/ jueves 6 de febrero de 2020

Paro en la UNAM

Sería equivocado creer o suponer que el paro de actividades promovido por una de las tres partes que constituyen la UNAM -profesores, estudiantes y trabajadores administrativos- es el único camino para resolver problemas de la comunidad universitaria. Es desde luego el camino más impactante pero que por su propia naturaleza riñe con la inteligencia universitaria, salvo casos excepcionales, siendo que una universidad, y particularmente la UNAM, enseña y opta por otros caminos ajenos a la fuerza física y que son obviamente los de la razón. Quedan pues los paros como medios de protesta en circunstancias, repito, verdaderamente excepcionales. Otra cosa que se debe señalar es que la UNAM es una comunidad formada por tres partes que deben o deberían participar en toda clase de decisiones, incluidas por supuesto las trascendentales. Lo contrario es perjudicar o violar derechos de terceros. La lógica enseña que una sola de esas partes universitarias, por más razón que le asista, carece de sentido sin las otras dos. Somos un trío unitario.


Ahora bien, lo anterior significa autonomía. Y este es el punto más delicado. La UNAM es de suyo “manjar apetecible” para una serie de grupos que sobreponen arbitrariamente sus intereses, y en múltiples ocasiones con turbiedad, por encima de otros que desdeñan o menosprecian. “Manjar apetecible” que hoy se acrecienta por la relevancia nacional de la Máxima Casa de Estudios. Desestabilizar a la UNAM o pretender apoderarse de ella menguando su ímpetu razonador es un supuesto medio de lucha que, bajo el pretexto que sea, satisface apetitos con harta frecuencia inconfesables. Aparte quedan aquellos que ven en la autonomía un inconveniente, un obstáculo, para alcanzar sus fines siempre ajenos al diálogo democrático. Al respecto cualquier observador puede constar que habida cuenta de las circunstancias por las que atraviesa el país abundan los quejosos iracundos, biliosos, enemigos del diálogo inteligente, y que se casan con sus argumentos hasta el fanatismo. ¿Qué ven ellos en la autonomía de la UNAM? Un enorme riesgo creciente y latente. A mayor abundamiento saben que los estudiantes son proclives a idealizar hasta el límite, a no distinguir por su pasión juvenil la acción inmediata de la acción meditada. En suma, la autonomía es un poder que estorba, un bastión de decisiones propias, un baluarte de la independencia moral y espiritual. Y si la UNAM ejerce a plenitud su autonomía se vuelve o volvería a ojos de muchos un obstáculo para tirios y troyanos. Ni al gobierno le gustaría ni tampoco a sus enemigos. Es lo que está en riesgo al margen de las protestas justificadas o no, de los atentados a mujeres estudiantes, del descuido administrativo y de la lenidad en la conducción o dirección de varias escuelas preparatorias. En el fondo, insisto, la autonomía es el objetivo. Por eso hay que cuidarla y defenderla entendiendo que la UNAM, la Universidad de la Nación, es un centro de concentración de inquietudes, además de las académicas, que sólo en la propia Universidad se pueden sopesar, entender, calibrar a la luz de un análisis inteligente y razonado. Eliminar este espacio, maltratarlo, suspenderlo, es o sería dejar a México sin uno de sus faros orientadores en momentos en que el país necesita, requiere, reclama, todo el peso de la inteligencia libre, autónoma, para salir de una problemática agobiante. Paro en la UNAM es paro en el corazón de México. Diálogo en la UNAM es democracia que ponga a salvo la libertad de decir lo que se piensa sin confrontaciones que sólo dejan rencor, hostilidad y aversión.


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Sería equivocado creer o suponer que el paro de actividades promovido por una de las tres partes que constituyen la UNAM -profesores, estudiantes y trabajadores administrativos- es el único camino para resolver problemas de la comunidad universitaria. Es desde luego el camino más impactante pero que por su propia naturaleza riñe con la inteligencia universitaria, salvo casos excepcionales, siendo que una universidad, y particularmente la UNAM, enseña y opta por otros caminos ajenos a la fuerza física y que son obviamente los de la razón. Quedan pues los paros como medios de protesta en circunstancias, repito, verdaderamente excepcionales. Otra cosa que se debe señalar es que la UNAM es una comunidad formada por tres partes que deben o deberían participar en toda clase de decisiones, incluidas por supuesto las trascendentales. Lo contrario es perjudicar o violar derechos de terceros. La lógica enseña que una sola de esas partes universitarias, por más razón que le asista, carece de sentido sin las otras dos. Somos un trío unitario.


Ahora bien, lo anterior significa autonomía. Y este es el punto más delicado. La UNAM es de suyo “manjar apetecible” para una serie de grupos que sobreponen arbitrariamente sus intereses, y en múltiples ocasiones con turbiedad, por encima de otros que desdeñan o menosprecian. “Manjar apetecible” que hoy se acrecienta por la relevancia nacional de la Máxima Casa de Estudios. Desestabilizar a la UNAM o pretender apoderarse de ella menguando su ímpetu razonador es un supuesto medio de lucha que, bajo el pretexto que sea, satisface apetitos con harta frecuencia inconfesables. Aparte quedan aquellos que ven en la autonomía un inconveniente, un obstáculo, para alcanzar sus fines siempre ajenos al diálogo democrático. Al respecto cualquier observador puede constar que habida cuenta de las circunstancias por las que atraviesa el país abundan los quejosos iracundos, biliosos, enemigos del diálogo inteligente, y que se casan con sus argumentos hasta el fanatismo. ¿Qué ven ellos en la autonomía de la UNAM? Un enorme riesgo creciente y latente. A mayor abundamiento saben que los estudiantes son proclives a idealizar hasta el límite, a no distinguir por su pasión juvenil la acción inmediata de la acción meditada. En suma, la autonomía es un poder que estorba, un bastión de decisiones propias, un baluarte de la independencia moral y espiritual. Y si la UNAM ejerce a plenitud su autonomía se vuelve o volvería a ojos de muchos un obstáculo para tirios y troyanos. Ni al gobierno le gustaría ni tampoco a sus enemigos. Es lo que está en riesgo al margen de las protestas justificadas o no, de los atentados a mujeres estudiantes, del descuido administrativo y de la lenidad en la conducción o dirección de varias escuelas preparatorias. En el fondo, insisto, la autonomía es el objetivo. Por eso hay que cuidarla y defenderla entendiendo que la UNAM, la Universidad de la Nación, es un centro de concentración de inquietudes, además de las académicas, que sólo en la propia Universidad se pueden sopesar, entender, calibrar a la luz de un análisis inteligente y razonado. Eliminar este espacio, maltratarlo, suspenderlo, es o sería dejar a México sin uno de sus faros orientadores en momentos en que el país necesita, requiere, reclama, todo el peso de la inteligencia libre, autónoma, para salir de una problemática agobiante. Paro en la UNAM es paro en el corazón de México. Diálogo en la UNAM es democracia que ponga a salvo la libertad de decir lo que se piensa sin confrontaciones que sólo dejan rencor, hostilidad y aversión.


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