Por: Fernando Octavio Hernández
Desde 2017, la relación entre Estados Unidos y China se ha deteriorado luego de que Donald Trump emprendiera una “guerra comercial” contra la potencia asiática en su afán de revertir el déficit comercial de su país. Recientemente, la hostilidad entre ambas potencias se ha incrementado en tanto funcionarios de ambos países han lanzado declaraciones entre sí en torno a la pandemia provocada por el coronavirus: El propio Trump ha llamado “virus chino” al COVID-19 y algunos de sus principales colaboradores han acusado a China de ocultar información sobre la gravedad de la pandemia, lo cual ha sido desmentido por Beijing.
Además, el respaldo de la administración Trump a los afanes independentistas de Taiwán y a las manifestaciones anti-China registradas en Hong Kong desde 2019 también ha alimentado la animosidad entre ambos países si bien la polémica no termina ahí: en febrero pasado, Mark Esper, Secretario de Defensa de Trump, señaló públicamente que China empeñada en convertirse en la principal potencia en Asia , lo cual representa una “amenaza” al orden internacional. Por su parte, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, ha advertido que Occidente debe prestar atención al “ascenso de China” a la condición de gran potencia pues ello alterará el “equilibrio de poder en el mundo”. Ya desde 2018, el Almirante Harry Harris, jefe del Comando del Pacífico de Estados Unidos, declaró ante el Congreso de su país que Washington debería prepararse para un enfrentamiento con China, lo cual refleja la percepción existente entre la cúpula castrense estadounidense luego de que la Armada china ha extendido su zona de operaciones al Mar meridional de China e incluso al océano Índico.
En este escenario, cada vez son más los políticos estadounidenses que exigen la aplicación de una “política de contención” contra China antes de que Beijing consiga ser tan poderosa como Estados Unidos, argumentando que tal país se ha beneficiado de la buena voluntad prodigada por Washington en su favor desde los tiempos de Nixon. En principio, nadie debe entusiasmarse ante la existencia de una “Guerra Fría” entre Estados Unidos y China considerando las consecuencias devastadoras que un enfrentamiento entre ambas potencias provocaría para el mundo entero.
Además, resulta por demás paradójico que haya quien considere oportuno “contener” a China justo cuando la interrupción de la gran interdependencia económica existente entre ambas potencias podría resultar contraproducente a la estabilidad de la propia economía estadounidense y, por si ello no fuera suficiente, cuando algunos de los aliados de Estados Unidos se han distanciado de Washington: Ya la Unión Europea ha declarado que Bruselas no se sumará a ninguna “Guerra Fría” con Beijing mientras que Japón, Corea del sur y otros países asiáticos tradicionalmente alineados con Washington acaban de concretar un acuerdo comercial con China. Por último, debe recordarse que la China de hoy no es el mismo país vulnerable que estuvo sometido ante Occidente durante más de un siglo desde la “Guerra del Opio” sino que se trata de una potencia nuclear, por lo que a nadie conviene que la actual hostilidad entre Estados Unidos y China alcance mayores proporciones.
Coordinador académico de la Facultad de Estudios Globales en la Universidad Anáhuac México.
fohdzsanchez@anahuac.mx