Por: Ma. de los Ángeles Huerta del Río
El conflicto migratorio recientemente ocurrido entre México y Estados Unidos también ha sido una muestra de cómo salir de la adversidad fortalecidos; a pesar de que el contexto en el que nos dejaron este país los anteriores gobiernos daba pie a que, con un tuit, la economía de México pudiera haber entrado en un potencial de grave crisis económica, con lo que las calificadoras —alegremente— parecían aprestarse a escribir las esquelas.
Por mucho tiempo, el modelo económico —tejido desde Miguel de la Madrid— estuvo enfocado en beneficiar a los Estados Unidos. Hicimos que nuestro desarrollo económico estuviera ligado a los deseos de Washington, que 80% de nuestro comercio dependiera de ellos. Se infravaloró el mercado interno, y mientras los estadounidenses lograban su seguridad energética, en México se desmantelaba nuestra soberanía. Ellos lograron que su lucha contra la drogadicción fuera un asunto donde nosotros poníamos a los muertos. Impulsaron políticas de migración ilegal para aumentar su producción y beneficiarse con mano de obra más barata: todo esto con plena aceptación de los que decían que nos gobernaban.
Ahora, Trump, inmerso en un proceso desesperado de reelección, sabe que México es su mejor carta discursiva para ganar votos. Crea escenarios y enemigos, amenaza con sanciones que a la larga perjudican a todos. Pero casi nada parece importarle; menos que en el camino, los daños para México puedan ser desastrosos. Al contrario, la falacia de Trump es que la inmigración daña la economía de Estados Unidos, sin querer aceptar que, como en cualquier parte del mundo, lo que daña es el proteccionismo, las subvenciones exageradas, el empoderamiento del mercado.
El presidente tuitero ha decidido que somos su enemigo a vencer, y en vez de buscar consensos internacionales, lo más que pudo imaginar es que México le resuelva su construido conflicto. En todo el mundo, los flujos migratorios son normales, y México ha sido su gran defensor. Desde el primer día de nuestro gobierno, el presidente ha trabajado en conjunto con El Salvador, Guatemala y Honduras formalizando un Plan de Desarrollo Integral con recomendaciones de la CEPAL para evitar la migración forzada. En su propio dicho, la idea es que “quien quiera cambiar de residencia que lo haga por gusto, no por necesidad”. Estos trabajos son los que el Canciller Marcelo Ebrard comunicó al equipo negociador de la Casa Blanca; de cómo, por una parte, se tratan las causas de fondo, y por otra, se busca desmantelar un negocio criminal de delincuentes que abusan de las aspiraciones de la gente por una vida mejor.
Algo que no nos sorprende es el argumento de Estados Unidos: que en México, en administraciones anteriores, ya se había propuesto algo semejante y, para no variar, no se hizo. Ahora sabemos los inconmensurables grados de ineficiencia y corrupción de gobiernos anteriores. Pero hoy, nos toca demostrarle no a Estados Unidos, sino al mundo, lo que significa la cuarta transformación. Una forma ética de hacer las cosas, con profunda responsabilidad social y de manera eficiente. Construir consensos internacionales, y poner en el centro de la discusión internacional el tema migrante y el combate a sus causas. Hay que castigar a los delincuentes que criminalizan la migración, y que juegan con los anhelos y la vida de las personas.
México puede retomar su liderazgo en América Latina y el mundo en la conformación de políticas públicas que beneficien a los más desfavorecidos, no importa su nacionalidad. Hoy, trabajamos por fortalecer la construcción de un Estado social en vías de construir una economía que nos dé soberanía y libertad. Por ahora, la Guardia Nacional tendrá que ayudarnos a detener la locura.
Diputada federal del grupo parlamentario de Morena