/ viernes 12 de agosto de 2022

Qué hicimos y qué haremos 

El desarrollo de una sociedad, como su deterioro, no es inmediato y tampoco puede estar sujeto a la interpretación o al punto de vista de cada uno; como ciudadanos tenemos la obligación de analizar bien lo que nos ocurre para poder continuar con aquello que nos funciona y evitar lo que nos perjudica.

Formarnos un criterio bien informado sobre lo que sucede es un hábito social indispensable en estos momentos, porque se han vuelto fácil repetir datos que no son enteramente ciertos o circular rumores y mentiras que erosionan la confianza de la propia sociedad a la que pertenecemos.

Cada desafío nacional tiene un origen, no es gratuito, y tampoco surgió hace un par de semanas. Hablamos de años en los que se incubaron condiciones que deterioraron el tejido social que alguna vez tuvimos y abrió una brecha de desigualdad que sí es la causa principal de muchos de los conflictos que enfrentamos.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Es una pregunta recurrente; aunque deberíamos enfocarla de manera distinta y cuestionar ¿qué fue lo que hicimos, o no, para estar aquí? La primera pone la responsabilidad en fuerzas que estarían ajenas a nosotros, la segunda nos incluye en la tolerancia al problema, en su crecimiento y en su falta de respuesta.

Esta manera de interpretar nuestra realidad no tiene que ver con preferencias, fobias o tendencias que hayamos adoptado, es una evaluación de la sociedad que hemos contribuido a formar y que, muchas veces, está a la expectativa de que las cosas se solucionen por medio de poderes más grande que la buena organización de la mayoría.

Todos los cambios relevantes que hemos experimentado han surgido de la coincidencia de millones sobre el rumbo que deberíamos tomar y esa es la mejor definición de una ciudadanía que es libre de expresar su voluntad y llevarla a las instituciones que ha diseñado para conducirla.

Hoy estamos en un cambio de época, en el que los diferentes escenarios que existían para la interlocución entre gobernantes y gobernados se han caído y están sustituyéndose por otros; algunos permanecen, pero su evidente obsolescencia los hace arena de la discusión y del ruido, no de la coincidencia.

Sin embargo, dedicamos mucho tiempo a intercambiar retazos de información para sustentar una imagen sobre lo que pasa, sin profundizar en la historia que nos tiene aquí y en lo que la provocó, bueno o malo.

Toda sociedad inteligente debe estar en constante análisis sobre su proceder, de eso depende su evolución y un grupo social que no busca avanzar y crecer, pierde sentido de unidad y se disgrega en miles de intereses particulares, justo cuando lo importante es tener objetivos comunes.

Nuestra participación ciudadana está relacionada con muchas actividades y actitudes que ayudan a que apuntemos en la dirección correcta y hacia ahí enfilemos nuestras capacidades y esfuerzo. Lo demás son opiniones, valiosas como expresión, pero que no provocan acciones.

Son las propuestas, más que las protestas, las que inciden en lograr las condiciones de vida que exigimos a diario y que dan pie a evaluar si éstas se consiguen o les falta tiempo para consolidarse.

Dependiendo de la percepción que tiene cada uno es que manifestamos cómo nos sentimos y creemos que nos va; eso no es suficiente, somos un colectivo, un país completo, en el que el beneficio general tiene que estar por encima de los beneficios particulares, de lo contrario no hay equilibrio y eso causa vacíos que se llenan con las peores ideas, promovidas por lo peor de las sociedades, y repetidas constantemente sin ningún análisis previo.

Creo que sabemos bien qué hicimos y cómo llegamos al punto en el que estamos, con sus aciertos y sus áreas de oportunidad, también lo que dejamos de hacer en el pasado para entender lo que ocurre ahora. Lo que nos hace falta es coincidir en las formas en que vamos a lograr que los problemas permanentes que nos aquejan se solucionen definitivamente y para eso hay que colaborar con autoridades e instituciones, informarnos bien de lo que sucede en el país y no caer en la comodidad de la especulación, la falta de contexto y el olvido conveniente del pasado, ese es un lujo que no podemos darnos más.

