/ domingo 3 de octubre de 2021

Otro país, con tres garantías

Hace años, un anciano sacerdote, Alberto Aguirre, me decía: “Este país sería muy diferente si Dios me concediera lo que le pido”. Le pregunté que le pedía a Dios y me respondió: “Que se mueran fulano, sutano y mengano…” Eran, en su concepto, personas malas, negativas y problemáticas; y si desaparecieran, todo cambiaría. Es decir, pensamos que el mundo cambia si cambian los demás. Es la actitud de algunos que esperan a marzo próximo, para votar que se le revoque al actual Presidente de la República su mandato. Así como hay quienes lo apoyan en cuanto se le ocurre, otros lo califican de lo peor. Y se imaginan que, cambiando de Presidente, el país mejorará. Vemos la paja en el ojo ajeno, y no nuestras propias deficiencias. El país cambia si tú y yo nos esforzamos por ser mejores.

Lo mismo pasa en las familias, en los pueblos y en la misma comunidad eclesial. El esposo exige que su esposa cambie, y élla espera lo mismo del marido. Queremos que los vecinos molestos dejen de hacer tanto ruido, que cambien al párroco o al obispo, e incluso que ya termine el tiempo del Papa Francisco, en vez de asumir lo que a cada quien nos toca hacer para que este mundo sea diferente.

Hemos celebrado los 200 años de la “consumación de la independencia nacional”, hazaña llevada a cabo el 27 de septiembre de 1821, cuando hubo acuerdos entre las diferentes corrientes políticas del país para unirse bajo tres garantías: independencia, unión y religión. El 16 de septiembre de 1810 se había iniciado ese proceso, con la inspiración guadalupana y el liderazgo clerical, pero se tuvieron que sortear muchos intereses partidistas, para que prevaleciera la armonía nacional: todos diferentes, pero unidos por el bien común. La religión jugó un papel determinante, aunque hoy se le regatee su lugar, alegando un laicismo que es más un ateísmo que una benéfica laicidad. No pretendemos que se imponga una única religión, sino que todos nos reconozcamos como hermanos y nos respetemos, en vez de que haya tanta confrontación y linchamiento a los que piensan en forma diferente.

PENSAR

El Papa Francisco, en un oportuno mensaje para esta ocasión, nos dice: “Celebrar la independencia es afirmar la libertad, y la libertad es un don y una conquista permanente. Por eso, me uno a la alegría de esta celebración y, al mismo tiempo, deseo que este aniversario tan especial sea una ocasión propicia para fortalecer las raíces y reafirmar los valores que los constituyen como Nación.

En esta conmemoración, es bello recordar que la imagen de la Virgen de Guadalupe tomada por el Padre Hidalgo del Santuario de Atotonilco, simbolizó una lucha y una esperanza que culminó en las “tres garantías” de Iguala impresas para siempre en los colores de la bandera. María de Guadalupe, la Virgen Morenita, dirigiéndose de modo particular a los más pequeños y necesitados, favoreció la hermandad y la libertad, la reconciliación y la inculturación del mensaje cristiano, no sólo en México sino en todas las Américas. Que Ella siga siendo para todos ustedes la Guía segura que los lleve a la comunión y a la Vida plena en su Hijo Jesucristo. Que Jesús bendiga a todos los hijos e hijas de México, y la Virgen santa los cuide y ampare con su manto celestial. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí”.

ACTUAR

¿Qué podemos hacer para que en el país gocemos de esas tres garantías: independencia, unión y religión? En vez de desgastar energías en criticar y lamentar, seamos mejores en la familia y en la comunidad, siendo agentes de cambio, no eternas plañideras.


Hace años, un anciano sacerdote, Alberto Aguirre, me decía: “Este país sería muy diferente si Dios me concediera lo que le pido”. Le pregunté que le pedía a Dios y me respondió: “Que se mueran fulano, sutano y mengano…” Eran, en su concepto, personas malas, negativas y problemáticas; y si desaparecieran, todo cambiaría. Es decir, pensamos que el mundo cambia si cambian los demás. Es la actitud de algunos que esperan a marzo próximo, para votar que se le revoque al actual Presidente de la República su mandato. Así como hay quienes lo apoyan en cuanto se le ocurre, otros lo califican de lo peor. Y se imaginan que, cambiando de Presidente, el país mejorará. Vemos la paja en el ojo ajeno, y no nuestras propias deficiencias. El país cambia si tú y yo nos esforzamos por ser mejores.

Lo mismo pasa en las familias, en los pueblos y en la misma comunidad eclesial. El esposo exige que su esposa cambie, y élla espera lo mismo del marido. Queremos que los vecinos molestos dejen de hacer tanto ruido, que cambien al párroco o al obispo, e incluso que ya termine el tiempo del Papa Francisco, en vez de asumir lo que a cada quien nos toca hacer para que este mundo sea diferente.

Hemos celebrado los 200 años de la “consumación de la independencia nacional”, hazaña llevada a cabo el 27 de septiembre de 1821, cuando hubo acuerdos entre las diferentes corrientes políticas del país para unirse bajo tres garantías: independencia, unión y religión. El 16 de septiembre de 1810 se había iniciado ese proceso, con la inspiración guadalupana y el liderazgo clerical, pero se tuvieron que sortear muchos intereses partidistas, para que prevaleciera la armonía nacional: todos diferentes, pero unidos por el bien común. La religión jugó un papel determinante, aunque hoy se le regatee su lugar, alegando un laicismo que es más un ateísmo que una benéfica laicidad. No pretendemos que se imponga una única religión, sino que todos nos reconozcamos como hermanos y nos respetemos, en vez de que haya tanta confrontación y linchamiento a los que piensan en forma diferente.

PENSAR

El Papa Francisco, en un oportuno mensaje para esta ocasión, nos dice: “Celebrar la independencia es afirmar la libertad, y la libertad es un don y una conquista permanente. Por eso, me uno a la alegría de esta celebración y, al mismo tiempo, deseo que este aniversario tan especial sea una ocasión propicia para fortalecer las raíces y reafirmar los valores que los constituyen como Nación.

En esta conmemoración, es bello recordar que la imagen de la Virgen de Guadalupe tomada por el Padre Hidalgo del Santuario de Atotonilco, simbolizó una lucha y una esperanza que culminó en las “tres garantías” de Iguala impresas para siempre en los colores de la bandera. María de Guadalupe, la Virgen Morenita, dirigiéndose de modo particular a los más pequeños y necesitados, favoreció la hermandad y la libertad, la reconciliación y la inculturación del mensaje cristiano, no sólo en México sino en todas las Américas. Que Ella siga siendo para todos ustedes la Guía segura que los lleve a la comunión y a la Vida plena en su Hijo Jesucristo. Que Jesús bendiga a todos los hijos e hijas de México, y la Virgen santa los cuide y ampare con su manto celestial. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí”.

ACTUAR

¿Qué podemos hacer para que en el país gocemos de esas tres garantías: independencia, unión y religión? En vez de desgastar energías en criticar y lamentar, seamos mejores en la familia y en la comunidad, siendo agentes de cambio, no eternas plañideras.