/ sábado 18 de junio de 2022

Que nunca desesperemos

Dentro de un mes se conmemorarán 53 años del arribo del hombre a la luna, hazaña que incluso hoy se nos antoja difícil. En aquella ocasión tres valientes y arrojados ciudadanos del mundo aceptaron el reto y decidieron escribir la historia a su manera. Tal vez no necesitaban ni la valentía ni el arrojo; más bien la inteligencia, el sentido común y una mentalidad superior.

Estas cualidades fueron las que llevaron a Marco Polo, a Cristóbal Colón, a Juan Sebastián Elcano, a Hernando de Magallanes, a Röald Amundsen, a Edmund Hillary, a Yuri Gagarín, a Alan Shepard, a John Glenn y a muchos otros exploradores a consumar sus hazañas difíciles y en ocasiones imposibles.

¿Qué angustias y vicisitudes pasaron Neil Armstrong y Edwin Aldrin al percatarse que estaban por descender en la luna y tal vez permanecer allí para siempre? ¿Qué inquietudes se despertaron en la conciencia de Cristóbal Colón que lo llevaron a convencer, no sólo a sus cercanos sino a los monarcas iberos de que al otro lado del mar océano vibraban Catay y Cipango? ¿Qué impulsó a Marco Polo a convertirse en un turista natural que abrió rutas para el comercio y el conocimiento?

Estos hechos y hazañas nos parecen distantes en el tiempo y en el espacio. Muchísimos adultos de hoy no podrían rememorar estos acontecimientos que estremecieron al mundo, mucho menos los jóvenes. Por televisión vimos el gran paso para la humanidad que dio Armstrong el 20 de julio de 1969. En un total de seis misiones lunares que terminaron el 12 de julio de 1972, doce astronautas recolectaron cientos de kilos de muestras del suelo, hicieron rodar un vehículo por las blancas arenas, hicieron cientos de pruebas físicas, astronómicas y biológicas, exigiéndole al organismo humano una permanencia de setenta y una horas, es decir, tres días en la inhabitabilidad lunar.

La mayoría de los astronautas y viajeros espaciales viven y han tenido la fortuna de ser reconocidos en todo el planeta por la magia instantánea de los medios de comunicación. Nos damos cuenta, en el momento, de sus esfuerzos, de sus angustias, de sus triunfos, de sus parpadeos, y hasta de sus sueños. Oímos latir sus corazones, escuchamos sus respuestas e instrucciones, y hasta nos enteramos de los mensajes íntimos que envían a sus familiares. ¿Privacía? Ya no existe. Es la injerencia e intromisión despiadada de los medios, de la sociedad, en la vida del ser humano. Tal vez Colón en su camarote tuvo privacía; Marco Polo en las noches del desierto también; y a lo mejor el inglés Hillary la tuvo en la cúspide del Himalaya. Pero no más. Los medios de información en esas épocas eran comunicaciones escritas, misivas, que hacían sus recorridos en varios meses, o a veces en años, y obviamente su impacto era otro. Sin embargo, la valentía y el arrojo eran más valiosos por la ignorancia de la época respecto de casi todo su medio ambiente, de su hábitat.

Nuestras enciclopedias están llenas de nombres de audaces exploradores, investigadores, aventureros y esforzados descubridores, quienes dieron sus capacidades y en muchas ocasiones sus vidas por sus convicciones. Quiero en este breve espacio, rendir un homenaje a quienes alcanzaron el sueño de muchas edades de pisar la luna, así como a todos aquellos que a través de centurias han dado pasos gigantescos para toda la humanidad.

Seguramente ellos, todos ellos, quienes han asombrado al mundo por sus hechos, sintieron temor y desolación. Sufrieron. Pero también estoy seguro de que su esfuerzo mental les permitió salir adelante en su encomienda, con entrega y pasión. Ellos sabían, como nosotros, que al día siguiente saldría el sol con nuevas posibilidades.

Nosotros también sabemos que la primavera se convierte en verano, y al través del verano en otoño y en invierno, para retornar, con mayor seguridad, a triunfar sobre esa tumba a la cual todos nos acercamos rápidamente desde la primera hora. Nosotros lloramos los capullos de mayo porque se van a marchitar; pero sabemos que un día mayo se vengará de noviembre, por la rotación de ese solemne círculo que nunca se detiene; que nos enseña en la cúspide de nuestra esperanza que seamos siempre equilibrados, y en la profundidad de nuestra desolación que nunca desesperemos.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@gmail.com


Dentro de un mes se conmemorarán 53 años del arribo del hombre a la luna, hazaña que incluso hoy se nos antoja difícil. En aquella ocasión tres valientes y arrojados ciudadanos del mundo aceptaron el reto y decidieron escribir la historia a su manera. Tal vez no necesitaban ni la valentía ni el arrojo; más bien la inteligencia, el sentido común y una mentalidad superior.

