/ sábado 7 de noviembre de 2020

Palabras suaves, palabras rudas

Frente a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, lo mismo en ese país que en el resto del mundo, no parece haber medias tintas. O se está con el abanderado republicano o se opta por el representante demócrata, a pesar de que en los hechos no existe diferencia alguna entre ambas posiciones.

En los hechos ambas posiciones son guerreristas, chovinistas, supremacistas. Pero no siempre es fácil separar los hechos de las palabras en que esos hechos vienen envueltos. “Facta non verba” reclamaban los antiguos romanos.

Ambos partidos hablan de paz, pero la guerra es la constante. Durante los 25 años que duró la intervención militar estadounidense en Vietnam participaron activamente gobiernos demócratas y gobiernos republicanos: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford.

Y desde 1959, año del triunfo de la revolución cubana, hasta hoy mismo la hostilidad hacia ella ha sido la misma sin importar cuál partido haya estado en la Casa Blanca. ¿Hay alguna diferencia entre republicanos y demócratas en la agresiva política de Estados Unidos hacia Irán que ya dura 40 años? ¿O con respecto a Corea del Norte y Venezuela?

Harry S. Truman, el genocida de Hiroshima y Nagasaki, era demócrata. Nixon, el genocida de Vietnam, republicano. Clinton, el genocida de los Balcanes, era demócrata. Bush, el genocida de Irak y Afganistán era republicano. Y ni Obama, demócrata, ni Trump, republicano, quisieron poner fin a ese holocausto.

Y tras todas estas experiencias ahora nuevamente surgen voces que nos instan a considerar que una de las opciones es menos mala que la otra. ¿De veras Biden sería mejor presidente que Trump? Quizás Biden sea menos hipócrita, más hábil demagogo, menos brutal en el discurso. Pero esas son diferencias personales, de carácter, de forma, no de fondo.

También son de índole personal los sentimientos en contra y en favor de Trump. ¿Cómo no estar felices con la derrota del megalómano, misógino, deslenguado, prepotente y racista descarado? Y al revés: ¿cómo no han de lamentar la derrota de Trump, quienes comparten sus ideas y sentimientos?

Sólo que las ideas y los sentimientos personales no alcanzan para calibrar el fondo de la situación. Y ese fondo no es otro que la ausencia de diferencias sustantivas entre un partido y el otro, entre un candidato y otro. Uno habla suavemente y el otro con rudeza, pero ambos empuñan un gran garrote. Son finalmente, como decía Fidel Castro, el mismo perro con diferente collar.

www.economiaypoliticahoy.wordpress.com

mentorferrer@gmail.com


Frente a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, lo mismo en ese país que en el resto del mundo, no parece haber medias tintas. O se está con el abanderado republicano o se opta por el representante demócrata, a pesar de que en los hechos no existe diferencia alguna entre ambas posiciones.

En los hechos ambas posiciones son guerreristas, chovinistas, supremacistas. Pero no siempre es fácil separar los hechos de las palabras en que esos hechos vienen envueltos. “Facta non verba” reclamaban los antiguos romanos.

Ambos partidos hablan de paz, pero la guerra es la constante. Durante los 25 años que duró la intervención militar estadounidense en Vietnam participaron activamente gobiernos demócratas y gobiernos republicanos: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford.

Y desde 1959, año del triunfo de la revolución cubana, hasta hoy mismo la hostilidad hacia ella ha sido la misma sin importar cuál partido haya estado en la Casa Blanca. ¿Hay alguna diferencia entre republicanos y demócratas en la agresiva política de Estados Unidos hacia Irán que ya dura 40 años? ¿O con respecto a Corea del Norte y Venezuela?

Harry S. Truman, el genocida de Hiroshima y Nagasaki, era demócrata. Nixon, el genocida de Vietnam, republicano. Clinton, el genocida de los Balcanes, era demócrata. Bush, el genocida de Irak y Afganistán era republicano. Y ni Obama, demócrata, ni Trump, republicano, quisieron poner fin a ese holocausto.

Y tras todas estas experiencias ahora nuevamente surgen voces que nos instan a considerar que una de las opciones es menos mala que la otra. ¿De veras Biden sería mejor presidente que Trump? Quizás Biden sea menos hipócrita, más hábil demagogo, menos brutal en el discurso. Pero esas son diferencias personales, de carácter, de forma, no de fondo.

También son de índole personal los sentimientos en contra y en favor de Trump. ¿Cómo no estar felices con la derrota del megalómano, misógino, deslenguado, prepotente y racista descarado? Y al revés: ¿cómo no han de lamentar la derrota de Trump, quienes comparten sus ideas y sentimientos?

Sólo que las ideas y los sentimientos personales no alcanzan para calibrar el fondo de la situación. Y ese fondo no es otro que la ausencia de diferencias sustantivas entre un partido y el otro, entre un candidato y otro. Uno habla suavemente y el otro con rudeza, pero ambos empuñan un gran garrote. Son finalmente, como decía Fidel Castro, el mismo perro con diferente collar.

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