/ lunes 4 de noviembre de 2019

Pulso CDMX | Más allá de una fiesta

Desfile internacional, alebrijes monumentales, animaciones callejeras, colocación de ofrendas simbólicas, exposiciones, conciertos y demás activaciones culturales llenaron la Ciudad de México como nunca en esas épocas de celebración del Día de Muertos.

La Capital Cultural de América demostró una vez más ante la ciudadanía y el mundo su riqueza cultural. Para esta edición el Gobierno de la Ciudad de México detonó una agenda creativa diversa que sumergió al público en un universo cálido y atrevido tanto de día como de noche. Millones de habitantes y visitantes se apropiaron de sus calles y de sus espacios urbanos.

El Bosque de Chapultepec ofreció una experiencia fresca nocturna aclamada y concurrida. La Ciudad de México se convirtió incluso en una vitrina de expresiones culturales locales y promoción turística, con la participación de representaciones de distintos Estados de la República, como lo ha demostrado Guanajuato en varias alcaldías, por ejemplo. Autoridades, actores privados, locales, nacionales e internacionales compilaron exitosamente este gran acontecimiento, ya de renombre internacional. El festejo del Día de Muertos se está integrando cada vez más al imaginario colectivo de la cultura global de un México atractivo.

Si bien la tradición popular ya evolucionó y se volvió una atracción turística y económica altamente benéfica para la Ciudad y para el país, la fiesta no opacó las conmemoraciones de esas muertes injustas provocadas por las violencias que siguen atormentando a México. Trabajadoras sexuales, activistas, estudiantes, periodistas, mujeres y demás víctimas fueron una vez más recordadas con dignidad en distintos espacios, exigiendo memoria y justicia para una sociedad en paz. Así nuestro México surreal: conocido desgraciadamente hoy por sus violencias, pero también por su forma de relacionarse con la muerte y de conmemoración de sus raíces.

Las películas de James Bond o de Coco, entre otras obras, fueron productos y artífices de la dinamización y la difusión de la cultura mexicana caracterizada por sus tradiciones cosmogónicas y la exaltación de valores poco comunes en el Occidente con respecto a la visión de la muerte. Olores, colores, sabores y sonidos enaltecieron todos nuestros sentidos, recordándonos la importancia de la memoria de las personas que se nos adelantaron y del respeto a nuestros ancestros, frente a sociedades cada vez más desprendidas de sus raíces. Recordar sus orígenes y no olvidar de donde viene uno construye la base de una sociedad con identidad, a su vez esencial para su cohesión y su solidaridad. Esta celebración trasciende los contextos individuales y las desigualdades para convertirse en uno de esos momentos tan escasos que son de todos y para todos.

Sin duda, la Ciudad y el Gobierno de México tienen la oportunidad de incluir esos elementos en la estrategia de soft power o de imagen país positiva para México; un elemento neurálgico de una diplomacia socio-cultural tejida por valores y sentimientos; una visión basada en una celebración dual: la muerte y la vida, con todo lo que significa sentirse vivo en México: lo comunitario, la felicidad y la calidez humana del colectivo, frente a la tendencia global de la primicia del individualismo.

Desfile internacional, alebrijes monumentales, animaciones callejeras, colocación de ofrendas simbólicas, exposiciones, conciertos y demás activaciones culturales llenaron la Ciudad de México como nunca en esas épocas de celebración del Día de Muertos.

La Capital Cultural de América demostró una vez más ante la ciudadanía y el mundo su riqueza cultural. Para esta edición el Gobierno de la Ciudad de México detonó una agenda creativa diversa que sumergió al público en un universo cálido y atrevido tanto de día como de noche. Millones de habitantes y visitantes se apropiaron de sus calles y de sus espacios urbanos.

El Bosque de Chapultepec ofreció una experiencia fresca nocturna aclamada y concurrida. La Ciudad de México se convirtió incluso en una vitrina de expresiones culturales locales y promoción turística, con la participación de representaciones de distintos Estados de la República, como lo ha demostrado Guanajuato en varias alcaldías, por ejemplo. Autoridades, actores privados, locales, nacionales e internacionales compilaron exitosamente este gran acontecimiento, ya de renombre internacional. El festejo del Día de Muertos se está integrando cada vez más al imaginario colectivo de la cultura global de un México atractivo.

Si bien la tradición popular ya evolucionó y se volvió una atracción turística y económica altamente benéfica para la Ciudad y para el país, la fiesta no opacó las conmemoraciones de esas muertes injustas provocadas por las violencias que siguen atormentando a México. Trabajadoras sexuales, activistas, estudiantes, periodistas, mujeres y demás víctimas fueron una vez más recordadas con dignidad en distintos espacios, exigiendo memoria y justicia para una sociedad en paz. Así nuestro México surreal: conocido desgraciadamente hoy por sus violencias, pero también por su forma de relacionarse con la muerte y de conmemoración de sus raíces.

Las películas de James Bond o de Coco, entre otras obras, fueron productos y artífices de la dinamización y la difusión de la cultura mexicana caracterizada por sus tradiciones cosmogónicas y la exaltación de valores poco comunes en el Occidente con respecto a la visión de la muerte. Olores, colores, sabores y sonidos enaltecieron todos nuestros sentidos, recordándonos la importancia de la memoria de las personas que se nos adelantaron y del respeto a nuestros ancestros, frente a sociedades cada vez más desprendidas de sus raíces. Recordar sus orígenes y no olvidar de donde viene uno construye la base de una sociedad con identidad, a su vez esencial para su cohesión y su solidaridad. Esta celebración trasciende los contextos individuales y las desigualdades para convertirse en uno de esos momentos tan escasos que son de todos y para todos.

Sin duda, la Ciudad y el Gobierno de México tienen la oportunidad de incluir esos elementos en la estrategia de soft power o de imagen país positiva para México; un elemento neurálgico de una diplomacia socio-cultural tejida por valores y sentimientos; una visión basada en una celebración dual: la muerte y la vida, con todo lo que significa sentirse vivo en México: lo comunitario, la felicidad y la calidez humana del colectivo, frente a la tendencia global de la primicia del individualismo.