/ sábado 7 de enero de 2023

¿Por qué es necesaria una educación socioemocional?

En México, de acuerdo con datos del Censo de Población y Vivienda del INEGI 2020, las personas mayores de 15 años tienen, en promedio, tan solo 9.7 años de educación escolar. Es decir, solo un poco más de la secundaria concluida; aunque los datos cambian por entidad federativa, siendo la Ciudad de México la que tiene el promedio más alto (11.5 años) y Chiapas la que tiene el más bajo (7.8 años).

A pesar de ello, para una buena parte de madres y padres en nuestro país y en el mundo, al momento de decidir enviar a sus hijos e hijas a la escuela, el principal objetivo que buscan en la educación es que pueda darles los conocimientos y habilidades suficientes como para poder insertarse en el futuro en los mercados laborales con cierto éxito. Un objetivo sin duda razonable y sensato a ojos de cualquiera que tenga hijos e hijas en edad escolar, pero insuficiente para formar al tipo de personas que hoy se requieren para hacer frente e imaginar las soluciones a los mayores problemas del mundo: desde el cambio climático hasta las distintas formas de violencia y desigualdades.

Hoy es claro que los modelos educativos basados en la transmisión de conocimientos responden cada vez menos a un mundo en el que, con todas sus limitaciones, las tecnologías digitales interactivas ponen al alcance de más personas datos e informaciones de forma abierta. Asimismo, las habilidades para “insertarse” en los mercados laborales se han transformado muy rápidamente y ahora casi todas pasan por aprender a distinguir lo que es útil, veraz, e importante de entre toda la cantidad de contenidos que nos rodean.

Para responder a estos retos, algunos países como Dinamarca, Holanda, Alemania y Canadá, entre otros, han incorporado en sus modelos educativos enfoques y estrategias de pensamiento crítico para que los alumnos adquieran la capacidad de analizar y valorar los datos, la información y los contenidos para generar su propia reflexión como base de sus opiniones y conductas. Todo esto está muy bien para formar personas con mayor capacidad analítica y reflexiva. Sin embargo, no es suficiente para “despertar” la disposición de entender y de abrirse a nuevas formas de ver el mundo o de ser empático con los demás.

Es aquí donde, desde hace tiempo, se busca promover una mirada sobre la educación que complemente la formación del pensamiento crítico con el desarrollo de habilidades socioemocionales. La OECD en un amplio estudio de más de tres años con estudiantes de entre 10 y 15 años en 10 ciudades del mundo (ver reporte: Más allá del aprendizaje académico, 2021) señala que la educación ya no se trata solo de “enseñar”, sino de ayudar al alumno a desarrollar el “compás y las herramientas para navegar este mundo con mayor confianza... Y tiene que ver con la curiosidad (abrir las mentes), con la compasión (abrir el corazón), y también con el valor (para movilizar nuestros recursos cognitivos, sociales y emocionales para la acción). Estas cualidades son las mejores armas contra las grandes amenazas de nuestro tiempo: la ignorancia (la mente cerrada), el odio (el corazón cerrado), y el miedo (enemigo de nuestra capacidad de actuar)”.

Si bien no hay un consenso estricto sobre todas las habilidades que conforman la educación socioemocional, sí podemos señalar algunas de las más importantes: ser consciente de nuestras propias emociones (identificarlas, saber sus causas y cómo poder expresarlas); ser consciente del entorno y de los demás (poder ser empático con las emociones y sentimientos de los que nos rodean); ser capaz de manejar nuestras emociones (saber reaccionar en diferentes circunstancias de formas positivas y adecuadas); ser capaz de vincularme y colaborar con los demás (saber manejar mis interacciones y mi comunicación con claridad y respeto); y aprender a tomar decisiones de forma responsable (ser consciente y asumir las consecuencias).

Diversos estudios muestran que este tipo de habilidades generan personas más libres y abiertas, más conscientes de sí y del entorno, más empáticas y solidarias, más colaborativas y maduras. Es momento de apostar por formar un tipo de personas que sean capaces de enfrentar de mejores maneras los graves problemas de corrupción, violencias, desigualdades, y deterioro del medio ambiente que tenemos. Involucrémonos todos en esta exigencia, como padres, como ciudadanos, como mexicanos.

