/ sábado 12 de diciembre de 2020

Pandemia y estiaje

En este año con sus meses, semanas y día la prensa mundial ha destacado los efectos producidos por el maldito virus, tal vez producido por el propio ser humano, y bautizado como Covid-19. ¿Porqué? Pues porque ha sido la amenaza mas terrible para la humanidad en todo su devenir histórico. Cierto es que hace cien, y doscientos y trescientos años hubo pandemias que diezmaron a la población, pero nada tan temeroso como este virus que, valga la redundancia, hemos hecho viral, a través de todos los medios de comunicación, redes sociales, comunicación boca a boca et al.

Y la mayoría de la población se mantiene guarecida, a la expectativa, esperando sentados una vacuna que viene y no llega, que se anuncia y ahí queda. Los problemas familiares, laborales, escolares, comerciales, etc., que eran normales con sus pros y sus contras, hoy se han agigantado con más contras que pros. Hay miles de familias que se han desunido; millones de estudiantes que no aprenden nada; otros millones que perdieron su trabajo. Hay miles de comercios, plantas industriales, centros escolares, etc., que definitivamente han cerrado o han volado ya fuera del país. Hay una gran crisis que abarca todas las funciones de la vida.

Pero, dicho todo lo anterior, y a costa de millones de muertos en todo el mundo, aquí seguimos, luchando, resistiendo, rogando al planeta que se compadezca de nosotros. Y nosotros afanándonos día a día con nuestros esfuerzos mentales y nuestros pensamientos armoniosos. Todos, todos, todos tenemos conocidos, amistades, familiares que han sido tocados por la mala fortuna, y que luchan por sobrevivir. Y por supuesto que tenemos a los extrañados, a quienes han partido, a quienes han perdido la vida.

Y por si lo anterior fuera poco, tendremos influenza, y la también maldita contaminación ambiental, llamada también polución, envenenamiento, infición; diríamos destrucción, muerte. Viene a colación porque en la Ciudad de México ya estamos viviendo las jornadas más difíciles de cada año, es decir, los días más contaminados. Habitualmente esto ocurre desde noviembre y hasta finales de mayo. Se le llama la "época de estiaje o de sequía". Llegar a encontrarnos en el extremo de la fase dos es encarar los más duros problemas respiratorios y, por ende, afecciones irreversibles.

Nada se puede hacer para detener a esta maldición. Prácticamente es un problema sin solución. A mediados de junio se iniciará la temporada formal de lluvias y se limpiará la atmósfera un poco. Pero ya habremos vivido inmersos, por lo menos 6 meses, en la burbuja contaminante y asquerosa.

En alguna colaboración de hace varios años mencioné que en la zona norte del valle de México yacen más de 35 mil fábricas con más de dos millones de trabajadores. Sabido es que los vientos diarios soplan del norte hacia el sur, introduciendo los polvos y porquerías a todo el Valle de México, es decir, la Ciudad de México y los municipios conurbados. Y por el sur, el oriente y el poniente la zona está rodeada de montañas por lo cual difícilmente sale la contaminación; se estanca, se inhala, y se va hasta el cerebro.

Lo que también dije es que hace poco más de 30 años un servidor público superior me confió la realidad del problema: la contaminación no la producían los vehículos automotores en 80 % (como se informó en 1989), sino las fábricas, en un 92 %. ¡¡Qué vergüenza!!

Declaración gruesa, difícil, comprometedora. Sin embargo es cierta. ¿Pruebas? Observe usted como cada Semana Mayor, en la que salen de la Ciudad de México por lo menos la mitad de los vehículos, los índices estarán igual que ahora, le arderán los ojos, sentirá reseca la garganta y demás. O sea, que las fábricas siguen arrojando sus humos al aire, y no puede decretarse Un Día sin Fábrica porque la maquinaria se detiene, y el industrial explotador dirá: “si hoy no abro, no pago”. ¿Y tendrá la culpa el obrero menesteroso, el patrón desalmado o la autoridad condescendiente?

Comprendo a las autoridades. Hablar con la verdad, tener la capacidad, es difícil. Y, sobre todo, cuando el problema se inició hace poco más de 50 años. Pocos recordarán que había entonces un llamado Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu quien tenía bajo llave los permisos para construir fraccionamientos. Uruchurtu, quien fue un gran servidor público y quien duró en su encargo más de 14 años, fue removido por un capricho. Y se inició el crecimiento incontrolable de la ciudad.

Creo que la solución está muy lejos de darse. Pero sí debemos estar conscientes de nuestra realidad, de nuestra atmósfera, de nuestros organismos.

¿No podríamos hacer esfuerzos sobrehumanos para detener estas catástrofes e infortunios? Estamos casi en 2021. Seamos sensatos: recordemos que el cielo es azul, que las estrellas brillan de noche, que el aire es un bálsamo y que nuestros descendientes merecen vivir decentemente.



Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx


En este año con sus meses, semanas y día la prensa mundial ha destacado los efectos producidos por el maldito virus, tal vez producido por el propio ser humano, y bautizado como Covid-19. ¿Porqué? Pues porque ha sido la amenaza mas terrible para la humanidad en todo su devenir histórico. Cierto es que hace cien, y doscientos y trescientos años hubo pandemias que diezmaron a la población, pero nada tan temeroso como este virus que, valga la redundancia, hemos hecho viral, a través de todos los medios de comunicación, redes sociales, comunicación boca a boca et al.

Y la mayoría de la población se mantiene guarecida, a la expectativa, esperando sentados una vacuna que viene y no llega, que se anuncia y ahí queda. Los problemas familiares, laborales, escolares, comerciales, etc., que eran normales con sus pros y sus contras, hoy se han agigantado con más contras que pros. Hay miles de familias que se han desunido; millones de estudiantes que no aprenden nada; otros millones que perdieron su trabajo. Hay miles de comercios, plantas industriales, centros escolares, etc., que definitivamente han cerrado o han volado ya fuera del país. Hay una gran crisis que abarca todas las funciones de la vida.

Pero, dicho todo lo anterior, y a costa de millones de muertos en todo el mundo, aquí seguimos, luchando, resistiendo, rogando al planeta que se compadezca de nosotros. Y nosotros afanándonos día a día con nuestros esfuerzos mentales y nuestros pensamientos armoniosos. Todos, todos, todos tenemos conocidos, amistades, familiares que han sido tocados por la mala fortuna, y que luchan por sobrevivir. Y por supuesto que tenemos a los extrañados, a quienes han partido, a quienes han perdido la vida.

Y por si lo anterior fuera poco, tendremos influenza, y la también maldita contaminación ambiental, llamada también polución, envenenamiento, infición; diríamos destrucción, muerte. Viene a colación porque en la Ciudad de México ya estamos viviendo las jornadas más difíciles de cada año, es decir, los días más contaminados. Habitualmente esto ocurre desde noviembre y hasta finales de mayo. Se le llama la "época de estiaje o de sequía". Llegar a encontrarnos en el extremo de la fase dos es encarar los más duros problemas respiratorios y, por ende, afecciones irreversibles.

Nada se puede hacer para detener a esta maldición. Prácticamente es un problema sin solución. A mediados de junio se iniciará la temporada formal de lluvias y se limpiará la atmósfera un poco. Pero ya habremos vivido inmersos, por lo menos 6 meses, en la burbuja contaminante y asquerosa.

En alguna colaboración de hace varios años mencioné que en la zona norte del valle de México yacen más de 35 mil fábricas con más de dos millones de trabajadores. Sabido es que los vientos diarios soplan del norte hacia el sur, introduciendo los polvos y porquerías a todo el Valle de México, es decir, la Ciudad de México y los municipios conurbados. Y por el sur, el oriente y el poniente la zona está rodeada de montañas por lo cual difícilmente sale la contaminación; se estanca, se inhala, y se va hasta el cerebro.

Lo que también dije es que hace poco más de 30 años un servidor público superior me confió la realidad del problema: la contaminación no la producían los vehículos automotores en 80 % (como se informó en 1989), sino las fábricas, en un 92 %. ¡¡Qué vergüenza!!

Declaración gruesa, difícil, comprometedora. Sin embargo es cierta. ¿Pruebas? Observe usted como cada Semana Mayor, en la que salen de la Ciudad de México por lo menos la mitad de los vehículos, los índices estarán igual que ahora, le arderán los ojos, sentirá reseca la garganta y demás. O sea, que las fábricas siguen arrojando sus humos al aire, y no puede decretarse Un Día sin Fábrica porque la maquinaria se detiene, y el industrial explotador dirá: “si hoy no abro, no pago”. ¿Y tendrá la culpa el obrero menesteroso, el patrón desalmado o la autoridad condescendiente?

Comprendo a las autoridades. Hablar con la verdad, tener la capacidad, es difícil. Y, sobre todo, cuando el problema se inició hace poco más de 50 años. Pocos recordarán que había entonces un llamado Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu quien tenía bajo llave los permisos para construir fraccionamientos. Uruchurtu, quien fue un gran servidor público y quien duró en su encargo más de 14 años, fue removido por un capricho. Y se inició el crecimiento incontrolable de la ciudad.

Creo que la solución está muy lejos de darse. Pero sí debemos estar conscientes de nuestra realidad, de nuestra atmósfera, de nuestros organismos.

¿No podríamos hacer esfuerzos sobrehumanos para detener estas catástrofes e infortunios? Estamos casi en 2021. Seamos sensatos: recordemos que el cielo es azul, que las estrellas brillan de noche, que el aire es un bálsamo y que nuestros descendientes merecen vivir decentemente.



Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx