/ viernes 1 de marzo de 2019

Nuevos partidos políticos

El pasado mes de enero concluyó el plazo para que las distintas organizaciones y asociaciones civiles manifestaran ante el Instituto Nacional Electoral, su intención de constituirse como partidos políticos nacionales y locales para participar en la elección federal de 2021. En lo personal, me ha llamado la atención la cantidad de actores políticos y sociales que intentan constituirse en fuerzas políticas. De acuerdo a la información publicada en medios de comunicación, estamos hablando de 106 agrupaciones que iniciaron sus trámites de registro.

Actualmente, nuestro sistema de partidos está conformado por ocho formaciones políticas (Morena, PT, PAN, MC, PRD, PRI, PVEM y PES, que dicho sea de paso, este último aún continua en una batalla “legal” para mantenerse en el escenario partidista). Independientemente del número de agrupaciones que consigan el registro, es un hecho que en la elección intermedia del 2021 tendremos un panorama electoral con bastantes contendientes, tal vez como nunca había sucedido en procesos anteriores. A esto, también habría que agregar las posibles candidatas y candidatos que participen por la vía independiente.

Desde luego que, desde un primer punto de vista, este pluralismo político e ideológico no sólo es sano y enriquece la competencia política, sino que también fortalece la representación política, particularmente en tiempos en que nuevos y diferentes segmentos de la sociedad -comunidades LGBTI, colectivos emergentes de jóvenes o incluso grupos tradicionales como es el caso de las mujeres, pero que hoy en día se movilizan para exigir justicia a las nuevas amenazas que padecen: desapariciones, excesiva violencia, trata, feminicidios, acoso o secuestro- que buscan hacerse escuchar y buscan también nuevas formaciones que asuman la reivindicación de sus demandas.

Pero más allá de una mayor competencia, el multipartidismo también conlleva riesgos, el principal de ellos es la tendencia a una fuerte “dispersión” del voto que, lejos de conducirnos a un escenario de partidos más sólidos, podríamos terminar por reproducir prácticas que hoy son muy comunes y cuestionables; me refiero al pragmatismo con que se concretan alianzas -muchas de estas ideológicamente contradictorias- con el único propósito de llegar al poder.

Por lo anterior, me parece que el punto central no debe centrarse en cuáles o cuántos partidos podrían alcanzar el registro, sino más bien en cómo asegurar un verdadero proceso de renovación de los mismos que resuelva sus diferentes crisis: de confianza, de credibilidad, de identidad, de representación, de transparencia y de oferta política. Uno de los más importantes desafíos que tenemos como Nación es modernizar nuestro sistema de partidos; primero, para que las fuerzas políticas actuales dejen atrás todos sus vicios que los llevaron a colocarse como las instituciones peor calificadas por la sociedad; segundo, para que los nuevos institutos con registro lleguen a oxigenar, a revitalizar y a dar un nuevo impulso a la democracia mexicana.

Tal y como está configurado el panorama político, en donde el PRI se encuentra totalmente desdibujado, el PAN en franca división, el PRD en vías de extinción, el resto de partidos minoritarios medrando con la política y, por si fuera poco, MORENA utilizando de manera clientelar los programas sociales dirigidos a jóvenes, madres y padres de familia o adultos mayores con el único propósito de extender y consolidar sus bases de apoyo, indudablemente que la participación de nuevos partidos y contrapesos no es necesaria, sino urgente.

Pero si hablamos de nuevos partidos, tenemos que decir que no requerimos de partidos improvisados, muchos menos de reediciones de otros que no funcionaron en el pasado reciente, tampoco de partidos estructurados para cumplir intereses personales y mucho menos partidos que asuman la política como un negocio. Es más, deberíamos ir más lejos y plantear que también requerimos de nuevos liderazgos: honestos, éticos, intachables, con calidad moral, prestigio y credibilidad, sin un pasado de contradicciones y opacidad.

Bajo esta perspectiva, por supuesto que necesitamos y hacen falta otros partidos. Pero me refiero a partidos con nuevas prácticas, principios sólidos, nuevas respuestas, conectados con los ciudadanos, congruentes, identificados con el interés colectivo -principalmente con los más pobres y desfavorecidos-, comprometidos efectivamente a fortalecer la democracia y el equilibrio entre poderes, determinados a revertir la desconfianza social y a dignificar la política.

Muy particularmente, partidos que vengan a castigar y a enterrar la corrupción y la impunidad; en lugar de otorgar perdones sospechosos y venir a aprovecharse de estas epidemias.