Estas cualidades fueron las que llevaron a Marco Polo, a Cristóbal Colón, a Juan Sebastián Elcano, a Hernando de Magallanes, a Röald Amundsen, a Edmund Hillary, a Yuri Gagarín, a Alan Shepard, a John Glenn y a muchos otros exploradores a consumar sus hazañas difíciles y en ocasiones imposibles.

¿Qué angustias y vicisitudes pasaron Neil Armstrong y Edwin Aldrin al percatarse que estaban por descender en la luna y tal vez permanecer allí para siempre? ¿Qué inquietudes se despertaron en la conciencia de Cristóbal Colón que lo llevaron a convencer, no sólo a sus cercanos sino a los monarcas iberos de que al otro lado del mar océano vibraban Catay y Cipango? ¿Qué impulsó a Marco Polo a convertirse en un turista natural que abrió rutas para el comercio y el conocimiento?

Estos hechos y hazañas nos parecen distantes en el tiempo y en el espacio. Muchísimos adultos de hoy no podrían rememorar estos acontecimientos que estremecieron al mundo, mucho menos los jóvenes. Por televisión vimos el gran paso para la humanidad que dio Armstrong el 20 de julio de 1969. En un total de seis misiones lunares que terminaron el 12 de julio de 1972, doce astronautas recolectaron cientos de kilos de muestras del suelo, hicieron rodar un vehículo por las blancas arenas, hicieron cientos de pruebas físicas, astronómicas y biológicas, exigiéndole al organismo humano una permanencia de setenta y una horas, es decir, tres días en la inhabitabilidad lunar.

La mayoría de los astronautas y viajeros espaciales viven y han tenido la fortuna de ser reconocidos en todo el planeta por la magia instantánea de los medios de comunicación. Nos damos cuenta, en el momento, de sus esfuerzos, de sus angustias, de sus triunfos, de sus parpadeos, y hasta de sus sueños. Oímos latir sus corazones, escuchamos sus respuestas e instrucciones, y hasta nos enteramos de los mensajes íntimos que envían a sus familiares. ¿Privacía? Ya no existe. Es la injerencia e intromisión despiadada de los medios, de la sociedad, en la vida del ser humano. Tal vez Colón en su camarote tuvo privacía; Marco Polo en las noches del desierto también; y a lo mejor el inglés Hillary la tuvo en la cúspide del Himalaya. Pero no más. Los medios de información en esas épocas eran comunicaciones escritas, misivas, que hacían sus recorridos en varios meses, o a veces en años, y obviamente su impacto era otro. Sin embargo, la valentía y el arrojo eran más valiosos por la ignorancia de la época respecto de casi todo su medio ambiente, de su hábitat.

Nuestras enciclopedias están llenas de nombres de audaces exploradores, investigadores, aventureros y esforzados descubridores, quienes dieron sus capacidades y en muchas ocasiones sus vidas por sus convicciones. Quiero en este breve espacio, rendir un homenaje a quienes alcanzaron el sueño de muchas edades de pisar la luna, así como a todos aquellos que a través de centurias han dado pasos gigantescos para toda la humanidad.

Seguramente ellos, todos ellos, quienes han asombrado al mundo por sus hechos, sintieron temor y desolación. Sufrieron. Pero también estoy seguro de que su esfuerzo mental les permitió salir adelante en su encomienda, con entrega y pasión. Ellos sabían, como nosotros, que al día siguiente saldría el sol con nuevas posibilidades.

Nosotros también sabemos que la primavera se convierte en verano, y al través del verano en otoño y en invierno, para retornar, con mayor seguridad, a triunfar sobre esa tumba a la cual todos nos acercamos rápidamente desde la primera hora. Nosotros lloramos los capullos de mayo porque se van a marchitar; pero sabemos que un día mayo se vengará de noviembre, por la rotación de ese solemne círculo que nunca se detiene; que nos enseña en la cúspide de nuestra esperanza que seamos siempre equilibrados, y en la profundidad de nuestra desolación que nunca desesperemos.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@gmail.com