/ domingo 21 de junio de 2020

Punto de quiebre

En medio de la pandemia y de sus consecuencias, empatadas por el parón económico que lleva poco más de tres meses, la política entra en escena para avivar más (si todavía es posible) nuestras diferencias sociales, ya de por sí profundas, en un país con una brecha de desigualdad enorme en todos los sentidos.

En la incertidumbre, desperdiciamos días valiosos en discutir sobre todo aquello que nos separa y hablamos poco de lo que nos une, lo que parece increíble después de semanas y semanas en que hemos estado aislados por un virus sobre el cual aún no hay cura, ni vacuna.

Si luego de esta crisis, adicional al impacto económico y laboral que ya está entre nosotros, no podemos llegar a acuerdos mínimos, a propuestas claras, a formas en que podamos dialogar, habremos perdido la oportunidad de transformar esta difícil situación en un relanzamiento de la vida pública del país.

No escuchar, y no escucharnos, hará más dolorosa la posible recuperación, al igual que cualquier otro cambio impulsado o por impulsar. Al inicio del asilamiento social parecía que podríamos modificar muchos comportamientos sociales nocivos y sustituirlos por hábitos mejores que nos dieran dirección y sentido civil, pero por lo visto en los últimos días, regresamos a las mismas divisiones con la única diferencia es que ahora tendremos que manifestarlas con cubrebocas.

Ni siquiera por redes sociales, nuestra arena de combate diaria, pudimos genera una tregua para tratar los temas verdaderamente importantes (seguridad, educación, empleo, servicios de salud adecuados, movilidad) y darle una pausa a cada elemento que nos separa, fuera por nuestro origen, color de piel, segmento económico o preferencia política.

Por supuesto que el racismo y el clasismo son asuntos que debemos denunciar, al mismo tiempo que necesitamos hablar mucho al respecto sobre cómo solucionarlos, pero que se vuelvan elementos de discordia, y peor aún, de diferencias irreconciliables entre nosotros es un error.

De nuevo, reitero que en este país cabemos todas y todos, bajo principios de respeto, libertad, progreso y equidad, caer en el discurso del odio por cualquier motivo solo alimenta los intereses de aquellos que se han beneficiado de una sociedad apartada entre sí, desconfiada hasta de sus propios miembros.

Y sin confianza entre nosotras y nosotros será muy complicado avanzar como país, más ahora que enfrentamos una pandemia inédita, cuyas ramificaciones están pendientes de poder ser calculadas.

Hoy lo que necesitamos es unidad, apertura, claridad, enfoque y dirección desde cualquier ámbito en el que nos encontremos, porque estamos ante uno de los parteaguas en la historia de México y veo, tristemente, que no lo estamos aprovechando para salir fortalecidos y mejores.

Cada uno de nosotros tenemos la obligación civil de impulsar cambios que ayuden a que tengamos las condiciones mínimas necesarias para vivir tranquilos, con opciones y en un equilibrio que nos hace falta más que nunca.

Ya sea desde nuestra familia, nuestro edificio, nuestra calle, escuela, sitio de trabajo, tenemos el deber de aportar, de fortalecer el tejido social y de entender que no es requisito pensar igual, pero sí estar de acuerdo en lo sustantivo.

Había muchos problemas en el México previo a este cambio de época; los principales la corrupción y la impunidad, sin embargo, la decisión mayoritaria fue votar por una alternativa que frenara el deterioro y propusiera las vías para arreglar los pendientes históricos que tenemos en el país, aunque no al precio de estar más divididos socialmente porque, además, vienen elecciones.

No nos distraigamos porque todavía no superamos la presencia del coronavirus y vienen momentos cruciales en lo económico y en lo social. Unámonos, modifiquemos lo que nos afecta, protestemos si así lo decidimos, pero con propuestas, con opciones y, por encima de todo, con sentido de nación y de ser una sola sociedad.



