/ martes 10 de septiembre de 2019

Parlamentos turbulentos

En ninguna parte del mundo los órganos legislativos son remansos de paz y armonía. Incluso en los Estados de partido único hay tensiones y disputas, pero estas no suelen aflorar visiblemente como en los sistemas competitivos, los cuales son ámbitos poco tersos y beligerantes por naturaleza, sin que esto impida el surgimiento y consolidación de amistades entre miembros de diferentes partidos. Por supuesto, surgen con frecuencia diferencias derivadas del apasionamiento propio de quienes se dedican a la política, a veces sustentado en la defensa de ideas y otras exclusivamente vinculado al ejercicio del poder. La semana pasada constatamos esta circunstancia tanto en nuestro país como en el Reino Unido, donde ocurrieron situaciones que afectaron la vida institucional parlamentaria y llegaron a poner en riesgo el desarrollo futuro de los procesos legislativos y político-constitucionales.

En México el propósito del partido gobernante de mantener la presidencia de la Cámara de Diputados en la figura de Porfirio Muñoz Ledo, pese que disposiciones legales vigentes no permitían esa solución e incluso existía un acuerdo político previo entre las fracciones parlamentarias, condujo a una situación muy tensa que hizo peligrar el avance de la legislación propuesta por el gobierno, para cuya aprobación es indispensable la anuencia de la Cámara de Senadores. Debe decirse que Muñoz Ledo expuso un argumento de relativa validez en favor de la mayoría parlamentaria de que dispone Morena: sin violentar formalmente la legislación se planteaba la posibilidad de modificarla con el propósito específico de que Porfirio mantuviera la presidencia.

Pese a la aparente sujeción a la ley, en caso de que esta se modificara, el procedimiento propiciaba un candente enfrentamiento con los opositores, quienes hicieron causa común en ambas cámaras amenazando la fluidez de los procesos legislativos en marcha, en los cuales el gobierno tiene un legítimo interés. De ahí que surgiera la intervención de la Secretaria de Gobernación, que no significaba una imposición indebida sobre los legisladores, sino el cumplimiento de la función de un ministerio del interior cuya misión es estar al tanto de situaciones que afecten el desenvolvimiento normal de la vida institucional y la relación entre el gobierno y el poder legislativo. Esa es legalmente la función que corresponde a dicha Secretaría, que cuenta con un área diseñada para conducir la relación con los otros dos poderes.

La cuestión finalmente quedó resuelta al comprender Muñoz Ledo —quien se ha significado por ser un hombre de Estado— que la insistencia en mantenerse como presidente del Congreso, afectaba justamente la institucionalidad estatal y, prudentemente, tomó la sabia decisión de retirar su participación en el proceso de elección del titular de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Indudablemente, en su determinación influyó la pretensión de conservar un prestigio labrado a través de décadas y el desdoro que este sufría por el hecho de que le endilgaran el calificativo de espurio y le dificultaran, con una conducta desordenada y desafiante, la conducción de las tareas parlamentarias.

Curiosamente, lo sucedido en México es un modelo de civilidad política comparado con lo acontecido del otro lado del Atlántico donde otra turbulencia agitaba a la Cámara de los Comunes británica, justo en la cuna del sistema parlamentario. En nuestro Congreso, lo más que oímos fueron unos gritos, como aquel entre festivo e hiriente ¡“eeeeeeespurio”! proyectado contra el presidente de la mesa; pero allá en Londres a su mismísimo Jefe de Gobierno, Boris Johnson —quien es a la vez miembro del parlamento por las peculiaridades de ese sistema— le dijeron en su cara y con todas sus letras: “¡MENTIROSO!”, “INDIGNO DE CONFIANZA”, en un contexto equivalente a “tramposo” por estar engañando al parlamento haciéndoles creer que negociaba un posible acuerdo para abandonar ordenadamente la Unión Europea, cuando en realidad no estaba haciendo nada al respecto.

El caso es que mientras en nuestro país se conjuró la amenaza de crisis constitucional a la que se pudo haber llegado de no elegirse la Mesa Directiva de una de las Cámara, en el Reino Unido el embrollo se ha complicado. A Johnson se le rebelaron 21 miembros de su propio partido Conservador, quienes votaron a favor de una propuesta opositora tendiente a buscar una nueva prórroga para lograr un acuerdo con la UE, contra la cual está el Primer Ministro de manera intransigente. Uno de esos votantes, públicamente se cambió de partido y los demás indisciplinados fueron excluidos de las filas conservadoras con el resultado de que el excéntrico Boris, que inició su gestión con una precaria mayoría de un voto, ahora se encuentra en minoría de 43. Evidentemente, tampoco logró sacar adelante una propuesta para convocar a elecciones y el pueblo británico se encuentra en la total incertidumbre.

