/ martes 16 de octubre de 2018

Para revertir el círculo vicioso

El pasado martes 9 se exponía aquí que al subdesarrollo de un país lo podríamos considerar como constituido por un círculo vicioso en el que las deficiencias se retroalimentan entre sí, mientras que el desarrollo sería un círculo virtuoso, y que para revertir el círculo vicioso a fin de convertirlo en virtuoso con una dinámica de retroalimentación entre las virtudes, habría que adoptar la estrategia napoleónica de escoger el punto estratégico desde el cual pudiera ser más viable el lograr esa anhelada reconversión de deficiencias en ahora virtudes.

Entre los pocos países que durante las últimas décadas han logrado dar el deslumbrante salto del Tercer al Primer Mundo se encuentra el ejemplar caso de Singapur bajo el impulso de su dictador ilustrado Lee Kuan Yew. Él creó y adoptó como punto estratégico para impulsar la superación del subdesarrollo una institución clave, desde la cual supervisaría el adecuado funcionamiento del aparato gubernamental: la CPIB u Oficina para la Investigación de Prácticas Corruptas. Una contraloría que se encargaría con especial celo de velar por obtener un máximo de honestidad y eficiencia en el crucial funcionamiento del aparato gubernamental.

Una parte central de su estrategia radicó, por un lado en asegurar al conjunto de su administración pública un elevado nivel de sueldos y prestaciones, otorgando trato aún más especial en ese sentido a su CPIB. Pero por otro lado, se exigió una estricta supervisión y cumplimiento de la normatividad, de manera que cualquier desviación debía ser detectada y sancionada con severidad. El resultado es que Singapur, de ser un país más subdesarrollado, más corrupto y desordenado que México logró convertirse en un Estado con un aparato gubernamental ejemplar en materia de honestidad y eficiencia.

Por ello resulta sumamente preocupante el que nuestro Presidente electo esté proclamando con bombo y platillo una estrategia exactamente contraria a la utilizada por Lee Kuan Yew. El hecho de que publicitar con profusión una excesivamente drástica reducción de los salarios de los mandos superiores resulte ser muy popular y recibida con beneplácito entre nuestro desmesurado mundo de personas con muy bajos ingresos, de ninguna manera la convierte en una política racional o de utilidad para el buen funcionamiento de nuestro aparato gubernamental. Peor todavía si ello se combina con la designación de fiscales “carnales”, como está claro, ahora se pretende y si, como ya sucedió cuando AMLO gobernó el DF, se instala una Contraloría que sirva más de tapadera que de freno. Ojalá podamos ver un giro en sentido contrario.

El pasado martes 9 se exponía aquí que al subdesarrollo de un país lo podríamos considerar como constituido por un círculo vicioso en el que las deficiencias se retroalimentan entre sí, mientras que el desarrollo sería un círculo virtuoso, y que para revertir el círculo vicioso a fin de convertirlo en virtuoso con una dinámica de retroalimentación entre las virtudes, habría que adoptar la estrategia napoleónica de escoger el punto estratégico desde el cual pudiera ser más viable el lograr esa anhelada reconversión de deficiencias en ahora virtudes.

Entre los pocos países que durante las últimas décadas han logrado dar el deslumbrante salto del Tercer al Primer Mundo se encuentra el ejemplar caso de Singapur bajo el impulso de su dictador ilustrado Lee Kuan Yew. Él creó y adoptó como punto estratégico para impulsar la superación del subdesarrollo una institución clave, desde la cual supervisaría el adecuado funcionamiento del aparato gubernamental: la CPIB u Oficina para la Investigación de Prácticas Corruptas. Una contraloría que se encargaría con especial celo de velar por obtener un máximo de honestidad y eficiencia en el crucial funcionamiento del aparato gubernamental.

Una parte central de su estrategia radicó, por un lado en asegurar al conjunto de su administración pública un elevado nivel de sueldos y prestaciones, otorgando trato aún más especial en ese sentido a su CPIB. Pero por otro lado, se exigió una estricta supervisión y cumplimiento de la normatividad, de manera que cualquier desviación debía ser detectada y sancionada con severidad. El resultado es que Singapur, de ser un país más subdesarrollado, más corrupto y desordenado que México logró convertirse en un Estado con un aparato gubernamental ejemplar en materia de honestidad y eficiencia.

Por ello resulta sumamente preocupante el que nuestro Presidente electo esté proclamando con bombo y platillo una estrategia exactamente contraria a la utilizada por Lee Kuan Yew. El hecho de que publicitar con profusión una excesivamente drástica reducción de los salarios de los mandos superiores resulte ser muy popular y recibida con beneplácito entre nuestro desmesurado mundo de personas con muy bajos ingresos, de ninguna manera la convierte en una política racional o de utilidad para el buen funcionamiento de nuestro aparato gubernamental. Peor todavía si ello se combina con la designación de fiscales “carnales”, como está claro, ahora se pretende y si, como ya sucedió cuando AMLO gobernó el DF, se instala una Contraloría que sirva más de tapadera que de freno. Ojalá podamos ver un giro en sentido contrario.