/ lunes 5 de noviembre de 2018

Pueblo bueno y pueblo malo

¿A dónde nos llevará la dicotomía de pueblo bueno o pueblo malo? A nada bueno y, sin dudas, no será lo mejor para el pueblo. Estos calificativos son tan peligrosos como imponer una sola verdad, la mía o la de usted a otras personas. Es seguir perpetuando diferencias que durante la historia del diseño constitucional se han venido acotando para ser iguales ante la ley, impedir absolutismos y prevenir tiranías.

El populus, o pueblo, tiene varias definiciones, la que interesa para la democracia mexicana es la que define la Constitución. Desde la Constitución de 1814 se estableció que la soberanía reside originalmente en el pueblo (Art. 5). La Constitución de 1857 retomó la esencia del liberalismo y agrega que el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno (Art. 39).

Nuestra Constitución de 1917 mantuvo este artículo 39 en sus términos hasta el día de hoy. El pueblo somos todas y todos; la ciudadanía mayor de 18 años tiene derecho para votar en elecciones o en otras formas constitucionales. La integralidad de la Constitución está determinada para asumirnos todas y todos como iguales; ya será tarea de la gobernanza mantener los equilibrios para mayor equidad social y lograr la igualdad sustantiva desde el principio pro persona. Por lo tanto deben prevalecer formas democráticas para concretar la voluntad del pueblo en una equivalencia humana y la progresividad imperará en todo caso para su perfeccionamiento.

Desde luego, también se ha avanzado en reconocer a las minorías porque forman parte del todo, definición republicana que la mayoría no puede derogar o menospreciar. La izquierda siendo minoría, pudo influir en esos diseños desde los 70s. Y hoy el presidente electo López Obrador llega al poder por los avances en materia político electoral y la democracia que la izquierda y las fuerzas progresistas pensaron, escribieron, debatieron y trabajaron para su concreción.

Es una obviedad pero hay que decirlo, los cambios constitucionales se concretaron por la voluntad política del gobierno priista que reconoció a las minorías electorales; se escuchó y se concibió los cambios democráticos que el México moderno, inscrito en el derecho internacional, debía atender para lograr entre otros objetivos, la pacificación del país. López Obrador tiene obligación de gobernar por encima de sus diferencias políticas. Sería un desastre, peor que llevarse el aeropuerto a Santa Lucía o decidir unilateralmente construir el Tren Maya, o cambiar de opinión a cada rato él y entre integrantes de su equipo; mucho peor es dividirnos en pueblo bueno y pueblo malo; pejes y fifís. Es una guerra que no había.

Hoy observamos a sus fanáticos radicales promoviendo culto a la personalidad y en francas campañas intolerantes; participaciones en los congresos regodeándose que son mayoría y los demás “se aguantan”; me canso ganso.

La marcha de noviembre 12 en contra de la cancelación del aeropuerto en Texcoco será la primera manifestación contra un gobierno que todavía no lo es, aunque asuma decisiones como si ya lo fuera. La chunga “fifís oligarcas” y “pueblo bueno” debería preocupar en primer lugar a López Obrador; ahí están las diatribas que seguro las observa y pareciera, con su silencio, se regocija dejándolas ser. Un conflicto sumándose a los que obstaculizan la paz, por si no nos faltara algo más.

¿A dónde nos llevará la dicotomía de pueblo bueno o pueblo malo? A nada bueno y, sin dudas, no será lo mejor para el pueblo. Estos calificativos son tan peligrosos como imponer una sola verdad, la mía o la de usted a otras personas. Es seguir perpetuando diferencias que durante la historia del diseño constitucional se han venido acotando para ser iguales ante la ley, impedir absolutismos y prevenir tiranías.

El populus, o pueblo, tiene varias definiciones, la que interesa para la democracia mexicana es la que define la Constitución. Desde la Constitución de 1814 se estableció que la soberanía reside originalmente en el pueblo (Art. 5). La Constitución de 1857 retomó la esencia del liberalismo y agrega que el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno (Art. 39).

Nuestra Constitución de 1917 mantuvo este artículo 39 en sus términos hasta el día de hoy. El pueblo somos todas y todos; la ciudadanía mayor de 18 años tiene derecho para votar en elecciones o en otras formas constitucionales. La integralidad de la Constitución está determinada para asumirnos todas y todos como iguales; ya será tarea de la gobernanza mantener los equilibrios para mayor equidad social y lograr la igualdad sustantiva desde el principio pro persona. Por lo tanto deben prevalecer formas democráticas para concretar la voluntad del pueblo en una equivalencia humana y la progresividad imperará en todo caso para su perfeccionamiento.

Desde luego, también se ha avanzado en reconocer a las minorías porque forman parte del todo, definición republicana que la mayoría no puede derogar o menospreciar. La izquierda siendo minoría, pudo influir en esos diseños desde los 70s. Y hoy el presidente electo López Obrador llega al poder por los avances en materia político electoral y la democracia que la izquierda y las fuerzas progresistas pensaron, escribieron, debatieron y trabajaron para su concreción.

Es una obviedad pero hay que decirlo, los cambios constitucionales se concretaron por la voluntad política del gobierno priista que reconoció a las minorías electorales; se escuchó y se concibió los cambios democráticos que el México moderno, inscrito en el derecho internacional, debía atender para lograr entre otros objetivos, la pacificación del país. López Obrador tiene obligación de gobernar por encima de sus diferencias políticas. Sería un desastre, peor que llevarse el aeropuerto a Santa Lucía o decidir unilateralmente construir el Tren Maya, o cambiar de opinión a cada rato él y entre integrantes de su equipo; mucho peor es dividirnos en pueblo bueno y pueblo malo; pejes y fifís. Es una guerra que no había.

Hoy observamos a sus fanáticos radicales promoviendo culto a la personalidad y en francas campañas intolerantes; participaciones en los congresos regodeándose que son mayoría y los demás “se aguantan”; me canso ganso.

La marcha de noviembre 12 en contra de la cancelación del aeropuerto en Texcoco será la primera manifestación contra un gobierno que todavía no lo es, aunque asuma decisiones como si ya lo fuera. La chunga “fifís oligarcas” y “pueblo bueno” debería preocupar en primer lugar a López Obrador; ahí están las diatribas que seguro las observa y pareciera, con su silencio, se regocija dejándolas ser. Un conflicto sumándose a los que obstaculizan la paz, por si no nos faltara algo más.