/ sábado 25 de enero de 2020

Por la razón o por la fuerza

Hace unos meses recordamos con tristeza la muerte de dos ilustres chilenos: Salvador Allende y Pablo Neruda. El primero fue sacrificado el 17 de septiembre de 1973 en el Palacio de la Moneda por las obscuras fuerzas de la dictadura.

Pocos días después, el 23 de septiembre moría el segundo, desalentado y triste en un hospital de Santiago. Fue uno de los poetas mayores, para muchos el más alto. La muerte hermanaba entonces a dos constructores del porvenir, a dos soñadores por la dignidad humana, a dos luchadores del bienestar social.

Recuerdo que hace 46 años me tocó la suerte de presenciar un magnífico documental fílmico sobre los sangrientos episodios chilenos. Este documento histórico en forma de reportaje fue producido por la agencia noticiosa Notimex.

Allí aparecían como imágenes fugaces, un soldado desde un tanque apuntando su arma de fuego hacia la cámara de un periodista europeo; un soldado revisando minuciosamente las piernas de un niño recargado con las manos en un automóvil; un soldado golpeando a un detenido; un soldado resguardando las puertas del Estado Nacional, donde estaban detenidas miles de personas. La humeante puerta central del Palacio de la Moneda con su escudo nacional alcanzado por el fuego, pero en el que se podía leer, sin embargo, el orgulloso lema “Por la razón o por la fuerza”.

Luego decenas de mujeres enlutadas buscando con angustia en las listas de desaparecidos; personas asustadas que se negaban a ser entrevistadas; respuestas balbuceantes; el temor reflejado en la cara de quienes corrían porque se acercaba el toque de queda; el impacto producido al ver el cadáver de Salvador Allende envuelto en un poncho de su tierra; la casa de Salvador Allende destrozada y saqueada; la casa de Pablo Neruda destrozada y saqueada; letreros obscenos en las paredes azules; sus libros quemados o destruidos por mangueras de alta presión; y finalmente, el largo y apretado cortejo fúnebre que despedía, a pesar de las prohibiciones de la Junta Militar, a quien pudo expresar el pensamiento más puro, generoso del hombre. A lo largo de las avenidas que llegan al panteón, la multitud llorosa que cantaba los versos del poeta, que cantaba sus canciones de lucha, que convocaba a su presencia la hora obscura de Chile.

Conocí a Allende el 1 de septiembre de 1972 en la casa presidencial. Lo recuerdo como si fuera ayer: amable, gentil, traje gris ojo de perdiz, camisa azul claro, corbata roja, y manos grandes y cálidas. Me preguntó por mi labor y le dije que coordinaba los tiempos del gobierno en la radio y en la televisión. Dijo que le gustaría aplicar algo así en Chile. Agregó que al día siguiente viajaría a Guadalajara para hablar con los estudiantes.

El 2 de septiembre, en el Instituto de Ciencias y Humanidades de la Universidad de Guadalajara pronunció un discurso que él diría que “fue el mejor de su vida”, en el cual se manifestó por el compromiso de la Universidad con el pueblo, negó la querella de las generaciones, describió las condiciones de la dependencia y explotación de los países subdesarrollados, y las actitudes de los países poderosos frente a ellos.

Pidió asumir a los estudiantes sus auténticos deberes: “Yo no he aceptado jamás a un compañero joven que justifique su fracaso escolar porque tiene que hacer trabajos políticos. Ser agitador universitario y mal estudiante, es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante, es más difícil.

“La juventud no puede ser sectaria; la juventud tiene que entender, y nosotros en Chile hemos dado un paso trascendente: la base política de mi gobierno está formada por marxistas, por laicos y cristianos, y respetamos el pensamiento cristiano; interpreta el verbo de Cristo, que echó los mercaderes del templo.

“El escapismo, el drogadismo, el alcoholismo. ¿Cuántos son los jóvenes de nuestros países, que han caído en la marihuana que es más barata que la cocaína y más fácil de acceso? ¿Qué es esto, qué significa, por qué la juventud llega a eso? ¿Hay frustración? ¿Cómo es posible que el joven no vea que su existencia tiene un destino muy distinto al que escabulle su responsabilidad?

Y concluyó enumerando las difíciles circunstancias por las cuales pasaba su país en esos días, y agradeció la solidaridad que le brindaba el pueblo mexicano al que consideró “como amigo de mi patria”.

A 46 años mi recuerdo emocionado a quien supo cantar con maestría, con verdad y con pasión, a la vida, a la dignidad, a la libertad.

“Es la hora – nos decía Neruda en su poema El Egoísta (1972) – de las hojas caídas trituradas sobre la tierra, cuando de sí y de no ser, vuelven al fondo”.

“Despojándose de oro y verdura, hasta que son raíces otra vez y otra vez. Demoliéndose, naciendo, suben a conocer la primavera”.