Estas deben ser, desde mi punto de vista, las premisas que deben reivindicar los nuevos partidos. Si no sucede así, muy poco o nada tienen que ofrecernos.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación

El pasado mes de enero concluyó el plazo para que las distintas organizaciones y asociaciones civiles manifestaran ante el Instituto Nacional Electoral, su intención de constituirse como partidos políticos nacionales y locales para participar en la elección federal de 2021. En lo personal, me ha llamado la atención la cantidad de actores políticos y sociales que intentan constituirse en fuerzas políticas. De acuerdo a la información publicada en medios de comunicación, estamos hablando de 106 agrupaciones que iniciaron sus trámites de registro.

Actualmente, nuestro sistema de partidos está conformado por ocho formaciones políticas (Morena, PT, PAN, MC, PRD, PRI, PVEM y PES, que dicho sea de paso, este último aún continua en una batalla “legal” para mantenerse en el escenario partidista). Independientemente del número de agrupaciones que consigan el registro, es un hecho que en la elección intermedia del 2021 tendremos un panorama electoral con bastantes contendientes, tal vez como nunca había sucedido en procesos anteriores. A esto, también habría que agregar las posibles candidatas y candidatos que participen por la vía independiente.

Desde luego que, desde un primer punto de vista, este pluralismo político e ideológico no sólo es sano y enriquece la competencia política, sino que también fortalece la representación política, particularmente en tiempos en que nuevos y diferentes segmentos de la sociedad -comunidades LGBTI, colectivos emergentes de jóvenes o incluso grupos tradicionales como es el caso de las mujeres, pero que hoy en día se movilizan para exigir justicia a las nuevas amenazas que padecen: desapariciones, excesiva violencia, trata, feminicidios, acoso o secuestro- que buscan hacerse escuchar y buscan también nuevas formaciones que asuman la reivindicación de sus demandas.

Pero más allá de una mayor competencia, el multipartidismo también conlleva riesgos, el principal de ellos es la tendencia a una fuerte “dispersión” del voto que, lejos de conducirnos a un escenario de partidos más sólidos, podríamos terminar por reproducir prácticas que hoy son muy comunes y cuestionables; me refiero al pragmatismo con que se concretan alianzas -muchas de estas ideológicamente contradictorias- con el único propósito de llegar al poder.

Por lo anterior, me parece que el punto central no debe centrarse en cuáles o cuántos partidos podrían alcanzar el registro, sino más bien en cómo asegurar un verdadero proceso de renovación de los mismos que resuelva sus diferentes crisis: de confianza, de credibilidad, de identidad, de representación, de transparencia y de oferta política. Uno de los más importantes desafíos que tenemos como Nación es modernizar nuestro sistema de partidos; primero, para que las fuerzas políticas actuales dejen atrás todos sus vicios que los llevaron a colocarse como las instituciones peor calificadas por la sociedad; segundo, para que los nuevos institutos con registro lleguen a oxigenar, a revitalizar y a dar un nuevo impulso a la democracia mexicana.

Tal y como está configurado el panorama político, en donde el PRI se encuentra totalmente desdibujado, el PAN en franca división, el PRD en vías de extinción, el resto de partidos minoritarios medrando con la política y, por si fuera poco, MORENA utilizando de manera clientelar los programas sociales dirigidos a jóvenes, madres y padres de familia o adultos mayores con el único propósito de extender y consolidar sus bases de apoyo, indudablemente que la participación de nuevos partidos y contrapesos no es necesaria, sino urgente.

Pero si hablamos de nuevos partidos, tenemos que decir que no requerimos de partidos improvisados, muchos menos de reediciones de otros que no funcionaron en el pasado reciente, tampoco de partidos estructurados para cumplir intereses personales y mucho menos partidos que asuman la política como un negocio. Es más, deberíamos ir más lejos y plantear que también requerimos de nuevos liderazgos: honestos, éticos, intachables, con calidad moral, prestigio y credibilidad, sin un pasado de contradicciones y opacidad.

Bajo esta perspectiva, por supuesto que necesitamos y hacen falta otros partidos. Pero me refiero a partidos con nuevas prácticas, principios sólidos, nuevas respuestas, conectados con los ciudadanos, congruentes, identificados con el interés colectivo -principalmente con los más pobres y desfavorecidos-, comprometidos efectivamente a fortalecer la democracia y el equilibrio entre poderes, determinados a revertir la desconfianza social y a dignificar la política.

Muy particularmente, partidos que vengan a castigar y a enterrar la corrupción y la impunidad; en lugar de otorgar perdones sospechosos y venir a aprovecharse de estas epidemias.

Estas deben ser, desde mi punto de vista, las premisas que deben reivindicar los nuevos partidos. Si no sucede así, muy poco o nada tienen que ofrecernos.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación