/ miércoles 20 de junio de 2018

Obviamente el fútbol

Obviamente no hay deporte más popular que el fútbol. Es indudable que es la diversión y entretenimiento de las grandes masas. Es indudable el poder de atracción de este deporte. Obviamente.

Si la televisión, como círculo psicológico, es atrayente porque envuelve al espectador en un círculo de luz, color, sonido y magia que difícilmente puede evadirse, le agregamos fútbol, entonces el espectáculo es arrollador. Enloquece y arrebata. Manipula y obceca. Atrae grandes conglomerados humanos, los mayores. Produce dinero y poder, los mayores también. Así es el futbol.

Desde que se terminaron las eliminatorias en todo el planeta para 2018 empezó a sentirse el prurito por la fecha de inauguración y por el día en el cual México debutaría ante el campeón del mundo. Repito: el campeón del mundo.

El fútbol es el deporte mundial, inventado por los egipcios antes de Cristo, reglamentado por los ingleses hace dos siglos. Todas las demás disciplinas deportivas son privativas de algún o algunos países, o regiones, o son de expansión mundial, pero con poca afición. Empero, el futbol es universal. Hoy la humanidad entera está sumergida en ese adormecimiento y lasitud que es el Campeonato Mundial en Rusia.

En nuestras sociedades postindustriales, que ahora entran en el pleno consumo de masas, surgen problemas específicos cada vez con mayor intensidad. Es la ambivalencia del deporte en la cultura popular. Es llevar los valores del entretenimiento, artificialmente hipertrofiados mediante un sistema comercial irresponsable, a desempeñar en ciertos países el papel de un nuevo opio del pueblo, mientras en otros una política gubernamental y unilateral fomentará el aburrimiento como reacción.

Y para hablar un poco de Rusia, país anfitrión, comentaré que al imperio ruso el fútbol entró con acento inglés en 1898 y en la ciudad de San Petersburgo; pocos años después llegó a la capital. Primero, en un rústico formato denominado fútbol salvaje, donde había tantas patadas a las piernas como al balón. Esa modalidad era heredera de la peleas dominicales que vecinos de todos los barrios de la ciudad organizaban a orillas del río Moscova. Era una lucha regulada y con ciertos toques de caballerosidad (siempre uno contra uno, no cebarse, utilizar guantes y gorro, no golpear bajo la cintura, no perseguir al herido, etc.).


En la segunda década el fútbol fue evolucionando gracias al impulso de los clubes de Moscú. Fue el del barrio obrero de Presnya el que más popularidad alcanzó, gracias al esfuerzo de los hermanos Stárostin. El fútbol en la Unión Soviética no se entiende sin este clan, creadores del Spartak, maestros del fútbol para la familia Stalin y, como muchas figuras relevantes de la época, víctimas del feroz aparato represor comunista. Su rivalidad con los equipos del Ejército Rojo (CSKA) y de la policía secreta (Dinamo) les pasaría grave factura más adelante.

En 1936, el famoso equipo Spartak, “el equipo del pueblo”', jugó para José Stalin, el dictador. Todo estaba ensayado, los tiros de esquina, el trazo de los goles y el resultado. Si Stalin daba síntomas de aburrimiento, había que finalizar el encuentro. No se hablaba entonces de Rusia, sino de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Hoy Rusia respira fútbol en todas sus ciudades, desde los agradables clubes de playa de Sochi hasta las calles de Rostov, la ciudad portuaria donde hace un siglo era tan fácil enamorarse como ser asaltado. Dicen que, por la mezcla racial de tal cruce de caminos, la belleza de sus mujeres era tan arrebatadora como peligrosas sus tabernas. El Mundial es un orgullo para Rusia.

A Vladimir Putin le gusta más la cacería que el balón, pero quiere utilizar el campeonato para afianzar el sentimiento nacional, demostrar a los suyos y al exterior su capacidad organizativa y enviar un mensaje al mundo de su poderío.

Por lo que hace a la derrota de Alemania ante el once mexicano, debo escribir que obviamente “arde Alemania”. La inesperada derrota ante México ha desatado una crisis de dimensiones insospechadas en la selección campeona del mundo. Las feroces críticas que se vierten desde el país teutón se focalizan en el inmovilismo del seleccionador Joachim Löw y el bajo estado de forma mostrado por algunos de los futbolistas que se consagraron campeones del mundo hace cuatro años en Brasil.

Hago hincapié una vez más, en la sensatez del mexicano. En su buena disposición para soportar agravios y humillaciones en el campo de juego. Reconozco en los 23 mexicanos que nos han representado estas virtudes. Y, obviamente, deseo que hagan un buen papel en la justa mundial, y que entremos al adormecimiento y la ensoñación del mexicano. Obviamente.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx

Obviamente no hay deporte más popular que el fútbol. Es indudable que es la diversión y entretenimiento de las grandes masas. Es indudable el poder de atracción de este deporte. Obviamente.