El desarrollo de una sociedad, como su deterioro, no es inmediato y tampoco puede estar sujeto a la interpretación o al punto de vista de cada uno; como ciudadanos tenemos la obligación de analizar bien lo que nos ocurre para poder continuar con aquello que nos funciona y evitar lo que nos perjudica.

Formarnos un criterio bien informado sobre lo que sucede es un hábito social indispensable en estos momentos, porque se han vuelto fácil repetir datos que no son enteramente ciertos o circular rumores y mentiras que erosionan la confianza de la propia sociedad a la que pertenecemos.

Cada desafío nacional tiene un origen, no es gratuito, y tampoco surgió hace un par de semanas. Hablamos de años en los que se incubaron condiciones que deterioraron el tejido social que alguna vez tuvimos y abrió una brecha de desigualdad que sí es la causa principal de muchos de los conflictos que enfrentamos.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Es una pregunta recurrente; aunque deberíamos enfocarla de manera distinta y cuestionar ¿qué fue lo que hicimos, o no, para estar aquí? La primera pone la responsabilidad en fuerzas que estarían ajenas a nosotros, la segunda nos incluye en la tolerancia al problema, en su crecimiento y en su falta de respuesta.

Esta manera de interpretar nuestra realidad no tiene que ver con preferencias, fobias o tendencias que hayamos adoptado, es una evaluación de la sociedad que hemos contribuido a formar y que, muchas veces, está a la expectativa de que las cosas se solucionen por medio de poderes más grande que la buena organización de la mayoría.

Todos los cambios relevantes que hemos experimentado han surgido de la coincidencia de millones sobre el rumbo que deberíamos tomar y esa es la mejor definición de una ciudadanía que es libre de expresar su voluntad y llevarla a las instituciones que ha diseñado para conducirla.

Hoy estamos en un cambio de época, en el que los diferentes escenarios que existían para la interlocución entre gobernantes y gobernados se han caído y están sustituyéndose por otros; algunos permanecen, pero su evidente obsolescencia los hace arena de la discusión y del ruido, no de la coincidencia.

Sin embargo, dedicamos mucho tiempo a intercambiar retazos de información para sustentar una imagen sobre lo que pasa, sin profundizar en la historia que nos tiene aquí y en lo que la provocó, bueno o malo.

Toda sociedad inteligente debe estar en constante análisis sobre su proceder, de eso depende su evolución y un grupo social que no busca avanzar y crecer, pierde sentido de unidad y se disgrega en miles de intereses particulares, justo cuando lo importante es tener objetivos comunes.

Nuestra participación ciudadana está relacionada con muchas actividades y actitudes que ayudan a que apuntemos en la dirección correcta y hacia ahí enfilemos nuestras capacidades y esfuerzo. Lo demás son opiniones, valiosas como expresión, pero que no provocan acciones.

Son las propuestas, más que las protestas, las que inciden en lograr las condiciones de vida que exigimos a diario y que dan pie a evaluar si éstas se consiguen o les falta tiempo para consolidarse.

Dependiendo de la percepción que tiene cada uno es que manifestamos cómo nos sentimos y creemos que nos va; eso no es suficiente, somos un colectivo, un país completo, en el que el beneficio general tiene que estar por encima de los beneficios particulares, de lo contrario no hay equilibrio y eso causa vacíos que se llenan con las peores ideas, promovidas por lo peor de las sociedades, y repetidas constantemente sin ningún análisis previo.

Creo que sabemos bien qué hicimos y cómo llegamos al punto en el que estamos, con sus aciertos y sus áreas de oportunidad, también lo que dejamos de hacer en el pasado para entender lo que ocurre ahora. Lo que nos hace falta es coincidir en las formas en que vamos a lograr que los problemas permanentes que nos aquejan se solucionen definitivamente y para eso hay que colaborar con autoridades e instituciones, informarnos bien de lo que sucede en el país y no caer en la comodidad de la especulación, la falta de contexto y el olvido conveniente del pasado, ese es un lujo que no podemos darnos más.