/ lunes 17 de agosto de 2020

Pulso CDMX | Pandemia: el revés emocional

Además de la gravedad sanitaria, esta pandemia inédita tendrá consecuencias a mediano y largo plazo sobre la salud mental y emocional de las poblaciones. Ansiedad, insomnios, cambio de humor, aumento de las violencias, depresión o pensamientos de suicidio son unos de los daños colaterales psicológicos detonados o amplificados por el COVID 19. Entre estos factores de estrés se encuentra el miedo a enfermarse o enfermar a una persona cercana, el aislamiento, el aburrimiento, la sobrecarga de tareas o trabajo, el sentimiento de exclusión (agravado para las personas que perdieron su empleo), haber sido víctima de la enfermedad o por las pérdidas rápidas de personas de su entorno. Sin embargo, no se cuenta con información pública transparente y accesible al respecto.

Las poblaciones no son iguales frente a estas consecuencias psicológicas. Mujeres y adolescentes serían más expuestas de acuerdo con estudios internacionales. El confinamiento fue más difícil para personas que ya padecían de ansiedad, problemas psicológicos o de uso problemático de sustancias. Las familias más marginadas socioeconómicamente no solamente no tienen acceso a servicios de salud emocional, sino también han vivido o siguen viviendo una situación de aislamiento más problemática. La promiscuidad de familias en pequeños espacios ha contribuido al aumento de las violencias domésticas y del abuso sexual infantil (con datos ya preocupantes antes de la pandemia en México). ¿Qué habrá pasado con el consumo problemático de sustancias como el alcohol, agravante de la violencia intrafamiliar? ¿Cuál será el costo social y en materia de salud mental para las y los niños y adolescente perturbados en etapas cruciales de su desarrollo por el aislamiento prolongado o la pérdida de una persona de su primer círculo?

Las personas trabajadoras en la primera línea de atención o ejerciendo actividades esenciales son de las más expuestas a estas manifestaciones de estrés postraumático sin que exista alguna información o estrategia pública coordinada de atención. Como en cada catástrofe o desastre, la sociedad civil ha respondido y a su vez es víctima de esos efectos secundarios sin que el Estado haya puesto a su disposición servicios de atención emocional o por lo menos indicaciones para su autocuidado.

Las consecuencias exactas de la pandemia sobre la salud mental son aún difíciles de medir, pero experiencias pasadas y ejercicios de investigación en otros países permiten dibujar graves riesgos y potenciales efectos próximos. La Organización Mundial de la Salud alerta sobre la depresión como primera causa de mortalidad e incapacidad con un aumento de un 18% entre 2005 y 2015. y ha recomendado a los países desarrollar políticas de atención emocional y psicológica por el efecto cascada negativo de la depresión sobre el desarrollo de la sociedad y de la salud de las poblaciones.

Es fundamental detectar lo antes posible los factores de estrés y la afectación a la salud mental y emocional con el fin de diseñar una respuesta articulada y adaptada a los distintos sectores de la población. Esta estrategia de salud pública debe responder a criterios nacionales, pero adaptarse a cada localidad con la mayor proximidad posible.

Además de la gravedad sanitaria, esta pandemia inédita tendrá consecuencias a mediano y largo plazo sobre la salud mental y emocional de las poblaciones. Ansiedad, insomnios, cambio de humor, aumento de las violencias, depresión o pensamientos de suicidio son unos de los daños colaterales psicológicos detonados o amplificados por el COVID 19. Entre estos factores de estrés se encuentra el miedo a enfermarse o enfermar a una persona cercana, el aislamiento, el aburrimiento, la sobrecarga de tareas o trabajo, el sentimiento de exclusión (agravado para las personas que perdieron su empleo), haber sido víctima de la enfermedad o por las pérdidas rápidas de personas de su entorno. Sin embargo, no se cuenta con información pública transparente y accesible al respecto.

Las poblaciones no son iguales frente a estas consecuencias psicológicas. Mujeres y adolescentes serían más expuestas de acuerdo con estudios internacionales. El confinamiento fue más difícil para personas que ya padecían de ansiedad, problemas psicológicos o de uso problemático de sustancias. Las familias más marginadas socioeconómicamente no solamente no tienen acceso a servicios de salud emocional, sino también han vivido o siguen viviendo una situación de aislamiento más problemática. La promiscuidad de familias en pequeños espacios ha contribuido al aumento de las violencias domésticas y del abuso sexual infantil (con datos ya preocupantes antes de la pandemia en México). ¿Qué habrá pasado con el consumo problemático de sustancias como el alcohol, agravante de la violencia intrafamiliar? ¿Cuál será el costo social y en materia de salud mental para las y los niños y adolescente perturbados en etapas cruciales de su desarrollo por el aislamiento prolongado o la pérdida de una persona de su primer círculo?

Las personas trabajadoras en la primera línea de atención o ejerciendo actividades esenciales son de las más expuestas a estas manifestaciones de estrés postraumático sin que exista alguna información o estrategia pública coordinada de atención. Como en cada catástrofe o desastre, la sociedad civil ha respondido y a su vez es víctima de esos efectos secundarios sin que el Estado haya puesto a su disposición servicios de atención emocional o por lo menos indicaciones para su autocuidado.

Las consecuencias exactas de la pandemia sobre la salud mental son aún difíciles de medir, pero experiencias pasadas y ejercicios de investigación en otros países permiten dibujar graves riesgos y potenciales efectos próximos. La Organización Mundial de la Salud alerta sobre la depresión como primera causa de mortalidad e incapacidad con un aumento de un 18% entre 2005 y 2015. y ha recomendado a los países desarrollar políticas de atención emocional y psicológica por el efecto cascada negativo de la depresión sobre el desarrollo de la sociedad y de la salud de las poblaciones.

Es fundamental detectar lo antes posible los factores de estrés y la afectación a la salud mental y emocional con el fin de diseñar una respuesta articulada y adaptada a los distintos sectores de la población. Esta estrategia de salud pública debe responder a criterios nacionales, pero adaptarse a cada localidad con la mayor proximidad posible.