Si la televisión, como círculo psicológico, es atrayente porque envuelve al espectador en un círculo de luz, color, sonido y magia que difícilmente puede evadirse, le agregamos fútbol, entonces el espectáculo es arrollador. Enloquece y arrebata. Manipula y obceca. Atrae grandes conglomerados humanos, los mayores. Produce dinero y poder, los mayores también. Así es el futbol.

Desde que se terminaron las eliminatorias en todo el planeta para 2018 empezó a sentirse el prurito por la fecha de inauguración y por el día en el cual México debutaría ante el campeón del mundo. Repito: el campeón del mundo.

El fútbol es el deporte mundial, inventado por los egipcios antes de Cristo, reglamentado por los ingleses hace dos siglos. Todas las demás disciplinas deportivas son privativas de algún o algunos países, o regiones, o son de expansión mundial, pero con poca afición. Empero, el futbol es universal. Hoy la humanidad entera está sumergida en ese adormecimiento y lasitud que es el Campeonato Mundial en Rusia.

En nuestras sociedades postindustriales, que ahora entran en el pleno consumo de masas, surgen problemas específicos cada vez con mayor intensidad. Es la ambivalencia del deporte en la cultura popular. Es llevar los valores del entretenimiento, artificialmente hipertrofiados mediante un sistema comercial irresponsable, a desempeñar en ciertos países el papel de un nuevo opio del pueblo, mientras en otros una política gubernamental y unilateral fomentará el aburrimiento como reacción.

Y para hablar un poco de Rusia, país anfitrión, comentaré que al imperio ruso el fútbol entró con acento inglés en 1898 y en la ciudad de San Petersburgo; pocos años después llegó a la capital. Primero, en un rústico formato denominado fútbol salvaje, donde había tantas patadas a las piernas como al balón. Esa modalidad era heredera de la peleas dominicales que vecinos de todos los barrios de la ciudad organizaban a orillas del río Moscova. Era una lucha regulada y con ciertos toques de caballerosidad (siempre uno contra uno, no cebarse, utilizar guantes y gorro, no golpear bajo la cintura, no perseguir al herido, etc.).


En la segunda década el fútbol fue evolucionando gracias al impulso de los clubes de Moscú. Fue el del barrio obrero de Presnya el que más popularidad alcanzó, gracias al esfuerzo de los hermanos Stárostin. El fútbol en la Unión Soviética no se entiende sin este clan, creadores del Spartak, maestros del fútbol para la familia Stalin y, como muchas figuras relevantes de la época, víctimas del feroz aparato represor comunista. Su rivalidad con los equipos del Ejército Rojo (CSKA) y de la policía secreta (Dinamo) les pasaría grave factura más adelante.

En 1936, el famoso equipo Spartak, “el equipo del pueblo”', jugó para José Stalin, el dictador. Todo estaba ensayado, los tiros de esquina, el trazo de los goles y el resultado. Si Stalin daba síntomas de aburrimiento, había que finalizar el encuentro. No se hablaba entonces de Rusia, sino de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Hoy Rusia respira fútbol en todas sus ciudades, desde los agradables clubes de playa de Sochi hasta las calles de Rostov, la ciudad portuaria donde hace un siglo era tan fácil enamorarse como ser asaltado. Dicen que, por la mezcla racial de tal cruce de caminos, la belleza de sus mujeres era tan arrebatadora como peligrosas sus tabernas. El Mundial es un orgullo para Rusia.

A Vladimir Putin le gusta más la cacería que el balón, pero quiere utilizar el campeonato para afianzar el sentimiento nacional, demostrar a los suyos y al exterior su capacidad organizativa y enviar un mensaje al mundo de su poderío.

Por lo que hace a la derrota de Alemania ante el once mexicano, debo escribir que obviamente “arde Alemania”. La inesperada derrota ante México ha desatado una crisis de dimensiones insospechadas en la selección campeona del mundo. Las feroces críticas que se vierten desde el país teutón se focalizan en el inmovilismo del seleccionador Joachim Löw y el bajo estado de forma mostrado por algunos de los futbolistas que se consagraron campeones del mundo hace cuatro años en Brasil.

Hago hincapié una vez más, en la sensatez del mexicano. En su buena disposición para soportar agravios y humillaciones en el campo de juego. Reconozco en los 23 mexicanos que nos han representado estas virtudes. Y, obviamente, deseo que hagan un buen papel en la justa mundial, y que entremos al adormecimiento y la ensoñación del mexicano. Obviamente.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx