/ domingo 17 de octubre de 2021

Otro país , sin violencia

El crimen organizado, en sus muy variadas formas, ha ido invadiendo más y más espacios. Pareciera que son ellos los que mandan y que el gobierno está rebasado y ausente. Me resisto a creer que haya un acuerdo entre las altas autoridades federales y los capos de los diversos grupos criminales, pues este sería el peor escenario de lo que nos pueda pasar.

Muchos ciudadanos se sienten indefensos e impotentes. No se atreven a hacer denuncias formales, por el peligro de muerte que les asecha si lo hacen. Tienen que someterse a las exigencias de narcotraficantes, extorsionadores, violadores, secuestradores, ladrones y asesinos. Las víctimas son no sólo los grandes empresarios y dueños de industrias y comercios, sino simples vendedores de mercados, dueños de pequeñas tiendas de abarrotes, de puestos de comida en la plaza, de autotransportes, de agricultores. Si no cumplen con el “cobro de piso” que arbitrariamente les imponen, les queman sus vehículos, sus comercios y restaurantes, sus casas, y los eliminan impunemente. ¡Cuántas personas han tenido que salir huyendo de sus domicilios y buscar refugio en otras partes, incluso emigrar fuera del país! ¿Dónde está la autoridad, que tiene la obligación constitucional de proteger a la ciudadanía? Ya no vale echar siempre la culpa a gobiernos anteriores, sino asumir su propia responsabilidad. ¿En quién podemos confiar y a quién podemos acudir?

Como jerarquía de la Iglesia, no podemos eximirnos de cuestionarnos en qué hemos fallado, pues muchos delincuentes se declaran creyentes y piden sacramentos para sus hijos. Tenemos que revisar nuestras celebraciones y predicaciones, las catequesis, nuestra relación con diversos sectores de la sociedad. Son pocos los grupos juveniles de nuestras parroquias, aparte de los coros parroquiales, con quienes logremos procesos de evangelización más kerigmática y con dimensión social. No vale culpar sólo al gobierno, sino asumir también nuestras responsabilidades pastorales.

PENSAR

Los obispos mexicanos, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, decimos al respecto:

“Hoy vivimos situaciones que nos han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras. Muchos pueblos en nuestro país experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una completa orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes. Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes del país, los grupos delincuenciales se han establecido como verdaderos dueños y señores de espacios y cotos de poder y, debido a la furia y a la capacidad de terror de muchos de ellos, han puesto a prueba la fuerza de la ley y del orden” (56).

ACTUAR

Ante la situación de tanta violencia que se vive en el país, los obispos hicimos la opción por una iglesia comprometida con la paz y las causas sociales, con unos compromisos:

Incorporar la Doctrina Social de la Iglesia como un eje transversal en la formación de los agentes de pastoral, en las catequesis ordinarias y pre-sacramentales de todos los fieles cristianos. Dialogar y colaborar con la sociedad civil y con los organismos nacionales e internacionales para construir la paz. Fomentar el sentido de responsabilidad civil de los ciudadanos.

Asumamos cada quien lo que nos toca, para combatir la violencia no con más violencia, sino con una evangelización que incida en las realidades que vive el pueblo.

El crimen organizado, en sus muy variadas formas, ha ido invadiendo más y más espacios. Pareciera que son ellos los que mandan y que el gobierno está rebasado y ausente. Me resisto a creer que haya un acuerdo entre las altas autoridades federales y los capos de los diversos grupos criminales, pues este sería el peor escenario de lo que nos pueda pasar.

Muchos ciudadanos se sienten indefensos e impotentes. No se atreven a hacer denuncias formales, por el peligro de muerte que les asecha si lo hacen. Tienen que someterse a las exigencias de narcotraficantes, extorsionadores, violadores, secuestradores, ladrones y asesinos. Las víctimas son no sólo los grandes empresarios y dueños de industrias y comercios, sino simples vendedores de mercados, dueños de pequeñas tiendas de abarrotes, de puestos de comida en la plaza, de autotransportes, de agricultores. Si no cumplen con el “cobro de piso” que arbitrariamente les imponen, les queman sus vehículos, sus comercios y restaurantes, sus casas, y los eliminan impunemente. ¡Cuántas personas han tenido que salir huyendo de sus domicilios y buscar refugio en otras partes, incluso emigrar fuera del país! ¿Dónde está la autoridad, que tiene la obligación constitucional de proteger a la ciudadanía? Ya no vale echar siempre la culpa a gobiernos anteriores, sino asumir su propia responsabilidad. ¿En quién podemos confiar y a quién podemos acudir?

Como jerarquía de la Iglesia, no podemos eximirnos de cuestionarnos en qué hemos fallado, pues muchos delincuentes se declaran creyentes y piden sacramentos para sus hijos. Tenemos que revisar nuestras celebraciones y predicaciones, las catequesis, nuestra relación con diversos sectores de la sociedad. Son pocos los grupos juveniles de nuestras parroquias, aparte de los coros parroquiales, con quienes logremos procesos de evangelización más kerigmática y con dimensión social. No vale culpar sólo al gobierno, sino asumir también nuestras responsabilidades pastorales.

PENSAR

Los obispos mexicanos, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, decimos al respecto:

“Hoy vivimos situaciones que nos han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras. Muchos pueblos en nuestro país experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una completa orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes. Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes del país, los grupos delincuenciales se han establecido como verdaderos dueños y señores de espacios y cotos de poder y, debido a la furia y a la capacidad de terror de muchos de ellos, han puesto a prueba la fuerza de la ley y del orden” (56).

ACTUAR

Ante la situación de tanta violencia que se vive en el país, los obispos hicimos la opción por una iglesia comprometida con la paz y las causas sociales, con unos compromisos:

Incorporar la Doctrina Social de la Iglesia como un eje transversal en la formación de los agentes de pastoral, en las catequesis ordinarias y pre-sacramentales de todos los fieles cristianos. Dialogar y colaborar con la sociedad civil y con los organismos nacionales e internacionales para construir la paz. Fomentar el sentido de responsabilidad civil de los ciudadanos.

Asumamos cada quien lo que nos toca, para combatir la violencia no con más violencia, sino con una evangelización que incida en las realidades que vive el pueblo.

ÚLTIMASCOLUMNAS