/ domingo 11 de julio de 2021

Otro país, desde Dios

La delincuencia organizada está invadiendo muchos espacios; gobierna e impone sus leyes, y nuestro pueblo se siente desprotegido. Además de los extremos, como son los asesinatos y los secuestros, en la vida ordinaria hacen lo que quieren, sin quien les contenga. Pongo sólo un ejemplo: el kilo de tortilla, que es el alimento de maíz básico para la mayoría, hace un año costaba quince pesos; luego lo subieron a dieciocho, debiendo entregar a esos grupos tres pesos por cada kilo; después a diecinueve y, ahora, a veinte pesos (casi un dólar). Los simples ciudadanos nada podemos hacer, para evitar esta arbitrariedad. ¿Dios nos puede ayudar a resolver esto? Claro que puede, pues es todopoderoso y puede hacer hasta milagros, pero de ordinario nos necesita a nosotros para transformar las realidades, pues para eso nos hizo a su imagen y semejanza. Nosotros somos los constructores de la sociedad que queremos. Dios nos enseña el camino, pero no nos obliga a seguir sus senderos. El nos necesita para cambiar este país, pero somos libres para hacer lo que queramos. Sin Dios, nos destruimos unos a otros, como Caín que mató a su propio hermano.

Un jefe de esos grupos criminales acostumbra entrar a un templo a hacer oración, porque es muy devoto de la Virgen. Cuando llega, dos de sus pistoleros están a la puerta del templo, para protegerlo, y otros dos a la entrada del atrio, para que nadie entre. ¿Eso es fe? ¿Dios y la Virgen le escuchan y le ayudan? Claro que le escuchan y le ayudan, pero no para hacer el mal, sino para que se convierta y cambie de vida, si él está dispuesto a escuchar a Dios.

Muchos, desde nuestras familias, aprendimos a darle a Dios el lugar que le corresponde y a esforzarnos por vivir conforme a sus mandamientos. Por esa fe que recibimos desde nuestro bautismo y que cultivaron nuestros padres, la inmensa mayoría somos gente buena, pacíficos, respetuosos de los demás y solidarios. Pero muchos de los delincuentes proceden de familias sin educación en la fe, sin brújula que les ilumine en la vida, expuestos a dejarse embaucar por quienes tienen como máxima aspiración el dinero y el placer. Si conocieran a Dios, si escucharan su Palabra, si se acercaran a los sacramentos, otra sería su vida y otro sería nuestro país.

Quien en verdad encuentra a Dios, en Cristo, lleva otro estilo de vida. El verdadero Dios nos enseña el camino del bien, de la justicia, del respeto a los otros, del amor al prójimo, pero nos deja en libertad para hacerle caso, o para vivir como si El no existiera. Dios puede cambiar nuestro país, siempre y cuando nosotros adecuemos nuestra voluntad a la suya.

PENSAR

Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2021+2033, decimos: “Somos conscientes que es fundamental descubrir que ante esta realidad que nos desafía y cuestiona, a todos nos toca recomenzar desde Cristo. Partir de este encuentro personal y transformador de cada creyente con Jesús en su vida, que abre un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad” (85).

ACTUAR

Apreciemos nuestra fe, como un motor de cambio personal, familiar y social. Abramos el corazón a Dios que nos enseña el camino de la fraternidad, del respeto a los otros y del amor solidario. Eduquemos a las familias, a niños y jóvenes, para que descubran el amor de Dios manifestado en Cristo, y esforcémonos por vivir conforme a la luz y al camino que El nos ofrece. Si Dios está en nuestras vidas, el país cambiará y viviremos en paz; si lo ignoramos, iremos de mal en peor. Que el Espíritu Santo y la Virgen nos ayuden.


La delincuencia organizada está invadiendo muchos espacios; gobierna e impone sus leyes, y nuestro pueblo se siente desprotegido. Además de los extremos, como son los asesinatos y los secuestros, en la vida ordinaria hacen lo que quieren, sin quien les contenga. Pongo sólo un ejemplo: el kilo de tortilla, que es el alimento de maíz básico para la mayoría, hace un año costaba quince pesos; luego lo subieron a dieciocho, debiendo entregar a esos grupos tres pesos por cada kilo; después a diecinueve y, ahora, a veinte pesos (casi un dólar). Los simples ciudadanos nada podemos hacer, para evitar esta arbitrariedad. ¿Dios nos puede ayudar a resolver esto? Claro que puede, pues es todopoderoso y puede hacer hasta milagros, pero de ordinario nos necesita a nosotros para transformar las realidades, pues para eso nos hizo a su imagen y semejanza. Nosotros somos los constructores de la sociedad que queremos. Dios nos enseña el camino, pero no nos obliga a seguir sus senderos. El nos necesita para cambiar este país, pero somos libres para hacer lo que queramos. Sin Dios, nos destruimos unos a otros, como Caín que mató a su propio hermano.

Un jefe de esos grupos criminales acostumbra entrar a un templo a hacer oración, porque es muy devoto de la Virgen. Cuando llega, dos de sus pistoleros están a la puerta del templo, para protegerlo, y otros dos a la entrada del atrio, para que nadie entre. ¿Eso es fe? ¿Dios y la Virgen le escuchan y le ayudan? Claro que le escuchan y le ayudan, pero no para hacer el mal, sino para que se convierta y cambie de vida, si él está dispuesto a escuchar a Dios.

Muchos, desde nuestras familias, aprendimos a darle a Dios el lugar que le corresponde y a esforzarnos por vivir conforme a sus mandamientos. Por esa fe que recibimos desde nuestro bautismo y que cultivaron nuestros padres, la inmensa mayoría somos gente buena, pacíficos, respetuosos de los demás y solidarios. Pero muchos de los delincuentes proceden de familias sin educación en la fe, sin brújula que les ilumine en la vida, expuestos a dejarse embaucar por quienes tienen como máxima aspiración el dinero y el placer. Si conocieran a Dios, si escucharan su Palabra, si se acercaran a los sacramentos, otra sería su vida y otro sería nuestro país.

Quien en verdad encuentra a Dios, en Cristo, lleva otro estilo de vida. El verdadero Dios nos enseña el camino del bien, de la justicia, del respeto a los otros, del amor al prójimo, pero nos deja en libertad para hacerle caso, o para vivir como si El no existiera. Dios puede cambiar nuestro país, siempre y cuando nosotros adecuemos nuestra voluntad a la suya.

PENSAR

Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2021+2033, decimos: “Somos conscientes que es fundamental descubrir que ante esta realidad que nos desafía y cuestiona, a todos nos toca recomenzar desde Cristo. Partir de este encuentro personal y transformador de cada creyente con Jesús en su vida, que abre un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad” (85).

ACTUAR

Apreciemos nuestra fe, como un motor de cambio personal, familiar y social. Abramos el corazón a Dios que nos enseña el camino de la fraternidad, del respeto a los otros y del amor solidario. Eduquemos a las familias, a niños y jóvenes, para que descubran el amor de Dios manifestado en Cristo, y esforcémonos por vivir conforme a la luz y al camino que El nos ofrece. Si Dios está en nuestras vidas, el país cambiará y viviremos en paz; si lo ignoramos, iremos de mal en peor. Que el Espíritu Santo y la Virgen nos ayuden.