En México, de acuerdo con datos del Censo de Población y Vivienda del INEGI 2020, las personas mayores de 15 años tienen, en promedio, tan solo 9.7 años de educación escolar. Es decir, solo un poco más de la secundaria concluida; aunque los datos cambian por entidad federativa, siendo la Ciudad de México la que tiene el promedio más alto (11.5 años) y Chiapas la que tiene el más bajo (7.8 años).

A pesar de ello, para una buena parte de madres y padres en nuestro país y en el mundo, al momento de decidir enviar a sus hijos e hijas a la escuela, el principal objetivo que buscan en la educación es que pueda darles los conocimientos y habilidades suficientes como para poder insertarse en el futuro en los mercados laborales con cierto éxito. Un objetivo sin duda razonable y sensato a ojos de cualquiera que tenga hijos e hijas en edad escolar, pero insuficiente para formar al tipo de personas que hoy se requieren para hacer frente e imaginar las soluciones a los mayores problemas del mundo: desde el cambio climático hasta las distintas formas de violencia y desigualdades.

Hoy es claro que los modelos educativos basados en la transmisión de conocimientos responden cada vez menos a un mundo en el que, con todas sus limitaciones, las tecnologías digitales interactivas ponen al alcance de más personas datos e informaciones de forma abierta. Asimismo, las habilidades para “insertarse” en los mercados laborales se han transformado muy rápidamente y ahora casi todas pasan por aprender a distinguir lo que es útil, veraz, e importante de entre toda la cantidad de contenidos que nos rodean.

Para responder a estos retos, algunos países como Dinamarca, Holanda, Alemania y Canadá, entre otros, han incorporado en sus modelos educativos enfoques y estrategias de pensamiento crítico para que los alumnos adquieran la capacidad de analizar y valorar los datos, la información y los contenidos para generar su propia reflexión como base de sus opiniones y conductas. Todo esto está muy bien para formar personas con mayor capacidad analítica y reflexiva. Sin embargo, no es suficiente para “despertar” la disposición de entender y de abrirse a nuevas formas de ver el mundo o de ser empático con los demás.

Es aquí donde, desde hace tiempo, se busca promover una mirada sobre la educación que complemente la formación del pensamiento crítico con el desarrollo de habilidades socioemocionales. La OECD en un amplio estudio de más de tres años con estudiantes de entre 10 y 15 años en 10 ciudades del mundo (ver reporte: Más allá del aprendizaje académico, 2021) señala que la educación ya no se trata solo de “enseñar”, sino de ayudar al alumno a desarrollar el “compás y las herramientas para navegar este mundo con mayor confianza... Y tiene que ver con la curiosidad (abrir las mentes), con la compasión (abrir el corazón), y también con el valor (para movilizar nuestros recursos cognitivos, sociales y emocionales para la acción). Estas cualidades son las mejores armas contra las grandes amenazas de nuestro tiempo: la ignorancia (la mente cerrada), el odio (el corazón cerrado), y el miedo (enemigo de nuestra capacidad de actuar)”.

Si bien no hay un consenso estricto sobre todas las habilidades que conforman la educación socioemocional, sí podemos señalar algunas de las más importantes: ser consciente de nuestras propias emociones (identificarlas, saber sus causas y cómo poder expresarlas); ser consciente del entorno y de los demás (poder ser empático con las emociones y sentimientos de los que nos rodean); ser capaz de manejar nuestras emociones (saber reaccionar en diferentes circunstancias de formas positivas y adecuadas); ser capaz de vincularme y colaborar con los demás (saber manejar mis interacciones y mi comunicación con claridad y respeto); y aprender a tomar decisiones de forma responsable (ser consciente y asumir las consecuencias).

Diversos estudios muestran que este tipo de habilidades generan personas más libres y abiertas, más conscientes de sí y del entorno, más empáticas y solidarias, más colaborativas y maduras. Es momento de apostar por formar un tipo de personas que sean capaces de enfrentar de mejores maneras los graves problemas de corrupción, violencias, desigualdades, y deterioro del medio ambiente que tenemos. Involucrémonos todos en esta exigencia, como padres, como ciudadanos, como mexicanos.