/ jueves 5 de abril de 2018

¿Qué pasa con Trumplandia?

Tanto la polarización política como la económica comparten una fuerte dimensión geográfica en EU. En el frente económico, algunas partes de Estados Unidos, principalmente las grandes ciudades costeras, han adquirido mayor riqueza, pero otras partes se han quedado rezagadas. En el frente político, las regiones prósperas en general votaron por Hillary Clinton, mientras que las regiones rezagadas votaron por Donald Trump.

Pero, ¿qué hay detrás de esta divergencia? ¿Qué pasa con Trumplandia?

Las disparidades regionales no son un fenómeno nuevo en Estados Unidos. En general, concuerdo con Enrico Moretti de Berkeley, cuyo libro de 2012, The New Geography of Jobs, es una lectura obligada para cualquiera que esté tratando de entender la situación de Estados Unidos. Moretti argumenta que los cambios estructurales en la economía han favorecido industrias que emplean a los trabajadores con estudios superiores, y que estas industrias funcionan mejor en ubicaciones donde hay muchos de esos trabajadores. En consecuencia, estas regiones están experimentando un círculo virtuoso de crecimiento: sus industrias basadas en los conocimientos prosperan, atrayendo a más trabajadores más educados, lo cual refuerza su ventaja.

A la inversa, las regiones que comenzaron con una fuerza laboral con pocos estudios se encuentran en una espiral descendente, porque están estancados en las industrias equivocadas y porque experimentan el equivalente a una fuga de cerebros.

Sin embargo, aunque estos factores estructurales seguramente son el motivo principal, me parece que tenemos que reconocer el papel de la política autodestructiva.

El nuevo ensayo de Austin et al. plantea el caso de una política nacional de ayuda a las regiones rezagadas. Sin embargo, ya contamos con programas que ayudarían a esas regiones, pero que no aceptarán. Muchos de los estados que se han negado a expandir Medicaid, a pesar de que el gobierno federal sería quien asumiría la mayor parte del costo —y crearía empleos en el proceso— se encuentran ahora entre los más pobres de Estados Unidos.

O consideremos cómo algunos estados, como Kansas y Oklahoma —ambos relativamente adinerados en los años 70, pero ahora muy rezagados—, han optado por recortes fiscales radicales y acabaron con sus sistemas educativos. Las fuerzas externas los pusieron en el hoyo, pero estos estados lo hacen más profundo.

Aceptémoslo, tratándose de política nacional: Trumplandia está, de hecho, votando por su propio empobrecimiento. Los programas del “nuevo acuerdo” y la inversión pública tuvieron un lugar preponderante en la enorme convergencia de la posguerra; los esfuerzos conservadores por reducir al gobierno dañarán a las personas en todo Estados Unidos, pero afectarán de manera desproporcionada a las mismas regiones que pusieron al Partido Republicano en el poder.

La verdad es que hacer algo por la creciente división regional de Estados Unidos sería difícil incluso con políticas inteligentes. La división solo empeorará con las políticas que probablemente adoptemos.

Tanto la polarización política como la económica comparten una fuerte dimensión geográfica en EU. En el frente económico, algunas partes de Estados Unidos, principalmente las grandes ciudades costeras, han adquirido mayor riqueza, pero otras partes se han quedado rezagadas. En el frente político, las regiones prósperas en general votaron por Hillary Clinton, mientras que las regiones rezagadas votaron por Donald Trump.

Pero, ¿qué hay detrás de esta divergencia? ¿Qué pasa con Trumplandia?

Las disparidades regionales no son un fenómeno nuevo en Estados Unidos. En general, concuerdo con Enrico Moretti de Berkeley, cuyo libro de 2012, The New Geography of Jobs, es una lectura obligada para cualquiera que esté tratando de entender la situación de Estados Unidos. Moretti argumenta que los cambios estructurales en la economía han favorecido industrias que emplean a los trabajadores con estudios superiores, y que estas industrias funcionan mejor en ubicaciones donde hay muchos de esos trabajadores. En consecuencia, estas regiones están experimentando un círculo virtuoso de crecimiento: sus industrias basadas en los conocimientos prosperan, atrayendo a más trabajadores más educados, lo cual refuerza su ventaja.

A la inversa, las regiones que comenzaron con una fuerza laboral con pocos estudios se encuentran en una espiral descendente, porque están estancados en las industrias equivocadas y porque experimentan el equivalente a una fuga de cerebros.

Sin embargo, aunque estos factores estructurales seguramente son el motivo principal, me parece que tenemos que reconocer el papel de la política autodestructiva.

El nuevo ensayo de Austin et al. plantea el caso de una política nacional de ayuda a las regiones rezagadas. Sin embargo, ya contamos con programas que ayudarían a esas regiones, pero que no aceptarán. Muchos de los estados que se han negado a expandir Medicaid, a pesar de que el gobierno federal sería quien asumiría la mayor parte del costo —y crearía empleos en el proceso— se encuentran ahora entre los más pobres de Estados Unidos.

O consideremos cómo algunos estados, como Kansas y Oklahoma —ambos relativamente adinerados en los años 70, pero ahora muy rezagados—, han optado por recortes fiscales radicales y acabaron con sus sistemas educativos. Las fuerzas externas los pusieron en el hoyo, pero estos estados lo hacen más profundo.

Aceptémoslo, tratándose de política nacional: Trumplandia está, de hecho, votando por su propio empobrecimiento. Los programas del “nuevo acuerdo” y la inversión pública tuvieron un lugar preponderante en la enorme convergencia de la posguerra; los esfuerzos conservadores por reducir al gobierno dañarán a las personas en todo Estados Unidos, pero afectarán de manera desproporcionada a las mismas regiones que pusieron al Partido Republicano en el poder.

La verdad es que hacer algo por la creciente división regional de Estados Unidos sería difícil incluso con políticas inteligentes. La división solo empeorará con las políticas que probablemente adoptemos.