eduardoandrade1948@gmail.com

En ninguna parte del mundo los órganos legislativos son remansos de paz y armonía. Incluso en los Estados de partido único hay tensiones y disputas, pero estas no suelen aflorar visiblemente como en los sistemas competitivos, los cuales son ámbitos poco tersos y beligerantes por naturaleza, sin que esto impida el surgimiento y consolidación de amistades entre miembros de diferentes partidos. Por supuesto, surgen con frecuencia diferencias derivadas del apasionamiento propio de quienes se dedican a la política, a veces sustentado en la defensa de ideas y otras exclusivamente vinculado al ejercicio del poder. La semana pasada constatamos esta circunstancia tanto en nuestro país como en el Reino Unido, donde ocurrieron situaciones que afectaron la vida institucional parlamentaria y llegaron a poner en riesgo el desarrollo futuro de los procesos legislativos y político-constitucionales.

En México el propósito del partido gobernante de mantener la presidencia de la Cámara de Diputados en la figura de Porfirio Muñoz Ledo, pese que disposiciones legales vigentes no permitían esa solución e incluso existía un acuerdo político previo entre las fracciones parlamentarias, condujo a una situación muy tensa que hizo peligrar el avance de la legislación propuesta por el gobierno, para cuya aprobación es indispensable la anuencia de la Cámara de Senadores. Debe decirse que Muñoz Ledo expuso un argumento de relativa validez en favor de la mayoría parlamentaria de que dispone Morena: sin violentar formalmente la legislación se planteaba la posibilidad de modificarla con el propósito específico de que Porfirio mantuviera la presidencia.

Pese a la aparente sujeción a la ley, en caso de que esta se modificara, el procedimiento propiciaba un candente enfrentamiento con los opositores, quienes hicieron causa común en ambas cámaras amenazando la fluidez de los procesos legislativos en marcha, en los cuales el gobierno tiene un legítimo interés. De ahí que surgiera la intervención de la Secretaria de Gobernación, que no significaba una imposición indebida sobre los legisladores, sino el cumplimiento de la función de un ministerio del interior cuya misión es estar al tanto de situaciones que afecten el desenvolvimiento normal de la vida institucional y la relación entre el gobierno y el poder legislativo. Esa es legalmente la función que corresponde a dicha Secretaría, que cuenta con un área diseñada para conducir la relación con los otros dos poderes.

La cuestión finalmente quedó resuelta al comprender Muñoz Ledo —quien se ha significado por ser un hombre de Estado— que la insistencia en mantenerse como presidente del Congreso, afectaba justamente la institucionalidad estatal y, prudentemente, tomó la sabia decisión de retirar su participación en el proceso de elección del titular de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Indudablemente, en su determinación influyó la pretensión de conservar un prestigio labrado a través de décadas y el desdoro que este sufría por el hecho de que le endilgaran el calificativo de espurio y le dificultaran, con una conducta desordenada y desafiante, la conducción de las tareas parlamentarias.

Curiosamente, lo sucedido en México es un modelo de civilidad política comparado con lo acontecido del otro lado del Atlántico donde otra turbulencia agitaba a la Cámara de los Comunes británica, justo en la cuna del sistema parlamentario. En nuestro Congreso, lo más que oímos fueron unos gritos, como aquel entre festivo e hiriente ¡“eeeeeeespurio”! proyectado contra el presidente de la mesa; pero allá en Londres a su mismísimo Jefe de Gobierno, Boris Johnson —quien es a la vez miembro del parlamento por las peculiaridades de ese sistema— le dijeron en su cara y con todas sus letras: “¡MENTIROSO!”, “INDIGNO DE CONFIANZA”, en un contexto equivalente a “tramposo” por estar engañando al parlamento haciéndoles creer que negociaba un posible acuerdo para abandonar ordenadamente la Unión Europea, cuando en realidad no estaba haciendo nada al respecto.

El caso es que mientras en nuestro país se conjuró la amenaza de crisis constitucional a la que se pudo haber llegado de no elegirse la Mesa Directiva de una de las Cámara, en el Reino Unido el embrollo se ha complicado. A Johnson se le rebelaron 21 miembros de su propio partido Conservador, quienes votaron a favor de una propuesta opositora tendiente a buscar una nueva prórroga para lograr un acuerdo con la UE, contra la cual está el Primer Ministro de manera intransigente. Uno de esos votantes, públicamente se cambió de partido y los demás indisciplinados fueron excluidos de las filas conservadoras con el resultado de que el excéntrico Boris, que inició su gestión con una precaria mayoría de un voto, ahora se encuentra en minoría de 43. Evidentemente, tampoco logró sacar adelante una propuesta para convocar a elecciones y el pueblo británico se encuentra en la total incertidumbre.

eduardoandrade1948@gmail.com