En visita reciente a la Cámara de Diputados, el intelectual de izquierda francés y líder del proyecto Insumisos, Jean-Luc Mélenchon, dijo que el mundo tiene sus ojos puestos en la revolución ciudadana que en México estamos realizando. De nosotros, se puede aprender cómo se recupera la dignidad nacional y cómo se procesan los cambios dentro de un contexto internacional donde las fuerzas del mercado se resisten. Éste es el tamaño y la importancia de nuestra 4a. revolución pacífica: hemos desafiado —y hasta el momento vencido— a la falaz idea de que el “neoliberalismo de compadres” a la mexicana era el único camino posible. Las transformaciones presupuestales que los legisladores estamos trabajando deben evidenciar estos cambios profundos.
La idea de que puede y debe existir un México más justo, equitativo y democrático, afortunadamente no desapareció enterrada en montañas de corrupción y falsa propaganda oficialista. Al contrario, los excesos de gobiernos anteriores hicieron que millones de mexicanos votáramos por una transformación radical; que se reconociera el verdadero peligro para México. Finalmente, se constató que el principal problema ha sido ese sistema de complicidades que condenó a la mitad de la población a padecer hambre, y a no tener las condiciones mínimas de supervivencia y bienestar.
Fue un sistema ideado y armado año tras año durante décadas, protegido por instituciones y leyes a modo para sostener a una innombrable corrupción galopante. Un sistema corrupto y corruptor se justificó a sí mismo escondido en un estado fallido. Si se ve por partes, a veces es más difícil detectar la magnitud de los problemas. Pero en su conjunto, ese bosque aparece como un empedernido Leviatán.
Nosotros estamos convencidos de que una transformación debe ser integral en su normatividad y en su ejecución. Quienes hoy piden más presupuesto —enarbolando causas nobles como la ciencia y la cultura— deben ser muy cuidadosos, porque ese argumento podría esconder una trampa mayor. Lo importante hoy es entender que los recursos se están distribuyendo de manera diferente. Ahora, los programas sociales y el beneficio a los más pobres es la principal prioridad. Es importante comunicar que la disminución se dio en rubros que significaban privilegios para la burocracia dorada. En materia de ciencia y cultura, por ejemplo, se eliminaron presupuestos que en ocasiones servían para que unos cuantos se hicieran más ricos, sin ningún beneficio evidente para la gente menos privilegiada.
Hoy, enfrentamos un dilema de prioridades presupuestales. Por desgracia, algunos científicos o miembros de la comunidad cultural —tal vez ignorantes de este diagnóstico más general— piden mayor presupuesto sin tomar en cuenta el tamaño de la necesidad. Peor aún, cuando se les pide que expliquen el beneficio científico o social de sus proyectos, con frecuencia no difunden suficientes argumentos. Hacen falta mayores recursos, indudablemente, pero también importa en qué y cómo se aplican. La tarea es titánica, y es aquí es fundamental la participación de la Cámara de Diputados para decidir en dónde y para qué se usa el dinero que es de todos y para todos.
Es por esto que invito a mis compañeros legisladores a realizar el esfuerzo de sumarse a esta transformación; a entender la dimensión histórica de nuestra responsabilidad antes que aceptar los argumentos falaces de la oposición respecto a la supuesta “mala” distribución presupuestal. Porque tenemos claro que primero los pobres, avancemos en la ejecución y diseño de un presupuesto que beneficie, antes que nada, a los que más lo necesitan.
Diputada federal del grupo parlamentario de Morena