Experto en seguridad pública


En medio de la pandemia y de sus consecuencias, empatadas por el parón económico que lleva poco más de tres meses, la política entra en escena para avivar más (si todavía es posible) nuestras diferencias sociales, ya de por sí profundas, en un país con una brecha de desigualdad enorme en todos los sentidos.

En la incertidumbre, desperdiciamos días valiosos en discutir sobre todo aquello que nos separa y hablamos poco de lo que nos une, lo que parece increíble después de semanas y semanas en que hemos estado aislados por un virus sobre el cual aún no hay cura, ni vacuna.

Si luego de esta crisis, adicional al impacto económico y laboral que ya está entre nosotros, no podemos llegar a acuerdos mínimos, a propuestas claras, a formas en que podamos dialogar, habremos perdido la oportunidad de transformar esta difícil situación en un relanzamiento de la vida pública del país.

No escuchar, y no escucharnos, hará más dolorosa la posible recuperación, al igual que cualquier otro cambio impulsado o por impulsar. Al inicio del asilamiento social parecía que podríamos modificar muchos comportamientos sociales nocivos y sustituirlos por hábitos mejores que nos dieran dirección y sentido civil, pero por lo visto en los últimos días, regresamos a las mismas divisiones con la única diferencia es que ahora tendremos que manifestarlas con cubrebocas.

Ni siquiera por redes sociales, nuestra arena de combate diaria, pudimos genera una tregua para tratar los temas verdaderamente importantes (seguridad, educación, empleo, servicios de salud adecuados, movilidad) y darle una pausa a cada elemento que nos separa, fuera por nuestro origen, color de piel, segmento económico o preferencia política.

Por supuesto que el racismo y el clasismo son asuntos que debemos denunciar, al mismo tiempo que necesitamos hablar mucho al respecto sobre cómo solucionarlos, pero que se vuelvan elementos de discordia, y peor aún, de diferencias irreconciliables entre nosotros es un error.

De nuevo, reitero que en este país cabemos todas y todos, bajo principios de respeto, libertad, progreso y equidad, caer en el discurso del odio por cualquier motivo solo alimenta los intereses de aquellos que se han beneficiado de una sociedad apartada entre sí, desconfiada hasta de sus propios miembros.

Y sin confianza entre nosotras y nosotros será muy complicado avanzar como país, más ahora que enfrentamos una pandemia inédita, cuyas ramificaciones están pendientes de poder ser calculadas.

Hoy lo que necesitamos es unidad, apertura, claridad, enfoque y dirección desde cualquier ámbito en el que nos encontremos, porque estamos ante uno de los parteaguas en la historia de México y veo, tristemente, que no lo estamos aprovechando para salir fortalecidos y mejores.

Cada uno de nosotros tenemos la obligación civil de impulsar cambios que ayuden a que tengamos las condiciones mínimas necesarias para vivir tranquilos, con opciones y en un equilibrio que nos hace falta más que nunca.

Ya sea desde nuestra familia, nuestro edificio, nuestra calle, escuela, sitio de trabajo, tenemos el deber de aportar, de fortalecer el tejido social y de entender que no es requisito pensar igual, pero sí estar de acuerdo en lo sustantivo.

Había muchos problemas en el México previo a este cambio de época; los principales la corrupción y la impunidad, sin embargo, la decisión mayoritaria fue votar por una alternativa que frenara el deterioro y propusiera las vías para arreglar los pendientes históricos que tenemos en el país, aunque no al precio de estar más divididos socialmente porque, además, vienen elecciones.

No nos distraigamos porque todavía no superamos la presencia del coronavirus y vienen momentos cruciales en lo económico y en lo social. Unámonos, modifiquemos lo que nos afecta, protestemos si así lo decidimos, pero con propuestas, con opciones y, por encima de todo, con sentido de nación y de ser una sola sociedad.



Experto en seguridad pública


ÚLTIMASCOLUMNAS