/ jueves 24 de diciembre de 2020

Periodismo y limitaciones

El artículo 6º de la Constitución que tutela la manifestación libre de las ideas limita ésta a los casos en que ataque a la moral, a la vida privada, a los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público. O sea, la libertad de expresar las ideas propias topa con el valladar de otros, de lo que atañe a otros. En cuanto a la moral y a la vida privada es de señalar que hay una moral privada y otra colectiva o social, específica de la sociedad aunque refleje la moral particular. Por lo que toca a la vida privada no se debe perder de vista que tiene múltiples enlaces con la vida pública, como la corriente de un río que desemboque en la mar. Dicho lo anterior queda claro que el periodismo debe respetar in extenso la dignidad de las personas y que el periodista no se debe inmiscuir en las distintas zonas de esa dignidad.

Ahora bien, el periodista ha de conocer la distinción entre noticia y simple hecho, siendo que la noticia tiene resonancia social y despierta por lo mismo el interés público. Partiendo de allí la tarea del periodista, no la del simple difusor de hechos y noticias, va marcada por un sello de educación, de no meterse en lo que no le importa o incumbe cayendo en la zona pantanosa del chisme que equivale, muy a menudo, al entretenimiento vano y superficial. Educación, aquélla, inexplicable sin cultura que en el periodismo es hablar o escribir de lo que se sabe. Cuántos hay en el periodismo que opinan a diestra y siniestra, al vapor, agraviando u ofendiendo. ¿Será esto por simple culpa o imprudencia? No, es con dolo calculado, previsto y llevado al sitio que se desea. Es por cierto manjar apetecible para el periodista el hombre público, tan “fácil” de ofender para llamar la atención. Abundan al respeto los que se “se adornan” así. Y la verdad es que tanto el hombre público como el más sencillo ciudadano, el más famoso como el más insignificante, tienen dignidad, excelencia, decoro. Lo público o lo insignificante son artificios pasajeros, circunstanciales, no inherentes al individuo. Lo auténtico es el decoro moral. Meterse allí, hurgar allí, es propio de periodistas superficiales seducidos por el escándalo. Y como éste causa alboroto, vocerío y estrépito si es que no desorden, el mal periodista cae en un juego sucio. Y lo mismo sucede cuando el periodista confunde su trabajo con una especie de averiguación o indagación propia del Ministerio Público, descorriendo velos que protegen una dignidad sólo investigable al amparo de la ley. En suma, ofender, vejar, ocultando la pequeñez propia en el brillo ajeno, desprestigia al periodismo. No se debe olvidar que quien da noticias contribuye a orientar a la opinión pública; a orientarla, que no a manipularla. Por eso debería prevalecer sobre todo formulismo momentáneo el mandato del artículo 6º constitucional. Presidente de la República o simple ciudadano comparten su moral individual con el entorno social. Por eso yo soy partidario de que sólo pueda ejercer el periodismo quien pruebe plenamente su entereza moral y quien pruebe también su respeto por la democracia no confundiendo la opinión periodística con el desmán publicitario, con la arbitrariedad mal simulada por una máscara que desfigure la noble profesión del periodismo. No debe ser el periodismo un carnaval de simulaciones.

PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho.raulcarranca

El artículo 6º de la Constitución que tutela la manifestación libre de las ideas limita ésta a los casos en que ataque a la moral, a la vida privada, a los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público. O sea, la libertad de expresar las ideas propias topa con el valladar de otros, de lo que atañe a otros. En cuanto a la moral y a la vida privada es de señalar que hay una moral privada y otra colectiva o social, específica de la sociedad aunque refleje la moral particular. Por lo que toca a la vida privada no se debe perder de vista que tiene múltiples enlaces con la vida pública, como la corriente de un río que desemboque en la mar. Dicho lo anterior queda claro que el periodismo debe respetar in extenso la dignidad de las personas y que el periodista no se debe inmiscuir en las distintas zonas de esa dignidad.

Ahora bien, el periodista ha de conocer la distinción entre noticia y simple hecho, siendo que la noticia tiene resonancia social y despierta por lo mismo el interés público. Partiendo de allí la tarea del periodista, no la del simple difusor de hechos y noticias, va marcada por un sello de educación, de no meterse en lo que no le importa o incumbe cayendo en la zona pantanosa del chisme que equivale, muy a menudo, al entretenimiento vano y superficial. Educación, aquélla, inexplicable sin cultura que en el periodismo es hablar o escribir de lo que se sabe. Cuántos hay en el periodismo que opinan a diestra y siniestra, al vapor, agraviando u ofendiendo. ¿Será esto por simple culpa o imprudencia? No, es con dolo calculado, previsto y llevado al sitio que se desea. Es por cierto manjar apetecible para el periodista el hombre público, tan “fácil” de ofender para llamar la atención. Abundan al respeto los que se “se adornan” así. Y la verdad es que tanto el hombre público como el más sencillo ciudadano, el más famoso como el más insignificante, tienen dignidad, excelencia, decoro. Lo público o lo insignificante son artificios pasajeros, circunstanciales, no inherentes al individuo. Lo auténtico es el decoro moral. Meterse allí, hurgar allí, es propio de periodistas superficiales seducidos por el escándalo. Y como éste causa alboroto, vocerío y estrépito si es que no desorden, el mal periodista cae en un juego sucio. Y lo mismo sucede cuando el periodista confunde su trabajo con una especie de averiguación o indagación propia del Ministerio Público, descorriendo velos que protegen una dignidad sólo investigable al amparo de la ley. En suma, ofender, vejar, ocultando la pequeñez propia en el brillo ajeno, desprestigia al periodismo. No se debe olvidar que quien da noticias contribuye a orientar a la opinión pública; a orientarla, que no a manipularla. Por eso debería prevalecer sobre todo formulismo momentáneo el mandato del artículo 6º constitucional. Presidente de la República o simple ciudadano comparten su moral individual con el entorno social. Por eso yo soy partidario de que sólo pueda ejercer el periodismo quien pruebe plenamente su entereza moral y quien pruebe también su respeto por la democracia no confundiendo la opinión periodística con el desmán publicitario, con la arbitrariedad mal simulada por una máscara que desfigure la noble profesión del periodismo. No debe ser el periodismo un carnaval de simulaciones.

PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho.raulcarranca