/ viernes 20 de enero de 2023

Polarización, democracia y paz

Por: Arturo Duque


Las democracias se enfrentan a un fantasma que ha crecido de manera significativa en la última década. Un ente que trasciende las fronteras geográficas y posee a los gobiernos entorpeciendo la labor de sus instituciones, los procesos de deliberación y el debate público, hasta el punto de poner en riesgo las reglas más elementales de la democracia. El último ejemplo notorio de los fantasmagóricos efectos de la polarización lo observamos recientemente en Brasil, cuando un grupo de personas tomaron el recinto del Congreso alegando que existió fraude en las pasadas elecciones. Dos años atrás se vivió una situación similar en EE.UU.


Los alegatos de “fraude electoral” que resultaron en estos sucesos surgen a partir del fenómeno de la polarización social y política. Dos líderes políticos que lograron crear un discurso muy convincente y sólido que toca en aspectos muy fundamentales a una amplia parte de su población, al mismo tiempo que enajena y otrifica a la población restante. Podemos imaginar los discursos como una burbuja que encapsula una serie de ideas, verdades y otras construcciones sociales. Pero el problema de la polarización no se explica solamente por la existencia de discursos, ya que todos vivimos encapsulados en uno o más que varían según nuestro contexto. La polarización se da cuando la tensión superficial de estas burbujas (discursos) se convierte en una barrera impenetrable e inadhesible a otras burbujas, es decir, cuando aquello que encapsula a un discurso no permite contacto alguno con otros discursos existentes en la misma.


Para evitar la polarización y este fenómeno de burbujas que deambulan por el espacio sin encontrarse unas con otras, es necesario fomentar el diálogo y el encuentro. Una sociedad que se encamina hacia la paz debe permitir el encuentro con la otredad a través de espacios de diálogo. Las democracias han creado mecanismos para fomentar estas actitudes dentro de sus procesos, como las mayorías calificadas que obligan a negociar y convencer a otras minorías. Pero estos mecanismos han ido perdiendo su efectividad y con ello la importancia del diálogo en los espacios de negociación política.


México no escapa de este fenómeno global. Por un lado vemos la creación de discursos por parte del gobierno y de la oposición que cada vez se alejan más y no se escuchan; por otro lado, nuestros procesos democráticos invitan muy poco al diálogo y a la negociación. Con frecuencia sabemos el resultado que tendrá un proyecto de ley mucho antes de su discusión en el pleno, el voto es alineado y por bancada, por lo que ya no es necesario escuchar las propuestas. Si queremos ser una sociedad constructora de paz debemos ser mucho más susceptibles al diálogo y estar abiertos a escuchar y encontrarnos con otros, así como exigir una actitud similar de nuestros representantes públicos.


Por: Arturo Duque


Las democracias se enfrentan a un fantasma que ha crecido de manera significativa en la última década. Un ente que trasciende las fronteras geográficas y posee a los gobiernos entorpeciendo la labor de sus instituciones, los procesos de deliberación y el debate público, hasta el punto de poner en riesgo las reglas más elementales de la democracia. El último ejemplo notorio de los fantasmagóricos efectos de la polarización lo observamos recientemente en Brasil, cuando un grupo de personas tomaron el recinto del Congreso alegando que existió fraude en las pasadas elecciones. Dos años atrás se vivió una situación similar en EE.UU.


Los alegatos de “fraude electoral” que resultaron en estos sucesos surgen a partir del fenómeno de la polarización social y política. Dos líderes políticos que lograron crear un discurso muy convincente y sólido que toca en aspectos muy fundamentales a una amplia parte de su población, al mismo tiempo que enajena y otrifica a la población restante. Podemos imaginar los discursos como una burbuja que encapsula una serie de ideas, verdades y otras construcciones sociales. Pero el problema de la polarización no se explica solamente por la existencia de discursos, ya que todos vivimos encapsulados en uno o más que varían según nuestro contexto. La polarización se da cuando la tensión superficial de estas burbujas (discursos) se convierte en una barrera impenetrable e inadhesible a otras burbujas, es decir, cuando aquello que encapsula a un discurso no permite contacto alguno con otros discursos existentes en la misma.


Para evitar la polarización y este fenómeno de burbujas que deambulan por el espacio sin encontrarse unas con otras, es necesario fomentar el diálogo y el encuentro. Una sociedad que se encamina hacia la paz debe permitir el encuentro con la otredad a través de espacios de diálogo. Las democracias han creado mecanismos para fomentar estas actitudes dentro de sus procesos, como las mayorías calificadas que obligan a negociar y convencer a otras minorías. Pero estos mecanismos han ido perdiendo su efectividad y con ello la importancia del diálogo en los espacios de negociación política.


México no escapa de este fenómeno global. Por un lado vemos la creación de discursos por parte del gobierno y de la oposición que cada vez se alejan más y no se escuchan; por otro lado, nuestros procesos democráticos invitan muy poco al diálogo y a la negociación. Con frecuencia sabemos el resultado que tendrá un proyecto de ley mucho antes de su discusión en el pleno, el voto es alineado y por bancada, por lo que ya no es necesario escuchar las propuestas. Si queremos ser una sociedad constructora de paz debemos ser mucho más susceptibles al diálogo y estar abiertos a escuchar y encontrarnos con otros, así como exigir una actitud similar de nuestros representantes públicos.