“Yo vuelvo al mar vuelto por el cielo. El silencio entre una y otra ola establece un suspenso peligroso. Muere la vida, se aquieta la sangre hasta que rompe el nuevo movimiento y resuena la voz en el infinito”.

pacofonn@yahoo.com.mx

Hace unos meses recordamos con tristeza la muerte de dos ilustres chilenos: Salvador Allende y Pablo Neruda. El primero fue sacrificado el 17 de septiembre de 1973 en el Palacio de la Moneda por las obscuras fuerzas de la dictadura.

Pocos días después, el 23 de septiembre moría el segundo, desalentado y triste en un hospital de Santiago. Fue uno de los poetas mayores, para muchos el más alto. La muerte hermanaba entonces a dos constructores del porvenir, a dos soñadores por la dignidad humana, a dos luchadores del bienestar social.

Recuerdo que hace 46 años me tocó la suerte de presenciar un magnífico documental fílmico sobre los sangrientos episodios chilenos. Este documento histórico en forma de reportaje fue producido por la agencia noticiosa Notimex.

Allí aparecían como imágenes fugaces, un soldado desde un tanque apuntando su arma de fuego hacia la cámara de un periodista europeo; un soldado revisando minuciosamente las piernas de un niño recargado con las manos en un automóvil; un soldado golpeando a un detenido; un soldado resguardando las puertas del Estado Nacional, donde estaban detenidas miles de personas. La humeante puerta central del Palacio de la Moneda con su escudo nacional alcanzado por el fuego, pero en el que se podía leer, sin embargo, el orgulloso lema “Por la razón o por la fuerza”.

Luego decenas de mujeres enlutadas buscando con angustia en las listas de desaparecidos; personas asustadas que se negaban a ser entrevistadas; respuestas balbuceantes; el temor reflejado en la cara de quienes corrían porque se acercaba el toque de queda; el impacto producido al ver el cadáver de Salvador Allende envuelto en un poncho de su tierra; la casa de Salvador Allende destrozada y saqueada; la casa de Pablo Neruda destrozada y saqueada; letreros obscenos en las paredes azules; sus libros quemados o destruidos por mangueras de alta presión; y finalmente, el largo y apretado cortejo fúnebre que despedía, a pesar de las prohibiciones de la Junta Militar, a quien pudo expresar el pensamiento más puro, generoso del hombre. A lo largo de las avenidas que llegan al panteón, la multitud llorosa que cantaba los versos del poeta, que cantaba sus canciones de lucha, que convocaba a su presencia la hora obscura de Chile.

Conocí a Allende el 1 de septiembre de 1972 en la casa presidencial. Lo recuerdo como si fuera ayer: amable, gentil, traje gris ojo de perdiz, camisa azul claro, corbata roja, y manos grandes y cálidas. Me preguntó por mi labor y le dije que coordinaba los tiempos del gobierno en la radio y en la televisión. Dijo que le gustaría aplicar algo así en Chile. Agregó que al día siguiente viajaría a Guadalajara para hablar con los estudiantes.

El 2 de septiembre, en el Instituto de Ciencias y Humanidades de la Universidad de Guadalajara pronunció un discurso que él diría que “fue el mejor de su vida”, en el cual se manifestó por el compromiso de la Universidad con el pueblo, negó la querella de las generaciones, describió las condiciones de la dependencia y explotación de los países subdesarrollados, y las actitudes de los países poderosos frente a ellos.

Pidió asumir a los estudiantes sus auténticos deberes: “Yo no he aceptado jamás a un compañero joven que justifique su fracaso escolar porque tiene que hacer trabajos políticos. Ser agitador universitario y mal estudiante, es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante, es más difícil.

“La juventud no puede ser sectaria; la juventud tiene que entender, y nosotros en Chile hemos dado un paso trascendente: la base política de mi gobierno está formada por marxistas, por laicos y cristianos, y respetamos el pensamiento cristiano; interpreta el verbo de Cristo, que echó los mercaderes del templo.

“El escapismo, el drogadismo, el alcoholismo. ¿Cuántos son los jóvenes de nuestros países, que han caído en la marihuana que es más barata que la cocaína y más fácil de acceso? ¿Qué es esto, qué significa, por qué la juventud llega a eso? ¿Hay frustración? ¿Cómo es posible que el joven no vea que su existencia tiene un destino muy distinto al que escabulle su responsabilidad?

Y concluyó enumerando las difíciles circunstancias por las cuales pasaba su país en esos días, y agradeció la solidaridad que le brindaba el pueblo mexicano al que consideró “como amigo de mi patria”.

A 46 años mi recuerdo emocionado a quien supo cantar con maestría, con verdad y con pasión, a la vida, a la dignidad, a la libertad.

“Es la hora – nos decía Neruda en su poema El Egoísta (1972) – de las hojas caídas trituradas sobre la tierra, cuando de sí y de no ser, vuelven al fondo”.

“Despojándose de oro y verdura, hasta que son raíces otra vez y otra vez. Demoliéndose, naciendo, suben a conocer la primavera”.

“Yo vuelvo al mar vuelto por el cielo. El silencio entre una y otra ola establece un suspenso peligroso. Muere la vida, se aquieta la sangre hasta que rompe el nuevo movimiento y resuena la voz en el infinito”.

pacofonn@yahoo.com.mx