero encerrado en cuatro o más paredes, con guardias de seguridad armados con fusiles y cerraduras con identificador de huella digital.
Si esa es nuestra idea de desarrollo, pienso que estamos perdiendo la oportunidad de recuperar nuestras calles y nuestras áreas comunes como ciudadanos. Volvernos lugares en donde solo existen islas de miles de personas, debilita el tejido social y amplía mucho la brecha entre quienes están amurallados y los que no.
Manda también un mensaje contraproducente a la delincuencia: que ellos son quienes pueden ocupar las banquetas, los parques y los jardines, cuando es todo lo contrario, esos espacios son de las y los vecinos, visitantes y usuarios de la infraestructura de cualquier ciudad.
Ningún problema con edificar rascacielos o espacios de vivienda con servicios múltiples, cada modelo puede coexistir en ciudades bien planeadas.
Somos nosotros los que debemos fijarnos la dirección a la que vamos como sociedad, llegar a acuerdos, y presionar a las autoridades para que cada quien tenga la libertad de decidir dónde y cómo vive mejor.
Esa es tarea de cada uno y del conjunto, donde poco tiene que ver el gobierno y nos falta mucho por hacer.
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