/ viernes 22 de abril de 2022

Pico de Orizaba  

La primera vez que planeamos el Citlaltépetl, dijimos que sería para inicios de diciembre de 2021. Una semanas antes de la fecha, una cortada de cocina al partir una piña –verdaderamente incomprensible lo mismo por su severidad como por su simpleza–, me impidió unirme a la cordada. En el hospital llegué a pensar que mi mano no sería igual. No me equivoqué.

Orizaba, pues, sería para el 2022. La expedición tendría que ser antes o después de la temporada de lluvias ya que, como era de esperarse, ninguno quería verse en medio de alguna tormenta. Finales de marzo-principios de abril se pensó como un período idóneo. Aun así, nada garantizaba que el ascenso fuera a concretarse pues, como dice Arturo, “la montaña manda”.

Todavía la víspera en Tlachichuca, una vez instalados en el hostal de la familia Canchola y tras dejar listos los crampones y el arnés, revisamos una vez más el pronóstico del clima. Una mejor información podrá reducir el nivel de incertidumbre, mas no la anula. Especialmente al escuchar el relato de dos estadounidenses quienes decidieron bajar después de encontrar hielo y grietas raras. Se regresaron a Arizona sabiendo que se quedaron a cien metros de la cumbre. —Una excelente excusa para regresar —les dijimos. —Hell, yeah! —respondieron sin vacilar.

Desde unos días antes del ascenso, el juego se torna sencillo: el instinto de preservación dice “no vayas ahí”, y la mente encuentra cualquier razón para validarlo. Una gripa menor, el trabajo o una contingencia ambiental que reduce nuestras opciones de carro, se convierten en “señales” para no ir –o para ver, después de todo, qué tanto lo queremos. Pero es cierto, ya lo dijo el filósofo de Ciudad Juárez: “¿pero qué necesidad?”. Qué necesidad de sufrir en el cansancio o de comer y beber lo menos posible durante la expedición para así cargar menos peso. ¿Qué necesidad de ponerse en una situación así? —repite el instinto.

Queda claro que las razones abundan –y también tienen que ver con el instinto. No por nada Orizaba es una de las 10 altas montañas más guiadas en el mundo y el montañismo en general atraviesa por un boom, probablemente como resultado de dos años de pandemia. Una razón es porque se establece un vínculo por demás especial con la cordada, con el otro. La esencia del trabajo en equipo: nos prestamos material, intercambiamos comida e ideas, pero al final del día, cada quien carga su peso y hace lo que le corresponde en un entorno en el que cada paso, cada pulgada cuenta.

O porque cuando entramos a la montaña, y hay múltiples variables que escapan del control humano, lo único que se puede aspirar a controlar es cómo respondemos frente a una situación dada. O por ese deseo legítimo de sentirse tan pequeño en un mundo tan grande –pero parte de él, no obstante. “M'illumino d'inmenso”, nos regala Ungaretti en ese brevísimo Mattina. Sí, cualquier montaña nos recuerda la importancia de reivindicar que lo misterioso es la fuente de todo arte y ciencia. “Este es el misterio de nuestra Fe…”.

Finalizo esta crónica, ensayo o quimera agradeciendo a Arturo Esquivel por ser un gran guía y a su grupo True Hikers. No será un guía que le endulce el oído al cliente porque “el cliente siempre tiene la razón”. Comparte lo que sabe, toma las decisiones difíciles según el delicado baile entre cautela y arrojo, y tiene lo que Cormac McCarthy elocuentemente llamó: cojones. Algo digno de reconocer en cualquier época.

Ya estamos planeando un Sudamérica para el siguiente año. ¿Aconcagua?

La primera vez que planeamos el Citlaltépetl, dijimos que sería para inicios de diciembre de 2021. Una semanas antes de la fecha, una cortada de cocina al partir una piña –verdaderamente incomprensible lo mismo por su severidad como por su simpleza–, me impidió unirme a la cordada. En el hospital llegué a pensar que mi mano no sería igual. No me equivoqué.

Orizaba, pues, sería para el 2022. La expedición tendría que ser antes o después de la temporada de lluvias ya que, como era de esperarse, ninguno quería verse en medio de alguna tormenta. Finales de marzo-principios de abril se pensó como un período idóneo. Aun así, nada garantizaba que el ascenso fuera a concretarse pues, como dice Arturo, “la montaña manda”.

Todavía la víspera en Tlachichuca, una vez instalados en el hostal de la familia Canchola y tras dejar listos los crampones y el arnés, revisamos una vez más el pronóstico del clima. Una mejor información podrá reducir el nivel de incertidumbre, mas no la anula. Especialmente al escuchar el relato de dos estadounidenses quienes decidieron bajar después de encontrar hielo y grietas raras. Se regresaron a Arizona sabiendo que se quedaron a cien metros de la cumbre. —Una excelente excusa para regresar —les dijimos. —Hell, yeah! —respondieron sin vacilar.

Desde unos días antes del ascenso, el juego se torna sencillo: el instinto de preservación dice “no vayas ahí”, y la mente encuentra cualquier razón para validarlo. Una gripa menor, el trabajo o una contingencia ambiental que reduce nuestras opciones de carro, se convierten en “señales” para no ir –o para ver, después de todo, qué tanto lo queremos. Pero es cierto, ya lo dijo el filósofo de Ciudad Juárez: “¿pero qué necesidad?”. Qué necesidad de sufrir en el cansancio o de comer y beber lo menos posible durante la expedición para así cargar menos peso. ¿Qué necesidad de ponerse en una situación así? —repite el instinto.

Queda claro que las razones abundan –y también tienen que ver con el instinto. No por nada Orizaba es una de las 10 altas montañas más guiadas en el mundo y el montañismo en general atraviesa por un boom, probablemente como resultado de dos años de pandemia. Una razón es porque se establece un vínculo por demás especial con la cordada, con el otro. La esencia del trabajo en equipo: nos prestamos material, intercambiamos comida e ideas, pero al final del día, cada quien carga su peso y hace lo que le corresponde en un entorno en el que cada paso, cada pulgada cuenta.

O porque cuando entramos a la montaña, y hay múltiples variables que escapan del control humano, lo único que se puede aspirar a controlar es cómo respondemos frente a una situación dada. O por ese deseo legítimo de sentirse tan pequeño en un mundo tan grande –pero parte de él, no obstante. “M'illumino d'inmenso”, nos regala Ungaretti en ese brevísimo Mattina. Sí, cualquier montaña nos recuerda la importancia de reivindicar que lo misterioso es la fuente de todo arte y ciencia. “Este es el misterio de nuestra Fe…”.

Finalizo esta crónica, ensayo o quimera agradeciendo a Arturo Esquivel por ser un gran guía y a su grupo True Hikers. No será un guía que le endulce el oído al cliente porque “el cliente siempre tiene la razón”. Comparte lo que sabe, toma las decisiones difíciles según el delicado baile entre cautela y arrojo, y tiene lo que Cormac McCarthy elocuentemente llamó: cojones. Algo digno de reconocer en cualquier época.

Ya estamos planeando un Sudamérica para el siguiente año. ¿Aconcagua?