/ jueves 27 de febrero de 2020

Por qué se mata y se es violento

A la luz del Derecho Penal, apoyado en la Criminología y en la Psicología Criminal como ramas auxiliares suyas y dependientes de su cuerpo normativo, se mata y se es violento por múltiples causas y razones que a mi juicio se resumen de la siguiente manera; lo que digo ante el asombro y consternación generados por los crímenes y violencia -que van en aumento- de las últimas semanas.

En primer lugar nadie mata porque sí, por el mero matar, salvo casos patológicos o de desorden mental extremo que derivarían, ampliamente probados, en causas excluyentes de incriminación. Siempre hay un motivo. En segundo lugar y cuando se mata por el sexo de la víctima hay que ir al origen de esto: celos, pasión, envidia, rencor, etc., debiéndose buscar el hilo -verdadero hilo de Ariadna en el laberinto de Creta- que conduzca a la causa básica y central.

Éste no se debe olvidar en ninguna investigación criminal a cargo del ministerio público; al margen de la confusión que al respecto suele reinar en la opinión pública impulsada por la prensa y la redes sociales, que en términos generales se quedan en el escándalo y sin ir al fondo.

Ahora bien, la violencia creciente, incontrolable hasta la fecha y aterradora, cubre al cuerpo social creando en él aparte del miedo una incertidumbre que está llevando al caos social, es decir, a una confusión y desorden tales que se traducen en comentarios y opiniones sin fundamento sólido; lo cual mina la conciencia ciudadana y deriva en una sensación creciente de ingobernabilidad. Hecho el anterior innegable y comprobable.

Pero aquí pasa lo mismo que sucede con la criminalidad y la violencia, a saber, hay una causa, un motivo básico y central. ¿Se ha pensado en el papel arrollador que la prensa y la televisión tienen en la difusión de las noticias, acompañado generalmente de opiniones muy personales?

Opiniones personales que, salvo contadas excepciones, llevan una dosis impresionante de ignorancia y deducciones sin base. Es lo que en el Derecho Penal se ha llamado tradicionalmente prensa amarilla caracterizada por el cultivo del sensacionalismo. Y que hace un daño enorme como factor decisivo de criminalidad o, por lo menos, deja un desconcierto tal que siembra opiniones caóticas y a vapor. He dicho papel arrollador de la prensa y la televisión. Y allí queda en comparación con el tímido y poco difundido boletín de prensa de la autoridad que investiga la comisión de un delito; e incluso éste desacreditado por aquél.

¿Consecuencia? Que los millones de personas que ven la televisión, leen la prensa o escuchan la radio “saben” de la realidad criminal y violenta lo que la improvisación determina que se “sepa”. Y los pseudo informadores o comunicadores determinan la clase de información que tiene el púbico; e incluso muchos de ellos se dan el lujo de juzgar antes del juez, o de sentenciar antes de que haya sentencia.

Esto es muy grave porque implica la confusión entre libertad de prensa y libertinaje de prensa que abate reputaciones y dignidades personales. En resumen, pienso que la autoridad, agentes del ministerio público, fiscales, jueces y magistrados -y en el extremo ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación- deberían informar dentro de los límites propios del secreto obligado por la ley para desterrar la confusión informativa; la cual inevitablemente llega al espacio de la confusión democrática que es en realidad desconfianza en todo lo que se dice sobre lo que pasa. Así, por este camino, han caído sociedades y sistemas políticos.


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A la luz del Derecho Penal, apoyado en la Criminología y en la Psicología Criminal como ramas auxiliares suyas y dependientes de su cuerpo normativo, se mata y se es violento por múltiples causas y razones que a mi juicio se resumen de la siguiente manera; lo que digo ante el asombro y consternación generados por los crímenes y violencia -que van en aumento- de las últimas semanas.

En primer lugar nadie mata porque sí, por el mero matar, salvo casos patológicos o de desorden mental extremo que derivarían, ampliamente probados, en causas excluyentes de incriminación. Siempre hay un motivo. En segundo lugar y cuando se mata por el sexo de la víctima hay que ir al origen de esto: celos, pasión, envidia, rencor, etc., debiéndose buscar el hilo -verdadero hilo de Ariadna en el laberinto de Creta- que conduzca a la causa básica y central.

Éste no se debe olvidar en ninguna investigación criminal a cargo del ministerio público; al margen de la confusión que al respecto suele reinar en la opinión pública impulsada por la prensa y la redes sociales, que en términos generales se quedan en el escándalo y sin ir al fondo.

Ahora bien, la violencia creciente, incontrolable hasta la fecha y aterradora, cubre al cuerpo social creando en él aparte del miedo una incertidumbre que está llevando al caos social, es decir, a una confusión y desorden tales que se traducen en comentarios y opiniones sin fundamento sólido; lo cual mina la conciencia ciudadana y deriva en una sensación creciente de ingobernabilidad. Hecho el anterior innegable y comprobable.

Pero aquí pasa lo mismo que sucede con la criminalidad y la violencia, a saber, hay una causa, un motivo básico y central. ¿Se ha pensado en el papel arrollador que la prensa y la televisión tienen en la difusión de las noticias, acompañado generalmente de opiniones muy personales?

Opiniones personales que, salvo contadas excepciones, llevan una dosis impresionante de ignorancia y deducciones sin base. Es lo que en el Derecho Penal se ha llamado tradicionalmente prensa amarilla caracterizada por el cultivo del sensacionalismo. Y que hace un daño enorme como factor decisivo de criminalidad o, por lo menos, deja un desconcierto tal que siembra opiniones caóticas y a vapor. He dicho papel arrollador de la prensa y la televisión. Y allí queda en comparación con el tímido y poco difundido boletín de prensa de la autoridad que investiga la comisión de un delito; e incluso éste desacreditado por aquél.

¿Consecuencia? Que los millones de personas que ven la televisión, leen la prensa o escuchan la radio “saben” de la realidad criminal y violenta lo que la improvisación determina que se “sepa”. Y los pseudo informadores o comunicadores determinan la clase de información que tiene el púbico; e incluso muchos de ellos se dan el lujo de juzgar antes del juez, o de sentenciar antes de que haya sentencia.

Esto es muy grave porque implica la confusión entre libertad de prensa y libertinaje de prensa que abate reputaciones y dignidades personales. En resumen, pienso que la autoridad, agentes del ministerio público, fiscales, jueces y magistrados -y en el extremo ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación- deberían informar dentro de los límites propios del secreto obligado por la ley para desterrar la confusión informativa; la cual inevitablemente llega al espacio de la confusión democrática que es en realidad desconfianza en todo lo que se dice sobre lo que pasa. Así, por este camino, han caído sociedades y sistemas políticos.


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